Recuerdo que en mis años de estudiante universitario en la facultad  de economía de la UASD, muchos de los libros de texto y escasos artículos que nos llegaban, pero esencialmente las discusiones entre alumnos y profesores, se enfatizaba en torno a las diferencias entre el desarrollo y el crecimiento económico.

Después de tantas canas acumuladas, vivir algunas décadas de experiencia, leer algunas cosas y, particularmente, ver muchos números y hacer muchos cálculos, he llegado a la conclusión de que aquello era una tontería. Crecimiento y desarrollo es la misma cosa. Como se diría en matemáticas: no es una identidad pero sí una igualdad. La historia humana indica que no es posible ir en una dirección sin la otra.

El progreso económico es un proceso cuantitativo y cualitativo que se manifiesta de múltiples maneras, pero todas ellas en la dirección de mejorar la sociedad. En general, crece el producto bruto interno y todas las variables macroeconómicas, se producen cambios en la estructura de la economía hacia actividades más modernas, salvo raras excepciones se incrementa la presencia del país en el comercio internacional y su prestigio e influencia en el concierto de las naciones, pero muy particularmente, se observan cambios positivos en cómo vive la gente, comenzando por su ingreso y bienestar material, y continuando por la seguridad y el ambiente de confianza y respeto.

Con el crecimiento económico todos los países del mundo han experimentado grandes transformaciones y, salvo casos excepcionales de involución económica,  ningún país vive igual ni peor que medio siglo atrás. No se tiene ninguna evidencia en la historia del desarrollo económico de un país que, por un período muy largo, esté registrando un proceso de acelerado crecimiento económico sin que ello se refleje en bienestar para su gente (infraestructura, empleo, ingresos, salud, educación, mayor consumo, disponibilidad de bienes y servicios).

La economía de un país puede crecer circunstancialmente por momentos, pero cuando crece de manera continua o persistente, mejora el bienestar de la población de forma incontrovertible. De la misma manera es falso el dilema de que está bien la macroeconomía pero no la microeconomía. Cuando en un país crece la economía a ritmos elevados eso se ve y se siente. Se percibe en el hogar, en el vecindario y en el entorno en general.

En algunas ocasiones las encuestas de opinión pública reflejan ciertos indicios de inconformidad o incluso de malestar de la ciudadanía pese al crecimiento, lo cual obedece a que la sicología colectiva puede estar condicionada por factores políticos o bien porque el marco de referencia para manifestar la inconformidad es la comparación internacional. Pero cuando se miden objetivamente, las condiciones de vida muestran progreso de la gente, expresado en múltiples aspectos materiales y de convivencia. También es posible que el crecimiento sea desigual (que unos crecen más que otros), pero en términos absolutos eso no significa empeoramiento para nadie. La evidencia histórica induce a pensar que si ocurre una de las dos cosas pero no la otra es por la existencia de alguna premisa falsa.

Cuando un país crece mucho en relación a los demás, eso se refleja en los datos de las cuentas nacionales, pero de la misma manera en los diversos ranking internacionales y comparaciones en aspectos como desarrollo humano, empleos, salarios, educación, salud pública, competitividad, corrupción, seguridad ciudadana, crimen, respeto a las leyes, etc. Nunca ha tenido más vigencia el imperio de la ley que cuanto más rico es un país; la misma corrupción, que existe en todas partes, es circunstancial en los países ricos y generalizada en los pobres.

Durante algo más de un siglo y medio, en específico, entre 1820 y los años ochenta del siglo XX, la economía de los EUA creció a un ritmo de 3.8% promedio anual y ello fue suficiente para que ese país llevara cohetes a la luna; es decir, para convertir a ese país en la mayor potencia industrial, agrícola, comercial, militar, científica, tecnológica, artística, cultural, de la ingeniería y la tecnología, de la infraestructura, las competencias olímpicas, con las mejores universidades, y en que la gente pasó a vivir mejor.  En lo único que no superó a Europa y América Latina fue en el futbol.

Incluso los países de América del Sur tuvieron buenos años de crecimiento económico durante el decenio pasado, y lo aprovecharon para mejorar su situación de empleo, salarios, reducción de pobreza, infraestructura, reducción de deuda pública, incremento de exportaciones, etc.

Solo hay que ver lo que viene ocurriendo en los países de rápido crecimiento de Asia oriental. Cómo cambia el perfil de las ciudades y de los campos; cómo cambia la vida de la población, las instituciones, la educación a todos los niveles, la policía, la confianza. Quien ha tenido la oportunidad de ir a una de sus inmensas ciudades, como Seúl, Bangkok, Beijing o Shanghái, recordará haber escuchado la recomendación de que puede salir por las calles a la hora que sea, con quien sea y por donde sea, que no le pasará nada. Y seguro que, entre tantos chinitos, lo más que le puede pasar es no entender los letreros que le indican el camino de regreso.

Es puro invento dominicano eso de que la economía crece a ritmos de hasta dos dígitos sin que ello traiga aparejado la solución de ninguno de los problemas de la gente.