Dice mucha gente que el tema de la reelección ha dejado el país en jaque y ha provocado un descuido mayor en responsabilidades fundamentales del Estado. No sé hasta qué punto este juicio es válido o no, ya que las carencias en los servicios públicos básicos las arrastramos desde siempre como una cruz a cuestas.

Las grandes mayorías sufren, entre muchas otras, dos situaciones neurálgicas: las carencias del sistema educativo y la pobreza de nuestro sistema nacional de salud. A pesar del 4% y de la tanda extendida, seguimos con escuelas públicas donde todavía no se aprende a leer y escribir correctamente y no se ofrece una educación de calidad que permita acceder a empleos de calidad.

Una gran pobreza cultural y educativa hace que la mayoría de las personas no tienen conocimiento sobre su cuidado personal y el de su entorno, lo que refuerza nuestros graves problemas en materia de salud pública.

Ambas realidades son los detonadores de la alta incidencia de la mortalidad materno infantil y, en tiempo de dengue, de la muerte de inocentes víctimas. Esto, sin hablar de las otras muertes por enfermedades transmitidas por vectores, como es el caso de la leptospirosis.    

Estas muertes muchas veces ni figuran en las estadísticas.  No se establece con rigor la cantidad de pacientes tratados por dengue, zika o por gripe. Esto no se debe solamente a las dificultades del diagnóstico, sino también a una voluntad de las autoridades de minimizar un problema que tendríamos que haber erradicado, o al menos disminuido desde hace años en todos los centros de salud, con la mejoría sustancial de los índices de desarrollo humano, con una prevención férrea, con protocolos establecidos, precisos y de estricto cumplimiento. El dengue como el zika son enfermedades donde la rapidez del diagnóstico es parte de la cura.

Les daré como ejemplo el caso de Ronny Horacio Suero, de cuatro años, que ha sido documentado por su familia y que puede dar escalofríos a cualquier lector un poco empático. Lo sucedido a Ronny ofrece un testimonio fidedigno del viacrucis que sufren inútilmente nuestros niños y niñas y sus familias por el solo hecho de vivir en sectores vulnerables, como si pobreza y carencia cultural fueran sinónimo de muerte.

El niño tenía fiebre el viernes 16 de agosto, mala suerte porque era día feriado. En el Santo Socorro, le recetaron un calmante y le dijeron a la familia de volver el lunes con él. El estado de salud del niño se agravó y los padres lo llevaron de nuevo el domingo al mismo hospital. Le sacaron sangre y le informaron que se necesitaba cinco días para la entrega de los resultados de los análisis.

Cinco días que pudieron hacer la diferencia entre la vida y la muerte, con solo ponerle atención al decaimiento y al rostro demacrado del niño, tomar un momento y escuchar a los padres y no reenviarlo de nuevo a su casa, sin haberlo puesto en observación e hidratarlo. Dos días después internaron al niño diciendo a los familiares que tenía un problema pulmonar, el hospital estaba lleno y los niños yacían de a dos o tres por camas.  El miércoles Ronny estaba muerto.

En el acta de defunción pusieron edema pulmonar como causa del deceso. Los padres, al igual que la familia de otro niño que acababa de morir, reclamaron una autopsia. Para ambos, el resultado fue el mismo: dengue hemorrágico. Esto, en el mismo momento en que se anunciaba que había sólo 10 casos de defunción por dengue en el país. 

Los padres exigieron que la verdad quedase plasmada en el acta de defunción y denunciaron el hecho en varios programas de televisión. Dice un testigo y familiar que los acompañó en todo momento, el señor Jhonny Mota, comunitario de Villas Agrícolas, que esa misma noche yacían siete cuerpecitos en la morgue del Santo Socorro y que por eso quisieron tomar cartas en el asunto. 

Fueron siete familias destrozadas, siete familias pobres que no tienen derecho a servicios de salud de calidad, las que perdieron a sus vástagos por la negligencia, caso omiso y falta de respuesta de parte de las autoridades sanitarias de nuestro país: “si no hay dinero no se escucha nuestro clamor. Que Dios nos ayude para poder vivir o sobrevivir en este país de algunos y de nadie también”, decían los deudos.

No solo se mueren angelitos por falta de atención médica y del cumplimiento de los protocolos de atención, sino que manipulan las estadísticas para no crear alarma, mantener en alto nuestra imagen de destino turístico paradisiaco, tapar la incompetencia de nuestras autoridades sanitarias y las inconsistencias de nuestras políticas gubernamentales de lucha contra la pobreza.

Da pena la movilización tardía del gobierno para erradicar focos de contaminación cuando sabemos que ninguno de los 158 municipios del país tiene un sistema adecuado de disposición final de los desechos sólidos y que cerca de la mitad de los hogares está obligada a almacenar agua por no disponer de agua de llave dentro de la vivienda, situación que se ve incrementada en razón la crisis de agua por la que sigue atravesando el país.