El próximo martes 29 de junio será presentado públicamente, en el Caixaforum de Madrid, el Manifiesto que será al centro, el 21 de septiembre, Dia Internacional de la Paz, de la celebración, en el mismo sitio, de los 75 años de la Organización de las Naciones Unidas.
Esta celebración, organizada por la Fundación Cultura de Paz y la Federación Española de Clubes UNESCO, culminará con la afirmación de los principios de una Declaración Universal de Democracia, que será más que una lectura moderna de la Declaración Universal de los Derechos Humanos del 10 de diciembre de 1948.
Largo es el historial del nexo entre UNESCO y la Paz. En su sede en París, un gigantesco letrero sintetiza la misión transversal de la Organización: “Puesto que las guerras nacen en la mente de los hombres, es en la mente de los hombres donde deben erigirse los baluartes de la paz”.
Este lema, preámbulo de la Constitución de UNESCO. se concretó en la promoción de la Cultura de Paz, legado de los años en que Federico Mayor Zaragoza fue director general de UNESCO, siendo una de sus primeras iniciativas convocar, en 1989, la Conferencia que aprobó la Declaración de Yamusukro (Costa de Marfil), que, desde entonces, ha orientado numerosas acciones y programas de la Organización. Mayor Zaragoza, después de que culminara su misión en la UNESCO, creó la Fundación Cultura de Paz, coorganizadora de los eventos mencionados.
La declaración de Yamusukro, aunque históricamente determinada, es visionaria. Tres años antes de Kyoto, habla de medio ambiente, y aboga por valores generales, libertad, justicia, igualdad y solidaridad entre todos los seres humanos.
El Manifiesto marca un paso adelante respecto a ese mensaje. La experiencia de estos años, en particular de los últimos, muestra que con demasiada frecuencia metas como la Agenda 2030 y las para el Desarrollo Sostenible, tienen que confrontarse con los intereses de grupos poderosos.
El clima es el ejemplo más evidente de cómo los mensajes de científicos y de la sociedad civil son a menudo ignorados. Otro es la pandemia, con las increíbles desigualdades entre países, puestas en evidencia por los fallidos intentos en la Organización Mundial del Comercio para liberalizar las patentes de las vacunas y por la gestión de este tema por parte de países que discuten si vacunar los niños, si es mejor una tercera dosis igual o diferente de la primeras dos, si están protegidos contra las mutaciones del virus (pasando por alto, por cierto, que esas mutaciones son favorecidas por sus políticas). Y eso cuando la mitad de la población mundial sólo ha recibido el 15% del total de las dosis suministradas
Es un mundo el que el Manifiesto critica que recuerda el Titanic. Los problemas de la Tierra apuntan a daños irreversibles y en este caso la música que se sigue tocando es la de seguir teniendo grandes gastos militare. En algunos países, estos gastos por habitante por día son lo mismo que los ingresos de las capas de extrema pobreza, 50 centavos de dólar por día.
El Manifiesto refleja implícitamente preocupaciones que ya tuve la oportunidad de destacar. Me refiero a las polémicas acerca de la OMS, al desatender sus llamados, e inclusive los del Secretario General de Naciones Unidas.
La meta ineludible es que no se atrasen las transformaciones urgentes que nos apremian. Esto requiere un fortalecimiento de la gobernanza multilateral, una economía finalizada al desarrollo humano y sostenible, un nuevo concepto de seguridad. La seguridad no es un concepto territorial. La humanidad necesita seguridad alimentaria, acceso a un agua salubre y a servicios de salud de alta calidad, y la pandemia nos ha mostrado cuánto esto sea necesario en los peores días de contagio en India. La humanidad necesita una política ambiental, y una educación inclusiva en lo referente a género, a capas sociales menos privilegiadas y a las desigualdades entre diferentes regiones de un mismo país,
Esto solamente se puede lograr con una participación de la Sociedad civil que imponga la adhesión a los principios de una Declaración Universal de Democracia que vaya más allá de una mera referencia a la de los Derechos humanos, y reconozca la importancia de las organizaciones de la sociedad civil.
¿Será suficiente? Se imponen dos consideraciones. El tema de una economía que tiene su agenda propia y pone en vilo esos derechos es también consecuencia de una división del trabajo que hace que uno de los mayores factores de desarrollo, la ciencia, es esencialmente monopolio de pocos países.
Hay que combatir esto con políticas de Estado de largo plazo, cuyos primeros resultados se empezarán a ver en el medio término. Es ilusoria la alternativa de creer que, cediendo a lo que imponga un malentendido costo de oportunidad, comprensible en vista de innegables condiciones de desigualdad social, estas desigualdades puedan desaparecer sin acciones incisivas y el reconocimiento social de su necesidad.
Esto requiere una acción y una visión. La acción es el fortalecimiento de las integraciones regionales, necesarias entre países a menudo pequeños y de recursos limitados y la visión es la que, hace dos días, requirió en un webinar del Banco Centro Americano de Integración Económica un destacado economista y diplomático argentino, Hugo Varsky. La meta del post-pandemia no es volver a la situación pre-pandemia, sino crear nuevas condiciones de crecimiento económico, y social, y, se me deje agregar, científico.
En buenahora entonces, la presentación del martes 29 y el evento del 21 de septiembre. Pero me permito proponer que el día siguiente a la aprobación de la Declaración se realicen otras reuniones análogas de carácter continental. En América Latina y en el Caribe no faltan las instituciones que pueden tomar la iniciativa de convocarlas y llevar sus deliberaciones a la atención de los más altos niveles decisorios del continente.