“Política sin moral, es indignidad; cualquier juego de azar, siendo tan indigno como es el juego, es más digno que la política divorciada de la moral, porque, al menos en sus lances repugnantes no aventura más moralidad que la del jugador y sus cómplices. Pero el político inmoral aventura con su ejemplo la moralidad pública y privada de su patria”.
(Eugenio María de Hostos).
En su libro Para qué sirve realmente un Sociólogo, Zygmunt Bauman nos recrea una frase lapidaria, citamos “Si hay algo que pueda exigir un intelectual profesional, es la obligación de conservar siempre la mente serena y la sangre fría frente a todos los ideales, incluso ante los más majestuosos que dominan determinada época, y de nadar contra corriente si fuera necesario”. La imaginación sociológica, la reflexividad, nos lleva a una referencia no solo de coraje sino de apuntar en la diana, alrededor de la coyuntura que nos asfixia, nos ahoga y nos quiere degollar, sin inteligencia, de manera burda y en medio del espectáculo grotesco. La sublimidad no tiene la más mínima rendija de la persuasión y del por qué este sin sentido de la historia.
Lo que está en juego en la actual coyuntura, no es solo el peligro en la prolongación y perpetuación en el poder del presidente Danilo Medina sino el acrecentamiento de la debilidad y calidad de la democracia, en la alteración de la Constitución sobre base no legítima, como lo es la compra de congresistas. Duele sensiblemente el estado de postración de la elite empresarial, la ausencia de su conocimiento como clase dominante, su poca visión, su “ceguera” cortoplacista, con lo que se cierne sobre la República Dominicana. Lo que nos viene, en caso de que el incumbente del Ejecutivo se imponga, es un denodado y significativo aumento del autoritarismo, en todos los planos de la democracia: Civil, Político y Social. El Estado de derecho se restringirá y con ello, las limitaciones de la ciudadanía en los territorios públicos.
Si hoy cuando el 70% de todas las encuestas dicen que no a una eventual reforma constitucional, si gran parte de las organizaciones no ven con buenos ojos esa esquizofrenia, si el Presidente ha jurado por Dios y sus palabras están pésimamente devaluadas, ¿qué garantías tiene la sociedad de que en el 2024 no estaremos pasando la misma ansiedad, hastío, angustia y estrés que hoy estamos atravesando como nación?
Danilo Medina, encarna la eterna perpetuidad del poder por el poder, del ditirambo de la historia sin sentido de ella. Él no tiene conciencia ni siquiera del tiempo presente, no aguarda más que el instinto del poder en una individualidad que aterra, porque no encanta ni crea expectativas más allá del silencio, que es una expresión de la génesis de su fase primaria. El silencio le arroja una personalidad fría, calculadora y brutal. Nos está llevando a desandar con su silencio a un invernadero perenne sin aclimatación.
Es por eso que hoy estamos en ascuas como sociedad y por lo que el autoritarismo ha crecido y las instituciones han alcanzado niveles bajos de confianza. El autoritarismo, encarnado en la personalidad del Presidente, sobredimensiona el hiperpresidencialismo en detrimento de las instituciones. El Estado se cristaliza en él. El Informe sobre Calidad Democrática del PNUD lo resalta “… la dimensión de Estado de Derecho, que presentó un alto nivel de discrecionalidad del Poder Ejecutivo, una baja independencia del Poder Judicial y una capacidad débil del Poder Legislativo para servir de contrapeso, la disminución de la confianza ciudadana respecto a aquellas instituciones encargadas de crear y aplicar las leyes (Congreso Nacional, Poder Judicial y Policía) aumenta el riesgo de profundización del autoritarismo en el país”.
Queremos preguntarnos si es democrático comprar congresistas, visitar sus casas, ofrecer millones y millones, militarizar el Congreso, poner drones para vigilar en los mismos techos del primer poder del Estado, de impedir pintores llegaran a las aceras del Ayuntamiento. No veamos todo esto como un mero espectáculo, que a decir verdad, lo es. Una desarrajada exhibición que nos eclipsa el Estado de Derecho, la democracia y la buena gobernanza.
La calidad democrática, la gobernabilidad están en un verdadero riesgo. Olvidémonos del personaje que nos mantiene en vilo y crispación, síntomas en gran medida de la debilidad institucional, de la mueca sin reír de un país donde los sectores fácticos (empresarios) conservan el síndrome del miedo trujillista: Al Presidente no se le dice que no, olvidando que es otra la sociedad y es otra la dominación y la legitimidad.
El costo a la democracia, a la institucionalidad, sería pavoroso. Todo el cuerpo social- político cobraría un nuevo giro donde el peso de la deuda social, de la marginalidad y la exclusión, se encontrarían en una cita para desbrozar, en medio de la crisis ética-moral, que generaría “la reforma” sin legitimidad, sin acuerdos, sin discursos, en una puerilidad argumental tan destemplada que solo encuentra eco con la manipulación tan simplificada, que la obviedad de sus mentiras se estropean en el escrutinio del filtro de una pequeña aura de decencia.
Los valores democráticos y lo poco de ésta democracia de cascaron, formal y enteramente minimalista nos acorralan. El autoritarismo rupturaría los cauces que tenemos de la democracia. De ahí que debemos desenmarañar el nudo del Estado como bujía del corporativismo, donde la sociedad, partidos y Estado cobren una nueva interactuación, donde el simulacro no sea la antorcha del salón del éxito, en medio del silencio sepulcral, donde solo se ven los hilos a través de sus adláteres.
El fundamentalismo del poder actual nos produce a la ciudadanía una acaudalada indignación. Se burlan, nos atropellan con sus cartillas de los años 70 del siglo pasado. Con una partitura deleznable que genera un ruido estridente: “El Congreso es soberano”. “Si faltan 15 días para terminar la legislatura, Dios hizo el mundo en 7 días”. “Tú no eres tonta ni suiza; tu sabes los mecanismos que se usan”. Nos acicalan, nos desdibujan como si no existiéramos, perpetrando nuevos niveles de conflictividad (crisis política) en todo el cuerpo social.
La vida política se ha sobredimensionado y ha permitido con la agenda de regresión y degeneración democrática que todo el espacio económico, social e institucional aminore, dándonos en el cuello, cuando solo nos queda el concón y está quemado y se acabaron las habichuelas. Hace diez meses el Informe del PNUD nos decía “La pérdida de confianza en las instituciones de la democracia dominicana es un llamado de alerta. Sobre todo, porque los datos exponen la debilidad del Estado de Derecho, la limitada capacidad de las instituciones democráticas para servir como contrapesos, las bajas garantías de derechos fundamentales y el grado de discrecionalidad que mantiene el Poder Ejecutivo frente a las otras ramas del Estado. Todos estos elementos construyen un contexto de vulnerabilidad de la democracia dominicana ante situaciones con potencial desestabilizador”.
¡Hoy, estamos cargados de mayor incertidumbre, de una crispación que no atinamos a pensar a donde nos llevará como país y a una lejanía del optimismo y de las expectativas, si el cuadro de ahora se nutre con toda esta llanura de fuego, en medio del calor, sin agua ni luz!