Uno de los temas que más me interesa es el desarrollo de la estructura jerárquica de la Iglesia Católica en la República Dominicana entre el ascenso de Trujillo en 1930 y el final de la Revolución de Abril. Tengo muchas cuartillas elaboradas en un estudio comparado entre el episcopado (y el clero) español y Franco por un lado, y el episcopado (y el clero) dominicano y Trujillo. En el caso dominicano es necesario profundizar en el proceso que se inició con la creación en 1953 de varias diócesis, pasado por el Concordato y llegando a la Carta Pastoral de enero del 1960. Muchas preguntas por contestar sobre la relación entre los obispos, y muchos sacerdotes y congregaciones religiosas, con la dictadura. Incluso la Carta Pastoral de 1960 ha comenzado a ser analizada con mayor profundidad gracias a los esfuerzos de José Luís Sáez y Benjamín Rodríguez Carpio, y aportes significativos como los de Antonio Lluberes, William Wipfler y Emelio Betances. Es demasiado evidente la distancia ideológica del liderazgo eclesial entre su postura en enero del 1960 y la sostenida entre 1962 y 1963. Para el mismo Bosch, en 1964, el tema de la participación de tantos sacerdotes y obispos en la campaña del 1962 hostilizándolo y su contribución a la desestabilización del gobierno del PRD en 1963 hasta lograr el golpe de Estado, era cuestión que le llamaba poderosamente la atención.
“Ahora bien, algunos sacerdotes extranjeros, que no eran gente dominicana de “primera”, ¿por qué tomaron con tanto entusiasmo sobre los hombros la tarea de impedir que la democracia se desarrollara en Santo Domingo? ¿Quién los dirigía; qué poder desconocido de aquende o allende los mares les daba órdenes: a qué señor servían?” (Bosch, 2009, v. XI, p. 143). La pregunta no era ociosa. Recordemos que faltando horas para las elecciones del 1962 Bosch enfrentó a Láutico García por radio y televisión para que este le demostrara que era marxista. Luego de horas de una disputa intensa el jesuita español reconoció que Bosch no era marxista. El resultado de ese debate, que para la UCN era su carta de triunfo, se revirtió profundamente y movió a miles de campesinos creyentes a depositar su voto por Juan Bosch y el PRD.
Qué pasaba con esos sacerdotes, sobre todo los españoles. Hay dos líneas para explorar: por un lado la ideología en que muchos fueron formados con el nacionalcatolicismo franquista y por otra parte la salida de muchos sacerdotes de Cuba con el triunfo de la Revolución, unos expulsados, otros huidos por conveniencia, hasta el punto de que el Papa tuvo que llamarlos al orden y exigirles que si no eran expulsados expresamente por el gobierno cubano se quedaran a cuidar de sus fieles. Existe un estudio muy interesante sobre el embajador español en Cuba en ese momento que profundiza en el tema de la Iglesia Católica y la revolución cubana, me refiero al texto de Manuel de Paz Sánchez (2000) “La Iglesia Católica y la Revolución Cubana: Un informe del embajador Lojendio”. Estudiar a fondo la hostilidad contra Bosch de parte del clero español en nuestro país demanda triangular el tema entre España-Cuba-República Dominicana.
Siguiendo con el texto de Bosch que venimos analizando en torno al tema de la democracia señala él la preocupación de muchos eclesiásticos con mantener la vigencia del Concordato (firmado por un déspota) en la Constitución dominicana. “Esa Constitución trujillista había recibido enmiendas bajo el Gobierno de Balaguer, para hacer posible la formación del Consejo de Estado, y bajo el Gobierno del Consejo de Estado para hacer posibles las elecciones de 1962, las que venía obligado a celebrar el Consejo de Estado por la propia enmienda que lo creó. Pero ni en las enmiendas de Balaguer ni en las del Consejo de Estado se tocó el punto del Concordato. Ahora bien, la Santa Sede no estaba dispuesta a ceder en ese punto. Antes de que yo tomara posesión de la Presidencia, el Nuncio de Su Santidad, Monseñor Clarizio, estuvo a verme para reclamarme que pidiera a la Asamblea Revisora incluir el artículo referente al Concordato. “Monseñor, usted sabe lo que es una democracia: una democracia no es un régimen gobernado por un hombre, como lo era el de Trujillo. Yo no tengo ninguna clase de autoridad legal sobre los Diputados Constituyentes, pero usted sabe que ellos han estado cediendo en muchos puntos; vaya a ver al Presidente de la Asamblea, el doctor Rafael Molina Ureña, hable con él, mueva amigos. Ayúdenos a crear la democracia dominicana haciendo funcionar las instituciones con el combustible de la opinión pública”, le dije. Por cierto, tal vez dos meses más tarde respondí en términos parecidos a Monseñor O’Reilly, el Obispo de San Juan de la Maguana, que me pidió que interviniera también en el caso de la Constitución, y quien por el hecho de ser norteamericano debía conocer en forma práctica cómo funciona el sistema democrático” (Bosch, 2009, v. XI, p. 146-147). No deja de tener sentido el asombro de Bosch de que un nuncio nacido en Milán y un obispo nacido en Boston, ciudades altamente desarrolladas en lo económico y político, le solicitaran ejercer el poder de manera autocrática, a la usanza de Trujillo, cuando todo el discurso de Bosch era sembrar la democracia a la manera de los Estados Unidos e Italia a inicios de los años 60 del siglo pasado.
El problema es que la mentalidad de gran parte del episcopado y del clero en ese momento estaba sometida a los intereses de la clase media y clase alta dominicana. Y algunos capellanes que pensaban más como guardias que como curas. Incluso la Carta Pastoral del 1960 se entiende en gran medida porque la dictadura estaba reprimiendo violentamente a esas clases sociales que tenían acceso directo a los obispos y sacerdotes. “Cuando la Constitución fue promulgada el 29 de abril de 1963, la Iglesia no envió un representante a los actos oficiales de la promulgación. Era un acto de rebeldía que la propia Iglesia condenaba, puesto que la Iglesia tiene como doctrina el respeto a los Gobiernos y a las instituciones legalmente establecidas. Pero los altos dignatarios de la Iglesia en la República Dominicana actuaban de acuerdo con el medio en que se movían; y en ese medio, entre la gente de “primera” y de alta clase media se decía que esa Constitución no tenía validez porque había sido redactada por gente “sin importancia”, por ignorantes” (Bosch, 2009, v. XI, p. 147-148). Mientras eso ocurría en nuestro país en Roma se desarrollaba el Concilio Vaticano II que iba en una dirección diametralmente opuesta a la postura de varios obispos y sacerdotes en el escenario dominicano.