Mucha gente se pregunta porqué nuestro país no ha podido superar problemas fundamentales y dar un salto cualitativo en materia de desarrollo y competitividad.

Aunque podría hacerse una larga lista de razones, de seguro que muchos coincidirán en que la causa eficiente podría resumirse en que nuestras autoridades, a pesar de los importantes recursos que han destinado a consultorías especializadas y contemplación de modelos extranjeros exitosos como los asiáticos de Corea y Taiwán o los latinoamericanos de Chile, Brasil y Colombia; en realidad no han hecho lo esencial, que es realmente querer el cambio.

Esta falta de voluntad política para el cambio fue disimulada durante algunos años con la aprobación de reformas legislativas, las cuales como no expresaban el real sentir de las autoridades, con el paso del tiempo simplemente han sido incumplidas, revertidas o convertidas en letra muerta. De esa forma,  hemos construido una democracia de papel, que en los hechos, es continuamente violentada.

La sociedad civil que participó activamente en la aprobación de reformas sustanciales tales como la del régimen electoral, el sistema educativo, la seguridad social, el sistema eléctrico, la ley orgánica de presupuesto, entre otras; aunque ha luchado por reclamar su cumplimiento o denunciar sus violaciones y distorsiones, siente hoy la decepcionante constatación de que de nada sirven las reformas si los gobernantes no están dispuestos a cumplirlas.

Nuestras autoridades sin embargo, han sido  hábiles en sacar el mejor partido de estas reformas, habiendo logrado obtener cada vez más recursos, pero manteniendo una falta de control y rendición de cuentas que ha propiciado mayores niveles de corrupción que los que se intentaron desmontar así como mayores niveles de clientelismo y de discrecionalidad en la toma de decisiones a pesar de los supuestos avances en materia de transparencia.

Como en las tres últimas décadas nos han gobernado los tres partidos mayoritarios, muchos  se sienten desesperanzados de que los necesarios cambios  puedan materializarse.

La realidad es que nuestro liderazgo político ha manejado exitosamente para sus fines, un modelo supuestamente democrático, que le permite servirse  de un botín político engrandecido gracias al endeudamiento público y la utilización de novedosos mecanismos de financiamiento bajo una total impunidad y falta de rendición de cuentas.

Por eso mientras  muchos países han podido marcar una diferencia importante y mostrar logros sustanciales en la consecución de  los objetivos de desarrollo que se han propuesto, tristemente  nuestro país no ha podido siquiera solucionar sus problemas más elementales como la educación, la salud y la provisión de servicios esenciales, razón por la cual seguimos figurando en los últimos lugares en los índices de competitividad.

Como sociedad tenemos el reto de ser capaces de transformar este modo equivocado de hacer política y de lograr una verdadera decisión de cambio sin la cual en nada podremos avanzar, lo que sólo ocurrirá si somos efectivos haciendo nuestros reclamos o produciendo las debidas sanciones.