“En un mundo que a menudo se nos revela cargado de incertidumbres y vacío de sentido, en un tiempo en el que muchos valores se han tornado efímeros e inestables, nada es tan necesario como recuperar la conciencia de lo ético, entendida como una de las dimensiones irrenunciables de la condición humana”. (Julio C. Saguier)

En la sociedad dominicana no podemos hablar de la necesidad de un retorno de la ética en la política, sobre todo, en los últimos 21 años, sino de anhelar la instalación de la ética en el corazón mismo de la política. Iniciar un proceso para abogar por una cultura más plausible de la decencia.

Requerimos la vigorización de la democracia para neutralizar lo más posible, la democracia diabética que tenemos. Allí, donde la anomia institucional y la anomia social se incuban y desarrollan simultáneamente, la democracia no puede ser enarbolada, pues esas falencias implican exclusiones, en lo político social, destacándose entonces, la asimetría social, sistemática y estructuralmente.

Sin un cultivo de la decencia, todo peligra. Como dijo una vez el Premio Nobel de Economía, Amartya Sen “la distancia entre ética y economía ha empobrecido a la misma economía”. La democracia se cimenta sobre sus valores, que se expresan en el andamiaje de sus instituciones. Los valores de la democracia han de caminar alineados con sus instituciones, no en contrastes ni en yuxtaposiciones. Los valores y las instituciones no son independientes unas de otras.

En el tejido social nuestro, la institucionalidad anda por la cuneta del lodazal más atroz, perjudicando hoy a toda la sociedad. Por ello, solo el crecimiento no basta, se necesita del desarrollo como armazón vital para la cohesión social y el puente de la confianza, como ente invaluable para la convivencia social y el grado sustancial de las relaciones sociales. Dicho de otra manera, urge, como elemento catalizador esencial, la imbricación de la ética en las políticas, que viene a ser el caldo inexorable de las conductas de los liderazgos y de una nueva práctica social.

Nuestra democracia diabética, de papel, ha de augurar unos nuevos liderazgos con contenido ético moral. No se trata de un liderazgo no corrupto, eso es un elemento inexcusable, primordial. Es ir más allá, es la glorificación de sujetos sociales con contenido moral que puedan ser erigidos en espejos referenciales e inspiradores. Políticos que ondeen la bandera de la reputación, expresados en los símbolos de la integridad y el Capital Social más importante en la sociedad del conocimiento y de las TICs: la confianza.

La epidemia viral en la clase política dominante y hegemónica, hoy en día, es la construcción de una democracia acéfala de una visión real, de compromiso con el futuro. Todas sus decisiones son coyunturales y aun aquellas coyunturales, por su inacción y ceguera recurrente, vía la posposición, se convierten en estructurales. Verbigracia: Los certificados financieros del Banco Central que en el año 2003 fueron RD$55,000 mil millones de pesos. Hoy, en el 2017, significan RD$480,000 mil millones de pesos, esto es, alrededor de U$10,000 mil millones de dólares. La sociedad, en los últimos 14 años, ha pagado de intereses por los certificados casi RD$350,000 mil millones de pesos. Se aprobó la Ley de Capitalización al Banco Central, 167-07, sin embargo, en los 10 de ejecución, nunca se cumplió a cabalidad, mucho menos, en los últimos 5 años.

Estamos frente a la presencia de una clase política, que lejos de vigorizar la democracia, incuban en su columna vertebral la toxina más ácida, para con esa toxicidad cruel, hacerla más famélica en sus realizaciones y logros. Ello trae consigo, concomitantemente, más utilización del Estado para instrumentalizar más las agendas particulares y corporativas, que una agenda más global, que concite la movilización de todos los actores políticos, sociales y empresariales, hacia la meta de un objetivo común, no en la mera retórica, sino, en la asunción real de la praxis.

Tenemos una clase política, cada día más irresponsable, cada día más demagógica, no comprometida con la democracia, que comprometen nuestro futuro, sacrificando desde ya la vida de los nietos y de nuestros hijos. Es el escozor de vivir en un presente, cuya caracterización siempre es la instalación de la efimeridad. Disfrutan de ese espacio efímero de hoy, destruyendo a otras generaciones del mañana. Los ejemplos más significativos son: el endeudamiento; la inseguridad ciudadana; la poca inversión en salud; y, la mirada entristecida de la juventud sin esperanza.

Cuando una sociedad tiene una visión positiva del futuro, logra construir una mejor democracia, más armonía, asumiendo los desafíos estructurales, construyendo puentes y desmadejando las espinas que en el camino ensombrecen las potenciales cristalizaciones. Por eso, una visión es formulada por los líderes, para conjugar todos los recursos de una sociedad, hacia una democracia más plena.

Los comportamientos de la elite política, reflejan el grado de putrefacción en la dinámica de sus relaciones, de sus acciones y decisiones. Nos dicen como manejan el Estado, con una óptica meramente patrimonialista, clientelista, rentista; y donde la corrupción, constituye el eje transversal, fermentador y formalizado de sus actitudes pérfidas. Vuela al canto: la carta de Miguel Vargas al Dr. César Mella y la respuesta que dio el Viceministro Administrativo de la Presidencia, José Ramón Peralta. Por eso en los años recientes no hemos tenido un solo Estadista.

Estadista no es solo el que dirige el Estado. No es solo que sea experto en asuntos de Estado y Política. Es el que encierra el compromiso cierto de la esperanza construida; el que solivianta el presente en una perspectiva conjugada de futuro, el que glorifica el camino no en el relumbrón de la falsa prosperidad, sino aquel que toma la antorcha y desafía los retos y dinamiza las oportunidades. El que mira los distintos intereses que gravitan en la sociedad y marca ancla hacia el bienestar de las grandes mayorías y penetra en la dimensión de su calidad de vida.

El liderazgo político, en la sociedad del conocimiento, apuntan Jordi López Camps e Isaura Leal Fernández “debe aportar sentido a una sociedad en cambio… El liderazgo político no nace por la confianza ciega en unas personas; los líderes políticos surgen cuando se comparten unas propuestas, unos ideales, unos valores y unos sentimientos”. La insatisfacción con esta culeca de democracia, nos llama, nos convoca a exigir un nuevo comportamiento en la política que robustezca el espacio de legitimidad, que no es otro, que un poco de decencia.