Como en otros muchos eneros, el gobierno y los políticos, cual milagreros de escasa santidad, repetirán sus gastados discursos plagados de “mentiras deseadas” que anuncian sus perversas indiscreciones y su ironías desvirtuadas que poco tienen de cartas pastorales.

Otro hablará en marzo. En el mismo tono. Con el telón de fondo de una democracia traicionada y devaluada. Celebrada solamente por los que cobran por aplaudir en el circo.

Sin embargo, el silencio puede ser un delito. De ahí, que nadie pida al pueblo que guarde silencio para escuchar los versos satánicos de éste y de aquellos. “Que nadie que sepa hablar siga callado. Que todos los que puedan se unan a este grito”.

Es un deber hablar. Hablar es un derecho. No hacerlo puede ser falta grave de solidaridad y de valentía cívica, complicidad inmoral, sentirse vencido por el miedo. Puede ser delito. Silencio culpable de los silenciosos. De los que debiendo hablar, callan.

Que todos los dominicanos, del campo y de la ciudad,   recuperen la rebeldía de la verdad y se constituyan en “comisiones de la verdad” en sus barrios y comunidades. Que se conviertan en veedores que sacan a la luz los tormentos, abusos y desmanes “públicos y privados” Que se conviertan en testigos activos de las carencias y necesidades irresueltas porque el dinero público se pone en manos que trafican maldiciones.

Que no nos callen. Que no nos obliguen a guardar silencio. Hablemos de pie y en voz alta en los templos y en los medios, en las comunidades eclesiales de base, en las asambleas y concilios cristianos, en los clubes, en las juntas de vecinos, en los sindicatos, en las universidades, en los ayuntamientos, en los hogares y en las escuelas.

Que levanten su voz los intelectuales, los maestros, los empresarios, los grupos y movimientos comunitarios, los campesinos, los poetas, los artistas, los periodistas, las mujeres y los jóvenes. Y ojalá que se atrevan también a levantarla aquellos jueces, legisladores y partidos políticos que no han sido tocados por la insignificancia y la ceguera moral.

Y si intentaran cerrarnos el camino mediante “censuras políticas, económicas y policiales”, entonces, procuremos llenar las paredes de grafitis libertarios y convirtamos la indefensión en panfletos leídos en los templos y en las plazas públicas y hagámoslos volar a través de las redes poniéndoles el rostro de la verdad.

Demos nuestra voz. Primero a nuestra propia conciencia. Pero también tenemos el deber de ser la voz de los que no tienen voz. Les debemos el salmo. Le debemos la voz. “La voz debida” a otros hermanos, sobre todo, a quienes caminan a un paso de nosotros, a las futuras generaciones. Para que las mismas no tengan que decir tristemente: “esperábamos que hablaran y no lo hicieron”.

Y si otras voces osaran pretender opacarla, entonces, volvamos a intentar con coraje hacer oír la nuestra. Volver sin detenernos, sin pausa, porque “cuando el hombre cansado /para, / traiciona al mundo, porque ceja / en el deber supremo, que es seguir”.

Defendamos nuestra voz. Convirtámosla en voz del pueblo, en voz de Dios.  Voz vigilante. Voz que alerta y anuncia libertades. Voz que orienta, que cuestiona, que defiende derechos. Voz que llama a la solidaridad, a la transparencia, a la verdad y a la justicia.

Voz convertida en tambor de la protesta, el reclamo y el debate. Voz que defiende la auténtica democracia allí donde otras voces corruptas o corruptoras la adulteran y la contaminan mediante el miedo, el soborno, la demagogia, el engaño, el favoritismo y las compasiones torcidas.

Voz de trueno convertida en rezo que reprende a los demonios de la reelección oficialista del 2020. Reelección que es anuncio fatalista convertido en oración fúnebre de una democracia enferma y mal oliente.

Voz que llama al repudio de una reelección que será un mal presagio para la democracia dominicana más que “una buena noticia dicha este marzo”. En un marzo que nos recuerda los “idus de marzo” del calendario romano. Días de regocijo para el tirano Julio César pero también el mismo marzo en que sucedió la caída de su imperio”. William Shakespeare haría famosa la frase nunca dicha, “¡Cuídate de los idus de marzo!”.

Es tiempo de luchar sin tregua. Es tiempo de despertar, de reaccionar y de indignarse. Es tiempo de actuar sin demora porque atardece sobre el horizonte dominicano, oscurecido por la perversidad de los que nos gobiernan y de muchos políticos y partidos que forman parte de sus hipócritas comparsas. 

Otro país es posible si no guardamos silencio, si logramos, todos juntos, un gran clamor popular. ¡Por fin, roto el silencio! ¡Por fin, el pueblo en la arena pública con bríos y esperanzas renovados para que no lo conviertan en “ovejas de los idus”.

Delito de silencio. “Y que se oiga la voz. ¡La voz de todos!, solemnemente y clara”. Valientemente. Como dijera Quevedo: No he de callar por más que con el dedo / silencio avise o amenace miedo”.