Hoy mi mente orbita en su propio vacío. Se resiste a procesar la banalidad cotidiana. Cualquier cosa es más trascendente que lo que aquí pasa, donde todo es nada y nada es todo. Quisiera correr mis pensamientos por realidades más oxigenadas, porque seguir varado en esta inercia podría quebrar mis nervios. A ver, ¿qué idea sería más provocadora que repetir lo que los medios llaman noticia? Cualquier cosa. Vivimos un momento tan estelarmente insípido que el “sobaco” se revela como un aliciente de recreación filosófica.
¿Qué es más inútil?: ¿esperar justicia en los Tucano o inquirir en los misterios axilares? ¿Sazonar los decretos de nombramientos o explorar en la vellosidad de la regio axillaris? ¿Descubrir algún arrojo de carácter en el nuevo procurador o aspirar la transpiración axilar? La comparación deviene en ridícula. Frente a las riquezas del sobaco nuestra masturbación política languidece.
En un momento creí que el sobaco era un término autóctono, pero no. Es un vocablo oficial del idioma. Esa impresión nacía de su rusticidad fonética, parecida a locuciones burdas de nuestra jerigonza anatómica como bemba o chemba, berija, batata y jarrete.
La axila o sobaco es la región del cuerpo situada debajo de la unión entre el hombro y el brazo. El sobaco es a las extremidades superiores lo que la ingle (jarrete) es a las inferiores (entre la pierna y la cadera). Es un universo donde confluyen elementos de grandes sistemas: arterias y venas, estructuras nerviosas (plexo braquial), ganglios linfáticos, nervios torácicos e intercostobraquiales, grasa y tejidos areaolares; en fin, un yacimiento de tesoros escondidos. Pero como región guarecida del cuerpo, el sobaco no ha gozado del mismo culto fetichista de la pelvis, los senos o las nalgas. A pesar de las depilaciones al láser, el sobaco sigue siendo una zona de escasas provocaciones carnales.
Pensándolo bien, las franjas que cubren articulaciones no suelen ser estéticamente bendecidas (me refiero al codo, la ingle, los testículos y las axilas). Tienen vellosidades y pliegues, emiten sudoraciones y sus pigmentaciones epidérmicas son más oscuras que el resto de la piel. Nada que envidiarle a la política. Es más, el sobaco es el Tucano del cuerpo. Sí, eso es: escondido, oscuro y pestífero. ¡Cónchole! Lo acabo de descubrir. Los sobacos estrenarán así un nuevo apelativo criollo: ¡los Tucano! El símil es perfecto. Veamos: se dice que el último en enterarse del grajo es su portador; es más, ordinariamente, cuando su fetidez se esparce, el emisor lo advierte en la actitud de los terceros, entonces procura un lugar solitario para confirmar y oler sus axilas. Si Brasil y Estados Unidos no lo investigan, aquí nadie se da por enterado. ¡Qué grajo! Pero además, ¿cuáles miembros protegen y resguardan a los sobacos?: los hombros, símbolo de virilidad y fuerza; arquetipo del poder. Los sobacos tienen una vellosidad exuberante donde se puede perder cualquier intención de justicia, además de una piel flácida y oscura como los negocios del poder. Puede que la sudoración del momento humedezca algunas axilas, pero contra cualquier olor indeseado un nuevo, potente y antitranspirante desodorante: “Jean Alain” en spray, roll-on o barra; sí, el “muchacho del presidente” combate el olor causado por las bacterias que se anidan en entornos calientes y húmedos como el Congreso y el Palacio, evitando su transpiración pública a través de aromas naturales. ¡Que frescura!