Pasamos sobre las tierras de España, trabajadas y cultivadas, viejas tierras gastadas de mi España, que a fuerza de sudores ella fertilizó en su aridez; campos de trigo y amapolas, -lo pajizo y lo rojo,- el afán de los hombres adornado con las florecillas de Dios que a la manera de gotitas de sangre lucen a trechos en el mar amarillo de las mieses!… Solo se ven sembrados, caudraditos de tierra muy aprovechados, por todas partes, hasta la frontera. (… ) ¡Es que el labriego en España persigue en cambio al árbol y tiene en ello su penitencia! Los árboles, -que regulan las lluvias, -le niegan ese consuelo allí, y él se ha de afanar mucho sobre la seca tierra.
(Abigaíl Mejía, “De mi peregrinación a Roma y a Lourdes” en La Opinión, Año III, No. 136 (12- IX-1925): 3.)
I. Cuatro fotografías exquisitas: Sardañola del Vallés, Ripollet y Dos Rius, 1916.
Toda historia, en tanto no se base en evidencia contemporánea, es romance.
Samuel Johnson, 1773
Abigail Mejía (1895-1941) quiso fijar en la aparente fragilidad visual y cromática de estas cuatros fotografías que corresponden al 1916, el encanto de una composición pictórica donde se observan elementos comunes tanto al naturalismo y al impresionismo. En estas imágenes de Sardañola, Ripollet y Dos Rius, en la Provincia de Barcelona, su desbordamiento como testigo ocular es intenso, pero a la vez, de suave estremecimiento.
El testigo ocular es testigo del color; trae consigo sugestiones y sensaciones ante el objeto-tema o el objeto-cosa; su sensibilidad se traslada al papel fotográfico, y allí queda como un relato óptico el contenido de una impresión sensorial: todo visto por el temperamento del artista, todo reproducido como un suceso de significación, además, psicológica, ya que ninguna obra de arte es mera percepción sino una “averiguación” única que se vuelve idea, concepto o trasposición de un sentimiento.
II. Abigail Mejía madre de la “estética pictorialista” en la República Dominicana
Abigail Mejía puede ser considerada a partir del hallazgo de estas fotografías coloreadas a mano (“Mientras se va muriendo la tarde”, “A vista de pájaro”, “En el campo Sardañola” y “La selva umbría”) como nuestra primera fotógrafa impresionista, sin parentesco alguno, con otro artista contemporáneo de nuestro país a inicios del siglo XX. Nadie puede arrebatarle este sitial ni los más malsanos ni mezquinos “críticos” ante esta prolija iconografía de 1916 que provoca admiración y asombro a la vez.
Mejía tiene la maternidad en nuestro país de otro ismo, que es la “estética pictorialista”, el llamado “toque” de artisticidad” a sus fotografías, una técnica aprendida en algún taller barcelonés durante su estancia allí de 1908 a 1919, que nos muestra ese mundo que descubre, ese ambiente externo al que alcanza a darle una forma anímica, pintado, como si lo trasladara a un lienzo.
Abigail hizo como expresionista lo que Ferdinand Brunetière en su obra Le roman naturaliste (París, Calmann-Lévy, 1896) llama distinguir (sea en el paisaje o en la escena) el detalle dominante: “la tache”. De ahí, que sin “calcar” per se a la realidad penetra en ella, la percibe desde adentro con vigorosa intimidad y le presta atención desde afuera al equilibrio en que coincide la identidad que adquiere lo que se muestra ante su vista; identidad que va rozándose con el color, y a la que llega con los agregados de las heredades de las experiencias del campo, de los árboles altos, del suelo, de la tierra, del bosque, de las montañas, de los caminos.
Ha sido osada Abigail Mejía en vigilar con recelo a la naturaleza, en percibir lo puro, lo que se adhiere a los accidentes de la luz en el follaje o el bosque, y la fisonomía del objeto-cosa, para comunicar alegría, nostalgia, quietud, tristeza o la expresión de una belleza reposada, asomada al cielo.
Una frase de Flaubert, citada por el crítico alemán Eugen Lerch en 1930, resume la alianza del artista con su obra: “El artista debe estar en su obra como Dios en la Creación, invisible y todopoderoso; que se le sienta en todo, pero que no se le vea”. Esta reflexión resume –a mi modo de ver- la personalidad de esteta de Abigail Mejía, y su experiencia con el paisaje. Ella “descarta” su yo en ese encuentro, y solo se deja afectar por las percepciones que hace nominar ese “algo” que se elige captar, y en el cual se funda un interés de valorarlo, de intelectualizarlo de forma viva por los efectos del color.
Abigail ha sido nuestra primera testigo ocular fijando en imágenes las impresiones que la Provincia de Barcelona despertó en su espíritu inquieto por beber el arte a través de sus ojos, y que cuenta de la manera siguiente: “Salgo con mi camarita fotográfica [Kodak Pocket] a andar, a cumplir con la “alegría de andar” y extraviarme”.
En esta quinta entrega en Acento.com.do damos a conocer cuatro fotografías que permanecieron inéditas en el “carnet” fotográfico de Abigail Mejía, para que los aficionados y los artistas del lente contemporáneo aprecien el legado imperecedero de esta humanista.