Mon pain est bon; ne faut que nulz me veste; L´eaue est saine qu´a boire sui enclin,Je ne doubte ne tirant ne venin. (Mi pan  es bueno; nadie necesita vestirme; sana es el agua que apetezco beber; no temo tirano ni veneno./Deschamps, Lay de franchise.)

 

Huyendo de la crueldad de la Primera Guerra Mundial  y de “los soldados del káiser”, Abigail Mejía (1895-1941) “la petite espagnole” que residía temporalmente en  París,  cuando Alemania le declara la guerra a Francia se traslada a Barcelona,  y junto a su madre Carlota y sus hermanas se establece  en el pequeño poblado de San Feliú [Sanct Felicis] de Llobregat. Allí disfrutará muy de cerca del “elogio de la aurea mediocritas”,  la llamada vida sencilla donde el espíritu no puede consagrarse a vanidad alguna, donde el hastío no existe como artificio, y el placer de la plenitud es la entusiasta tranquilidad del campo,  la vida idílica que inspiró  cantos bucólicos al poeta medieval Eustache Deschamps.

Para Abigail  la vida simple se hace dicha, y sólo un porvenir inmediato se asoma como robustos árboles que miran hacia el cielo, árboles que invitan a meditar en esa agradable naturaleza donde el pesimismo y lo sombrío no se afirman con amargura, porque se respira sólo lo noble, y el anhelo de la mirada hacia lo bello. Así, nuestra fotógrafa va a conocer las tierras y las aguas que bañan, a su vez, a Dos Rius, donde la  luz natural invita a ir a su encuentro, y el de sus gentes.

El catalán de Dos Rius.  La mirada de esteta de Abigail tiene el encanto fascinante, a través del retrato, de captar las actitudes y los adornos del alma; obtiene de ella lo diáfano, haciendo de la faz del personaje una intensa realidad o una magnífica interpretación de lo que domina el carácter de la persona. En esta imagen  que acompaña este texto, vemos como se impregna en la fotografía -sin ningún tipo de plasticismo- la riqueza espiritual de un hombre en quien  se percibe una vivacidad dulce  y  un afable  desbordamiento de alegría.

El catalán de Dos Rius,  1914.
El catalán de Dos Rius, 1914.

El retrato del catalán de Dos Rius (7cm x 10 cm) realizado en  1914 –sentado accidentalmente detrás de una puerta- transmite ingenuidad y  bondad, un mirar tranquilo, aun cuando sus ojos son de intenso fulgor y centellantes; cejas levemente tempestuosas, la sonrisa como un gesto que tornea la nariz recta en armonía con el rostro;  bigotes (tipo cepillo) generosamente reposados sobre el labio superior,  y   surcos en su piel que revelen la  edad de un hombre fatigado en su carne.

Su cabeza cubierta por un sombrero de fieltro, bajo el cual se tejen sus sueños,  es el único adorno a la composición que la fotografía tiene en-sí,   que el lente de la cámara bosqueja evocando el momento gentil de un hombre que al natural expresa lo mucho que contiene su pequeño mundo sin agitaciones ni dilemas, de costumbres sencillas y, lo apacible de su temperamento. Unas manos gruesas que se apoyan entre ellas, la derecha descansada sobre la izquierda,  colocadas sobre el borde del respaldo de una silla, son testigos de su laboriosa faena: la grandeza de labrar la tierra y hacerla parir.

En este retrato no hay huellas de antagonismo alguno ni de drama humano que golpee de pronto, ni rigidez en la fisonomía del cuerpo, que está en movimiento hacia el frente; sólo se percibe lo súbito como júbilo que embriaga en esta figura gentil que atrae al afecto, con una individualización expresiva que sigue ecléticamente el canon del “perfil griego” en el retrato con la combinación de la “gracia” y la “expresión anímica”, que crea una unidad inquebrantable con las leyes que rigen el ideal de volumen de un conjunto.

Años después, cuando emprende un viaje a la República Dominicana  para recibir en una velada realizada en el Teatro Colón de Santiago  al poeta y autor dramático español Francisco Villaespesa [1879-1936], en una visita que realizara al país a petición del Senado español, como apoyo a las luchas  de la nación contra la invasión norteamericana de 1916, Abigail escribe al despedirse de Barcelona:

“HOY  hemos de decir adiós a la ciudad Condal, la hospitalaria y gentil Barcelona, refugio de extranjeros “albergue de cortesía”, según Cervantes, cuyos paseos, rondas y ramblas he recorrido tanto; adiós a la ciudad de las hermosas ramblas de los Estudios, de las Canaletas, de las Flores y los Pájaros, donde éstos en invierno cantan sobre los pelados árboles hasta dominar el ruido ciudadano; la tierra de las incomparables verbenas; la ciudad donde los pobres pueden no comer, pero sí divertirse (…)”

Abigail Mejía, “Hojas de un Diario Viajero” en La Cuna de América, Año IX, 2do.  Número del mes de mayo  de 1920, No. 2, página 20.

En esta tercera entrega en Acento.com.do damos a conocer dos   fotografías que permanecieron inéditas en el  “carnet” fotográfico de Abigail Mejía, para que  los aficionados y  los artistas del lente contemporáneo aprecien el legado imperecedero de esta humanista.