A Raquel, Nora, Amanda y Johnny, a quienes debo gratitud al permitirme con amor salvar del olvido a Abigaíl, como Abel decía: dejando que sea el tiempo que se encargue de  su obra.

¿Quién habló de que la cara es espejo del alma? Nuestro espíritu se pierde en confusiones tratando de aplicar las socorridas teorías, nacidas de la costumbre, de que un hombre por fuerza tiene en la cara reflejada su idiosincrasia  o su complicada psicología.

Abigaíl Mejía, “Hojas de un Diario Viajero” en La Cuna de América, Año IX, 1er Número del mes de junio de 1920, No. 3, página 36.

I. Las revelaciones de Consuelo Vanderlinder

En el año de 2003 continuaba inmersa en mis estudios para  conocer detalles inéditos de la vida de Abigaíl Mejía, y en especial sobre su afición al arte fotográfico. Mi  “curiosidad” me condujo hasta la casa de Consuelo Mejía Feliu Vda. Vanderlinder (n.1920), y  conversando con ella tuve las respuestas  necesarias para afirmar que Mejía es nuestra pionera del arte fotográfico con mirada de mujer  desde la primera década del siglo XX.

Abigaíl Mejía
Abigaíl Mejía

Consuelo me relató que Abigaíl tenía una “camarita” cuadrada, que le decían en su época “de cajón”,  que les enseñaba a ellos (a Consuelo y a su hermano Carlos Rafael) a manipular. Además, que tiene entendido  que sus fotografías  las tomaba como base para pintar sus cuadros, muchos de los cuales se quedaron entre los familiares de España.

Fue Abigaíl –me dijo  Consuelo-, que tomó las fotos de su Primera Comunión en el Convento de los Dominicos, y de su hermano, “y luego fuimos a la casa de abuelita  Carlota en la Calle Salomé Ureña No.7, casi esquina Duarte, y ella continúo en su labor de fotografiarnos a todos. Mis hijos se han ido llevando las fotos de los álbumes, pero te prometo que te conseguiré algunas copias. La cámara (Kodak Pocket) se perdió con el ciclón, y  muchas cosas de valor de Abigaíl, entre ellas unas novelas que escribía, y que estaban prácticamente listas para publicar. Ella se ocupaba de fotografiar  todas las actividades familiares, de graduación, en la Normal. Es una pena que muriera tan joven, dejando a su hijo Abel tan pequeñito. Ella deliraba por volver a España, pero no pudo por su enfermedad. ¡Es que trabajaba tanto!, de noche, de día; no tenía descanso. Murió de insuficiencia en los riñones, que se le complicó con una neumonía. El doctor Elmudesi hizo todo por salvarla; la suerte no la ayudó”.

Abigail Mejía (1895-1941) no fue simplemente una fotógrafa aficionada sino una fotógrafa artista. De la  llamada fotografía de índole privada  dio paso a una fotografía de índole pública que ha quedado registrada para la historia en las revistas La Opinión y Fémina en la segunda década del siglo XX, tal es el caso de la fotografía tomada a la escritora Amelia Francasci (1850-1941) publicada en el número 357  del 25 de diciembre de 1926 de Blanco y Negro, y en el número 100 de Fémina, de la cual conservamos en nuestro archivo una segunda foto, en la cual Francasci aparece más recostada aún a la mesa de descanso sosteniendo en sus manos su libro “Monseñor de Meriño Íntimo” el cual se vendía en la librería Cervantes de Francisco Castro Molina al costo de $2.00 el tomo.

Anteriormente a la publicación de sus artículos sobre el “Plan acerca de la fundación de un Museo Nacional en Santo Domingo”, en Blanco y Negro (1926) y “Los Museos extranjeros y el Museo Dominicano”, en Fémina (1926),y en el “Complemento Ilustrado” de la misma revista  con post card de las colecciones del Museo  del Prado, Museo del Louvre, Museo de Sitges, Museo de Arte en el Parque (Barcelona) y Le Petit-Palais, Champs-Elysées,  Abigaíl Mejía  en 1925 había dado a la luz pública de su “carnet fotográfico” unas vistas de la ciudad Santa en  la revista  La Opinión, Revista Semanal Ilustrada (Año III, Vol. 15, Núm. 139 (3-IX-1925), s/p. En esta primera entrega en Acento.com.do iremos dando a conocer otras fotografías que permanecieron inéditas en su “carnet”.

II.  El “Claro-oscuro, París 1913” de Juan Tomás Mejía Solière (1883-1961), post card revelado y copiado al magnesio.

Influenciada por el arte de la escuela florentina, y el interés  de encontrar con celo una manera pura de aproximarse a la luz natural, Abigail estudió por  un periodo de unos tres años, quizás, en un taller de artista de París, cómo hacer que podamos sentir la luz como suspendida en la retina de manera “inocente”, sin ningún otro artificio que la palpitación misma del instante que se capta a través de la mirada. De ahí, que “le clair-obscur” que presentamos de su “carnet fotográfico” nos recuerde la obra de Lèonard de Vinci “San Juan Bautista”, y lo que enseñaba el Maestro en torno a la preeminencia de la “sombra y luz”, o mejor dicho: “ombra e luce –chiaros-curo” para crear Abigaíl la atmósfera sobre los rostros y  comunicar si la cara es el espejo del alma.

Juan Tomás Mejía Soliere
Juan Tomás Mejía Soliere

Residiendo en París en la 20, Rue des Amandiers, Abigail “toma” este retrato a su segundo hermano Juan Tomás Mejía Solière, el cual sólo tiene como leyenda al frente del post card, al pie del mismo: “Claro-oscuro, París 1913”. Al encontrarlo entre la colección de unas 83 fotografías de un álbum al cuidado de su herederos Raquel Fernández y Nora Nivar de Fernández, sentimos una gran admiración, y una aptitud de ausencia, de interrogantes, de voluntad de saber más y el porqué de este silencio que continúa aún cubriendo su memoria, y, en definitiva, el desconocimiento sobre su imperecedera  obra, creada por una mujer intelectual pionera del arte fotográfico en la República Dominicana, aún cuando no expusiera en galerías de arte o se dedicara a trabajarla de manera “profesional”, o mejor, dicho comercial.

Abigail Mejía no sólo se dedicó a fotografiar, sino que además  coloreaba (iluminaba) a mano sus fotografías de lugares de  San Feliu de Llobregat en 1914, 1915 y 1916,  como son las fotos coloreadas “Mientras se va durmiendo la tarde”, “A vista de pájaro”, “La selva umbría” y “Copito de nieve” que se encuentran perfectamente conservadas en el álbum al cual hicimos referencia. Estas fotografías ofrecen la prueba documental, sin lugar a dudas, de manera irrefutable  que, Abigaíl Mejía también es entre nuestras mujeres nacionales, la pionera  en una de las corrientes más importantes de principio del siglo XX conocida como la “estética pictorialista”, ya que además de fijar las imágenes sobre papel y revelar los negativos,  le daba lo que entonces se llamaba un “toque” de artisticidad. Todas las fotografías  de su “carnet fotográfico” son copias únicas y realizadas de manera manufacturada, por lo que las mismas adquieren un valor patrimonial inestimable como fotógrafa de la postguerra europea con registros que corresponden  desde 1913 a 1925.

Cuando estalla la Primera Guerra Mundial, Abigail y su familia aprovechando la neutralidad de España se trasladan  a Barcelona, viviendo entre las ciudades catalanas de Dos Rius y San Felipe de Llobregat, donde inicia su labor  docente en el Colegio Ibérico.

El “Claro-oscuro, París 1913”, tamaño 8 ½ cm x 13 ½ cm de la autoría de Abigaíl Mejía, de Juan Tomás Mejía Solière, es a nuestro modo de ver, una excepcional captación  de la serenidad, y de ese encuentro subjetivista del artista con el espíritu humano del otro, donde la naturaleza de la luz se hace sapiensa y el tiempo pretérito –sin rigidez- señorío del instante.

Puente en Tarragona
Puente en Tarragona

Abigaíl coloca al sujeto en posición de que el cuerpo tenga sólo el movimiento que ofrece el silencio, la meditación, el perfil izquierdo levemente hacia la derecha del rostro donde las aristas de la luz –acentuando el semblante- de súbito no tienen un perene arremolinamiento, ni crean tensión de roca, sino que aúnense para que el claro-oscuro se apropie de los sugestivos detalles de la pared cercana, de la ventana abierta, y del espejo, a la altura de la cabeza. La falsa mano izquierda, mutilada, y sustituida por una prótesis de madera, descansa sobre  la derecha, y éstas a su vez, sobre el muslo de la pierna izquierda definiendo la ligazón con el cuerpo entero desde una perspectiva que se apropia de  las proporciones del sujeto en la habitación.

Juan Tomás no se oculta bajo el velo simple de las sombras que son los párpados de la noche, sino que se deja “comunicar” y estar en escena   en una acogedora tarde, quizás, veranega cuando el crepúsculo empieza a nacer o sus siluetas de colores como manantiales celestiales se diluyen hacia el sur.  Esta es la riqueza extraordinaria de esta fotografía: la sutil nobleza de quien ostenta el primer plano, pero que embriaga en su espontanea sinceridad, y que hace de Abigaíl ser  una notabilísima artista del lente, en especial del retrato, por su penetrante observación de las quimeras del alma humana cuando no oculta los horizontes de sus sueños, tristezas, cuitas, conformidad, en una mirada discreta, serena,  que hacia el lente de la cámara parece que penetrara para estar en contacto en directo con la artista-fotógrafa. Este es un impecable claro-oscuro, y no es difícil apreciar que esta composición de la sombra tiene el prodigio de la poesía. Flash!