Los ultraliberales del mercado durante mucho tiempo sostuvieron que para redistribuir había que crecer y como efecto cascada éste se producía. Hoy sabemos que la solución no radica en crecer para luego distribuir, sino en redistribuir para que el crecimiento sea realmente equilibrado y beneficie al conjunto de la sociedad, que no es más que a sus ciudadanos.

El crecimiento per se no significa necesariamente más y mejor desarrollo, ni que el mercado en sí mismo traería consigo su propia regulación. Ha de existir un ente con cierta autonomía que regule hasta cierto límite y vele y proteja al conjunto de los sectores más excluidos, más vulnerables.

En nuestra sociedad concurren simultáneamente dos dimensiones sociales que trastocan el cuerpo social desde una perspectiva armónica: La degradación de los salarios y la precarización del empleo. En los trabajos de Aurelio Parisotto y Janine Bert de la OIT del 30 de Enero del 2013 titulado “Crecimiento, empleo y Cohesión Social en la República Dominicana” se resalta lo señalado previamente; así como el Informe de la Organización Internacional del Trabajo; donde establecen en su introducción “En los últimos 20 años, la República Dominicana ha experimentado un crecimiento económico alto y sostenido, con un incremento anual promedio del PIB per capita del 4%, frente a 1.8% para América Latina y América Central y el Caribe. Sin embargo, este notable desempeño económico no se tradujo en una mejora igualmente significativa en los estándares de vida para todos.”

Más  adelante agregan “El país ha alcanzado un nivel de ingresos medios, no obstante, el mercado laboral sigue caracterizándose por un elevado porcentaje de trabajadores en situación vulnerable y precaria, salarios estancados…”. Estas aseveraciones han sido compartidas en este mismo año por el Banco Mundial “Cuando la prosperidad no es compartida” y en el Informe del Programa de las Naciones Unidas 2014 “Sostener el progreso humano, reducir vulnerabilidades y construir Resiliencia”: así como la reseña del BBC Mundo “Por qué América Latina podría sumar millones de nuevos pobres”..

La Renta salarial ha venido disminuyendo en los últimos años en su porcentaje al PIB, así como el salario real en un 27%. Esto se debe en gran medida a que tenemos un mercado laboral sumamente débil y poroso, donde en los ulteriores 10 años la creación de los empleos no ha sido en su inmensa mayoría de calidad. Al tiempo que el mercado laboral no absorbe a los profesionales universitarios por dos explicaciones: La demanda del mercado laboral en los empleos es de una cualificación que no agregan alto valor agregado. El otro, es que las universidades siguen produciendo profesionales, de áreas tradicionales, no entendiendo la dinámica global del empleo; así mismo, las ofertas de capacitación en materia técnica es muy exigua.

La degradación de los salarios, así como la precarización del empleo, siguen siendo las fuentes estructurales para entender la pobreza y la desigualdad en nuestro cuerpo social y que se mantengan en una proporción tal alta. Resalta el trabajo de la OIT con respecto a los salarios “La forma en que los ingresos de los trabajadores evolucionan con el tiempo es un indicador importante de los estándares de vida y un indicador útil para evaluar quien se beneficia del crecimiento”. Es por ello, que en gran medida la participación salarial ha venido drenándose en la renta nacional con respecto al crecimiento de la economía.

Los aumentos nominales en los últimos años han derivado en un rezagamiento en relación con la inflación acumulada, es decir, ni siquiera han podido mantener la calidad de vida del pasado, la capacidad de compra; mucho menos visualizar los salarios reales como una onda expansiva para mejorar el bienestar. Los aumentos han sido como una zozobra de agonía, tratando de alcanzar el duro trajinar de una cotidianidad que nos agota y acogota la existencia fluida, de un descompleto bienestar.

La disminución de la capacidad adquisitiva y la erosión en la precarización del empleo, constituyen elementos significativos que dañan todo el entramado social de la sociedad; sobre todo, por la fragilidad del rol del Estado en la prestación de los servicios sociales. No existen programas de aseguramiento colectivo, de demandas sociales, que se expresen en programas públicos que viabilicen una mejor vida. Nadie habla ni siquiera del Seguro de Desempleo que está contemplado en la Ley de Estrategia Nacional de Desarrollo 1–12.

El trabajo asalariado fue configurado desde la sociedad moderna como el espectro, como el andamiaje y columna vertebral, que no solo satisficiera la realidad económica de las personas, sino también su horizonte social, su perspectiva sociológica. Es, en gran medida, el baluarte que apuntala los demás roles del ser humano; está estrechamente vinculado con su realización y recreación, con sus capacidades.

Hoy ya ni siquiera hablamos desde la Gerencia de Recursos Humanos, tanto de salarios, sino más bien de Remuneración como categoría que encierra “retribución, premio, reconocimiento”. Como muy bien señala Idalberto Chiavenato en su libro Gestión del Talento Humano “Los procesos para recompensar a las personas constituyen los elementos  fundamentales para incentivar y motivar a los trabajadores de la organización, siempre que los objetivos organizacionales sean alcanzados y los objetivos individuales sean satisfechos”.

Los  trabajadores dominicanos han aumentado la productividad y su salario real ha disminuido, lo que nos indica la pobre sensibilidad e indiferencia de las elites empresarial y política y el débil compromiso y visión con el futuro del país. ¡Que el 56% de los empleados y trabajadores privados ganen entre $6.250.00 y $11,298.00 y en el sector público, el 63% gane promedio RD$10,700.00, desgarra el alma del corazón más imperturbable!