Rafael Leónidas Trujillo, como todos los dictadores reprimía la libertad de expresión y por supuesto la de prensa. Éste, aún se atrevió a ir un poco más lejos: utilizó la manipulación de la historia como uno de los cuatro pilares de su ideología.  Una vez ajusticiado, se fue restableciendo poco a poco la libertad en la República hasta que alcanzó las cotas más altas durante el gobierno de Juan Bosch, pero solo permaneció, los siete meses escasos que duró su mandato, hasta que lo frustró un golpe militar  apoyado por la iglesia católica, el ejército,  los empresarios y claro, los EE.UU.  temerosos de otro gobierno de izquierdas en el Caribe, (ya tenían bastante con el de Cuba). 

Luego de unas épocas convulsas, con Triunviratos corruptos e incapaces, y una revolución popular que terminó aplastada por la intervención de 42.000 Marines norteamericanos, llegó la “democracia” de los 12 años  de  Balaguer en la que su “Banda Colorá” a base de terror trató de enmudecer  a comprometidos profesionales de la palabra, que a menudo pagaron su honestidad con la vida, como fue el caso de Orlando Martínez o Gregorio García Castro "Goyito".

Hoy, cuatro décadas después, periodistas consagrados, que no negocian su dignidad y no venden su palabra, siguen padeciendo las presiones del poder para engalanar  tropelías o  engavetar silencios. Reflejos del pasado que deberían preocuparnos.

Las presiones, a veces las encarna la iglesia, a veces el ejército, el capital o el propio poder ejecutivo que se siente incómodo cuando se airean determinadas informaciones que preferiría fueran obviadas o en todo caso,  minimizadas.

El gran inquisidor Tomás de Torquemada allá por el siglo XV se caracterizó por la represión, persecución y expulsión de falsos conversos, así como  por la detección de agravios a la verdadera fe como fueran la promiscuidad, la bigamia, la homosexualidad, la blasfemia, la brujería… o simplemente la duda, a la que los agentes del “Santo Oficio”, como representantes divinos, respondían deteniendo, torturando y ejecutando en nombre de Dios. Hoy, todavía con ciertas reminiscencias de aquellos tiempos,  la iglesia católica de nuestro país, opina y condena a quienes no comparten sus opiniones o posiciones políticas;  y satanizan, por poner un ejemplo,  a embajadores, no por su gestión diplomática, sino por su preferencia sexual; ´´maricón´´,  le llama sin ningún pudor al de los Estados Unidos,  y lo manda directamente a “su casa a atender al marido” como manifestaba públicamente días atrás su Eminencia Reverendísima, pero al tiempo, minimiza y absuelve deslices pedófilos bordados en las sotanas de su propio templo, que escandalizan hasta al propio Vaticano.

 

Debería preocuparnos que el poder necesite amordazar la información adoptando posiciones absolutistas, mientras se muestra inoperante frente una delincuencia que coloca a Santo Domingo en uno de los primeros lugares en el ranking de las ciudades más peligrosas del mundo.

 Debería preocuparnos que organismos internacionales tengan que condenar  medidas sospechosamente racistas de un gobierno que  interpreta la constitución a conveniencia y antojo de ciertos sectores de poder; pero mientras, ocupamos uno de los últimos lugares del continente en cuanto a nivel educativo se refiere.

Debería preocuparnos los derroches desmesurados en propaganda electoral, para “vendernos” candidatos con dudosa preparación académica, dudosa vocación de servicios y  dudosas intenciones.  

El espíritu crítico, propio de los intelectuales y de los periodistas comprometidos, suele inquietar a gobiernos más bien escasos de transparencia. 

¿Deberíamos preocuparnos?