En estos tiempos que vivimos, en  que aparecen evangélicos que desean dedicarse a  política con una biblia bajo el brazo, o que se escudan en la libertad de expresión para decir cualquier barbaridad, vale la pena detenerse en los límites de lo tolerable en democracia. La libertad de expresión  no puede ser cómplice de posturas intolerantes que intentan imponer creencias.

Lamentablemente en el país hay pastores evangélicos y líderes religiosos que se prestan para facilitar estas pretensiones “no santas”, olvidando que la religión no puede compartir la fuerza material con los políticos y gobernantes sin cargar con una gran parte de los odios que provocan. Ignorando también que la política se construye con el poder, en cambio la religión con el Reino de Dios.

A propósito de unas declaraciones “político-partidarias” de algunos pastores “evangélicos” de aquí, que llenan estadios para satisfacer su ego más que para  alabar al Señor, tomamos “dichos testimonios” como prueba de sus desbocados pronunciamientos políticos, enfatizando  sus confusos y contradictorios afanes políticos frente a lo expresado  por Jesucristo según el evangelio de San Mateo cuando recomendó  a los  fariseos dar “al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios” (Mateo 22:21).

Llamaremos de manera general  ‘evangélicos’ a todos los grupos cristianos que, en mayor o menor medida, centran su actividad eclesial en la labor evangelizadora y conversionista. Dentro de ellos podemos encontrar, históricamente, desde denominaciones más tradicionales como los presbiterianos, bautistas y metodistas, hasta ‘evangelicales’, pentecostales, neopentecostales e iglesias libres.

Conviene precisar que no se debe  hablar de ‘La Iglesia Evangélica’ haciendo un símil con ‘La Iglesia Católica’, sino de ‘las Iglesias Evangélicas’, siempre en plural. Cabe especificar también, que los Adventistas del Séptimo Día, los Testigos de Jehová y la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los últimos días (mormones) no son parte de la gran y diversa comunidad evangélica latinoamericana, y,  por tanto, dominicana.

El teólogo y escritor José Luis Pérez Guadalupe en su libro “Entre Dios y el César”, publicado en el 2017, formula unas preguntas que definen la incertidumbre sobre la participación de los evangélicos en política: “Los evangélicos latinoamericanos que participan actualmente en política, ¿en verdad son “líderes políticos”? ¿O siguen siendo y sintiéndose “líderes religiosos”? Es decir, ¿su motivación última es política o religiosa? ¿Son “políticos evangélicos” o “evangélicos políticos”?

Estas preguntas constituyen un serio cuestionamiento a los líderes evangélicos dominicanos que por conveniencia partidaria,  beneficio personal y familiar  o “mala fe” se involucran en la política como activistas partidarios en detrimento  su misión  de  impulsar el Reino de Dios.

Algunos “políticos evangélicos”, siguiendo el ejemplo de los malos políticos dominicanos, han caído en casos de corrupción, lo cual es doloroso para la sociedad en general que desea ver en ellos un  grupo distinto, honesto y ejemplarizante porque considera que toman en serio el mandato de ser “sal y luz del mundo”. Pero sucede lo contrario.

Las iglesias evangélicas auténticas y sus líderes deben evitar “usar el púlpito o cargos ministeriales” con fines políticos. Deben evitar el uso ideológico de la predicación o el asumir actitudes emocionales, falseadas y  parciales para favorecer un determinado partido o candidato cual políticos partidarios tendenciados. Un problema serio es que en tiempo de elecciones en muchas iglesias evangélicas (y católicas) el púlpito se ha vuelto frívolo, para repartir como frutas del mercado opiniones políticas en vez de proclamar la Palabra de Dios.

La tentación del poder y la búsqueda de reconocimiento o beneficios siempre perseguirán a muchos de los líderes de  las iglesias evangélicas. Esto le calza bien a los dos pastores que claman como voz en el “desierto del Centro Olímpico” de Santo Domingo y otros lugares su simpatía política como Judas que  manipulan al “pueblo evangélico” en  contra o a favor de ciertos partidos o candidatos. Algunos se libran de estas tentaciones, otros terminan siendo “víctimas conscientes” de las mismas.

Los evangélicos están llamados a participar en la política, pero no deben valerse de sus organizaciones como medios para favorecer un partido, un candidato o una ideología política. Los pastores no pueden decidir políticamente por los feligreses. Y mucho menos  “bajarles línea” a favor o en contra de un candidato o un partido. Por lo tanto, no se puede considerar  a los feligreses evangélicos como “idiotas útiles” que de forma pasiva reciben mandatos políticos de sus pastores y líderes.

La fe es algo personal. Se pasa de  una perspectiva grupal institucional a una individual , en la cual no es la institución religiosa la que decide lo que sus miembros deben creer o decidir,  sino que  son los mismos ´feligreses’ quienes determinan su menú de creencias y libertades al momento de decidir su afiliación partidaria o a la hora de manifestar su preferencia de voto. Lo contrario atenta contra la libertad de conciencia y los principios democráticos.

Los evangélicos si pueden involucrarse en política pero reconociendo una identidad diferente a la de los políticos. Realmente vale la pena su participación política en tanto ciudadanos de la nación, que tienen  deberes y responsabilidades con el prójimo, de trabajar por el bien común, de ser  una voz de los que no tienen voz en una sociedad  en la que cada vez se agranda la brecha de ricos y pobres.

Los evangélicos pueden y deben participar en política a sabiendas de que en ese rol constituyen un riesgo para el desarrollo de una sociedad moderna y pluralista, porque forman parte de una avanzada contra los nuevos tiempos y procesos que se viven en la región y en el país, y en muchos casos, coartando la libertad individual  e imponiendo su visión conservadora de derecha.

Y que no digan los pastores evangélicos de aquí, que andan saltos políticos, que representan mayorías o que constituyen una cantera de un supuesto “voto confesional”. A los políticos les encanta escuchar este canto de sirena. Todos los partidos quieren ganarse la gracia del voto evangélico o, por lo menos, tener algún pastor en sus filas. El reclutamiento es visible y repugnante.

Pero no resulta así. A raíz de las elecciones del 2016, mediante una Carta Pública de fecha 21 de abril del 2016, los Concilios Asamblea de Dios, Iglesia de Dios, Iglesia de Dios de la Profecía, Iglesia de Dios Pentecostal, Iglesia Cristiana Palabra de Vida, Iglesia Monte de Dios, Iglesia Cristiana de la Comunidad, Iglesia Misionera e Iglesia Metodista Libre, quienes representan no menos del 75% de toda la colectividad Cristiana Evangélica de la República Dominicana, manifestaron que “desautorizan a todos aquellos que por conveniencia partidaria están mandando a votar por candidatos en diferentes posiciones, comprometiendo así a la población Cristiana”.  Su posición es clara y valiente.

¡El que tenga oídos para oír, que oiga! (Mateo 11:15).