Nueva York.-Para entender cómo Donald Trump ganó la presidencia, debemos aceptar que Trump resulta absolutamente irrelevante en esa historia. Trump es consecuencia directa de la bancarrota política estadounidense.
El tiempo de los estadistas que pensaban en el bien común, es parte del pasado, los gobernantes actuales solo piensan en acumular más poder y dinero. El pueblo entendió eso y se levantó contra ellos.
Trump capitalizó ese voto-castigo.
El desprecio del votante estadounidense hacia su clase política es el mismo, magnificado, que sienten los dominicanos hacia todos los políticos, sin excepción.
Las posibilidades de Ramfis Domínguez Trujillo son similares a las que tuvo Trump, exactamente por las mismas razones. Sólo los políticos, mirándose al espejo, tienen una buena imagen de ellos mismos, el resto de la nación los desprecia, por ladrones, arrogantes e indolentes.
Sumados, los crímenes políticos selectivos de Trujillo, a lo largo de 31 años, quizá sean muy inferiores a unos cuantos meses de la delincuencia actual. Ese pasado ya no asusta.
Más asusta el presente, su desorden total, la ausencia absoluta de seguridad pública, sin garantías jurídicas ni nada de lo que debe tener una sociedad medianamente funcional. De ese ecosistema político, necesariamente surgirá un nuevo liderazgo.
Domínguez Trujillo tiene un discurso sencillo, un decálogo muy bien articulado y amoroso, mientras le lanzan odio, el responde hablando del amor que siente por su pueblo.
Las elecciones dominicanas no se ganan, siempre se pierden. Recordemos que antes del voto-castigo contra Hipólito Mejía en el 2004, “el diablo” le ganó en una encuesta radial, hoy le ganaría a todos los políticos juntos.
Reciclar líderes y nombres es un hábito muy dominicano.
Que los descendientes de Juan Bosch le abran paso a un nieto de Trujillo, demuestra que la historia es una puta descarada, sin escrúpulos, rubor ni tapujos.