Quién le explica al país  que los dirigentes de un partido minoritario de extrema derecha, como la Fuerza Nacional (FNP), lo de progresista es un chiste, se mantengan en un gobierno que a su decir está formado por “traidores de la patria”, desde el Presidente de la República hasta los más connotados de los funcionarios de su entorno y confianza. ¿Quién descifra ese enigma? ¿Por qué no renuncian poniendo en alto los valores éticos que su líder y fundador está obligado a defender por la responsabilidad del cargo que desempeña? ¿Cómo puede hablarse de dignidad formando parte de un gobierno repleto de “traidores?

Si esa organización no está de acuerdo con las políticas de la administración y las denuncia y critica con la dureza en que lo hace, lo correcto es que abandone las posiciones que en ella  ocupan sus dirigentes, como una muestra de cohesión y seriedad política. Lo contrario, permanecer en los altos cargos en los que fueron designados en virtud de una alianza electoral, dice muy poco de su lealtad a los principios que alega defender.

Su concepción del patriotismo es aberrante y provocadora. La verdadera traición a la patria reside en la propagación de un ultranacionalismo que promueve la confrontación y el odio racial, que daña nuestra imagen en la comunidad internacional.  Si se desvía el debate de los graves asuntos nacionales al tema de la “traición a la patria”, habría que colocar en los primeros puntos de esa agenda la quiebra fraudulenta de los bancos y la defensa que en su oportunidad se hizo a los causantes del mayor escándalo de corrupción conocida hasta entonces en la historia nacional.  Si esa es la discusión que se pretende imponer a base de chantajes y amenazas, algunos altares se moverán y muchos santos rodarán por el suelo. Si algún respeto sienten por sí mismo, los dirigentes de la FNP deberían irse del gobierno. No los destituyen porque su permanencia en los puestos los retrata de cuerpo entero.