La recomposición del mapa político luego de la elección de un presidente de la República de un partido distinto al que estuvo al mando del gobierno en los últimos 16 años, y de nuevas autoridades congresuales y municipales, así como la terminación del control cuasi absoluto que detentaba el anterior partido, es una oportunidad para fortalecer nuestra débil democracia.

Aunque hay situaciones que no deberían dar lugar a discusión o que debería darse por descartado que sucedan, pues a todas luces son irracionales, poco democráticas, ilegales o inconvenientes, lo cierto es que en la realidad las cosas son dependiendo del cristal con que cada quien las mire, y lo que ayer se justificó, dispuso o impuso, hoy se cuestionará que otro pretenda hacerlo, y la sociedad que en muchos casos observó impávida, tolerante o con denuncias minoritarias; ante la nueva coyuntura no estará dispuesta a que vuelvan a suceder, porque de eso también se trata el cambio, una nueva actitud no solo de los gobernantes sino de los gobernados.

A pesar de las circunstancias adversas que atraviesa el mundo, enfrentando la peor crisis económica que haya vivido al menos en la historia reciente, provocada por una pandemia cuyo control aun luce indefinido, podemos considerarnos privilegiados por haber logrado ser capaces de elegir nuevas autoridades que han despertado esperanzas en medio de estos oscuros momentos.  Por eso es tan importante no desperdiciar la oportunidad que tenemos de devolver la confianza y la credibilidad en las instituciones públicas y las autoridades.

Construir esa credibilidad depende principalmente de las cualidades de los funcionarios elegidos y su accionar, pero debemos estar conscientes que como sociedad podemos generar un ecosistema favorable para que haya buenos funcionarios y que estimule que los siga habiendo, o un caldo de cultivo para los corruptos y malos que provoque que solo aquellos que no tienen nada que perder y la epidermis necesaria para soportar los juegos a veces muy sucios del quehacer público, participen.

Los que se han beneficiado de un Estado clientelar, poco transparente, de instituciones débiles y de la impunidad, siempre buscarán la forma de perpetuar el estado de las cosas y de tratar de demeritar buenas iniciativas o de generar confusión tratando de reducir las cosas a que todos somos igualmente malos, o de confundir el debate entre lo bien y lo mal hecho.

Es lo que sucede con respecto a la selección de personas para puestos en los que se demanda independencia, entre otras cualidades, como fue el caso de la Procuraduría General y ahora se trata de la Junta Central Electoral, se intenta decir que es imposible conseguir a quien lo sea, lo cual es falso.   El adjetivo independiente dicho de una persona según la Real Academia de la Lengua significa “Que sostiene sus derechos u opiniones sin admitir intervención ajena”, y la independencia es “Entereza, firmeza de carácter.”

No nos dejemos confundir con el discurso de que es imposible conseguir personas que tengan entereza y firmeza, capaces de sostener lo que piensan es justo o legal, o de rechazar lo que es injusto o ilegal, los hechos están a la vista de todos y así como hay personas egoístas y generosas, holgazanas y trabajadoras, corruptas y éticas, también hay personas genuflexas, cuyas respuestas al poder es solo un “sí señor”, incapaces de defender una posición o llevar la contraria a la mayoría, no solo en una institución u órgano colegiado público, sino también en el ámbito privado, pero afortunadamente hay de todo en la viña del Señor, y también hay independientes, que no doblegan sus principios y convicciones.  Negar esto es una vil manipulación que busca empequeñecernos a todos, cuando lo que debemos perseguir es el engrandecimiento de la Nación, el cual  solo se conseguirá de la mano de los mejores.