El pasado martes alrededor de las 4.30 PM corrió la voz en Villas Agrícolas que una niña de 9 años había desaparecido.

A…. es la segunda hija de una humilde familia de inmigrantes que se caracteriza por su dignidad y seriedad. La madre asumió la jefatura de familia cuando el padre salió a buscar mejores oportunidades en Chile. La fuerte unión y respeto entre la madre y sus dos hijas, así como la presencia remota del padre, es algo reconocido por el vecindario.

Esta desaparición conmovió el sector. De inmediato la comunidad entera (vecinos, motoconchistas, compañeros de escuela, profesores, madres de familia, juntas de vecinos) se movilizó, recorriendo callejones, patios y caseríos. La solidaridad se hizo muy presente y los adolescentes compañeros de la hermana mayor participaron en todo momento de manera muy activa en la búsqueda.

Con el paso de las horas y la caída de la noche en la calle, las conjeturas de los vecinos eran cada vez más sombrías: “quizás ya no aparezca”; “¿estará viva a esta hora?”. Cerca de la casa se oía el llanto de la madre y de la hermana mayor que habían agotado todos los medios a su alcance para encontrar su familiar.

La situación de pobreza y vulnerabilidad extrema que atraviesa una gran parte de los moradores de nuestros barrios marginados hace de nuestra niñez presa fácil. El hacinamiento, las cuarterías compartidas divididas solo por un cartón, los callejones infinitos y oscuros sin salidas, barrios detrás del barrio, partes atrás, violencia endémica, crean todas las condiciones para que a la más mínima alerta cunda el pánico dentro de la población.

A pesar de la ley de silencio que impera en las comunidades, los pobladores saben a ciencia cierta quién es quién y tienen muy claro el mapa de lugares inseguros y de personas conocidas por sus problemas de comportamiento.

En estas situaciones se debe siempre recordar que, según datos de la Coalición de ONGs para la Infancia, en 2018 se registraron 1,290 casos de abusos sexuales, 2,004 casos de seducción de menores de edad y 308 casos de incesto. No se puede olvidar las tantas Esmeralda y Liz María que vieron sus sueños brutalmente tronchados de mano de un abusador vecino, pariente o amigo de la familia y hoy yacen sepultadas bajo la tierra.

Temiendo por la integridad de A…, en un barrio donde pululan los hoteles de paso y la prostitución, donde cualquier adulto mal intencionado se lleva una menor en el mejor de los casos como su pareja del momento y en el peor para prostituirla a la vista de todos, no se perdió tiempo alguno.

La Policía, alertada, prometió aumentar el patrullaje en el sector. De una vez las juntas de vecinos se activaron y la prensa se hizo eco de la desaparición. Mientras tanto se solicitaba a los comerciantes de la calle Félix Evaristo Mejía el acceso a sus cámaras para poder seguir el rastreo de los pasos de la niña.

Al pasar las horas, vecinos, niños y adolescentes copaban siempre la calle acompañando a la madre en su vía crucis. Los rumores inherentes a este tipo de situaciones iban y venían: “la vieron con su padre (el padre vive fuera)”, “abran las puertas, la niña se quedó trancada en tal sitio”, “la vieron por tal lugar o por tal otro”.

Casi a las once de la noche, la gente empezó a correr y a vociferar en todos los sentidos. La niña había aparecido en la Zurza. Poco después ella fue traída a casa temblorosa, llorosa y asustada por un hombre en un motor. Fue un momento de gran alegría para todo el sector.

A… hizo un recuento de lo que le había pasado, su relato no daba razón de las largas horas que había pasado en la calle y en la oscuridad. Estába aterrorizada pero ilesa.

¿Qué sucedió realmente? Todo indica que la rápida difusión de la noticia y la movilización de toda la comunidad jugó un papel importante en el retorno de la niña sana y salva a su hogar.

Corrió la voz que se la había llevado un señor mayor que tiene la reputación de propasarse con las niñas. ¿Cuál es la historia real?  ¿Ilusión o verdadero peligro? La familia está en manos de profesionales de la conducta que van a adentrarse en lo ocurrido y ayudarla a retomar el curso de su vida.

A pesar del sistema de protección y de la creciente toma de conciencia de las situaciones de abusos hacia la niñez, la violencia y el abuso en todas sus expresiones forman parte de la realidad de muchos niños y niñas en la República Dominicana.

La situación ha sido agravada por la pandemia y es más que nunca es necesario fomentar en nuestros barrios comunidades seguras con entornos protectores, desde las perspectivas psicológica, jurídica, y social.

En esta construcción es imprescindible que participen todas las fuerzas vivas de los sectores: desde las juntas de vecinos, iglesias, escuelas, colmaderos, motoconchistas, dueños de talleres, padres, madres y los mismos niños, niñas y adolescentes que deben hacer oír sus voces en pro de sus derechos.

A defecto de respuesta del sistema de protección la organización de las comunidades es un reto. La realización de un mapeo de los puntos negros y de las zonas inseguras en materia de violencia sexual es una labor invaluable que las comunidades pueden, una vez elaborado, llevar a la fiscalía y al CONANI para reclamar que sean respetados los derechos del niño a vivir en un ambiente protegido.