Si en algo la vida es categórica, es cuando se trata de lecciones. A veces con la sutileza de la seda y otras, contundente casi hasta la crueldad. El tiempo, sabio maestro, se encarga de encajar cada pieza en su lugar y demostrarnos, como si se tratara de un pulso, que por más que uno insista en algo, o en alguien también, a fin de cuentas no es ni uno mismo quién sabe ni decide.

El tiempo es como una esposa sabia que tiene el control de todo, pero le hace sentir al marido, con pequeñas concesiones, que quien manda es él. No se hagan mujeres, que probablemente me lean con una sonrisa en los labios.

Así pasa con el interés. Tanto cuando es mutuo, como cuando no es correspondido. Lo bonito del interés cuando encuentra quórum, esa complicidad que delata al más discreto; como bailar al ritmo de lo que toque la vida, sin necesidad de medir el compás; cuando el interés es mutuo, poco margen deja la vida para coordinar, amarrar, agendar o hacer espacio, todo fluye y fluye bonito. Si no hay tiempo, se fabrica. Si no se puede, se le busca la vuelta.

De igual forma, y en desgracia, igual como la complicidad delata al correspondido, nada grita más fuerte que el desinterés y el hecho de saberse en una relación, no necesariamente amorosa, remando sólo mientras el otro se cruza de brazos en el bote. El desinterés siempre encontrará una excusa, una agenda, ocupaciones y kilómetros.

¿Cuántas veces no se ve uno cruzando límites propios en nombre del interés? ¿Con cuántos amigos siente uno que si no llama, no busca, no escribe, no se sabe de ellos? ¿Cuántos kilómetros recorridos entre una ciudad y otra? ¿Cuántas decisiones a ojos cerrados? ¿Cuántas veces rompió su palabra ante usted mismo? Muchísimas veces y me atrevo a afirmar, que a todos nos ha pasado.

Lo cierto es, que queda de uno definir hasta dónde nos alcanza el interés, y aún más importante, quiénes son aquellos merecedores de nuestro interés, del seguimiento bonito y muchísimas veces también, de nuestros propios modales. Un desaire no se le tolera a cualquiera.

Uno tiene que despertar todos los días pidiéndole a la vida la sabiduría necesaria para reconocer ese interés mutuo y bailar a ese ritmo maravilloso, pecho erguido, frente en alto y bien creído, como todo un privilegiado. O en su defecto, cuando el interés no alcance, recoger motetes y alzar vuelo con dignidad.

Es sencillo, sea gente con quien también sea gente con usted. Que si usted puede leer estas líneas, seguro está en capacidad de tomar sus propias decisiones, de asumir la gentileza de no jugar con los demás y sobre todo, de ser franco. Con usted mismo y con los demás.

Sea cual sea el caso, lo bueno es que la vida por lo menos nos concede esa gracia. Aprovéchela y disfrútela.