Leyendo diversos debates que se suscitan en las redes sociales relativos a figuras políticas y a diversos hechos políticos, es notoria la limitada objetividad argumental de la generalidad de los participantes, la virulencia e irrespeto a las personas con posiciones contrarias; a parte de la unilateralidad con que tratan los temas. Muchos, en su calidad de militantes defienden causas y figuras emblemáticas de esas causas con un nivel de vehemencia que más que militantes parecen feligreses. La feligresía es digna de respeto cuando se mantiene en el ámbito de lo religioso, pero cuando de esta se pretende hacer militancia entonces pierde legitimidad y sentido. El caso Lula, y más que este, la defensa a determinados regímenes políticos que hacen algunos me lleva, a esta reflexión.
Nadie, con sentido de la objetividad ni de honestidad, puede negar las masacres de los Estados Unidos en varios países, negar la foto de la adolescente vietnamita corriendo desnuda por las calles con las quemaduras que le produjeron las bombas de napalm arrojadas indiscriminadamente por ese país sobre Vietnam, nadie olvida las masacre del ejército francés en las calles de Argelia, ni la tala de olivos milenarios en los campos de ese país para destruir la base económica de comunidades que apoyaban los guerrilleros independentistas, tampoco el asesinato de Patricio Lumumba en el Congo de parte Bélgica, las masacres colectivas y de singulares militantes por la libertad cometidos por el Apartheid en la Sudáfrica sostenida por Inglaterra, entre otros crímenes abominables de las potencias imperialistas.
Pero, son también condenables las masacres de Mobutu en el Congo, la larga y sangrienta dictadura de Mugabe en Zimbabue, la corrupción, incompetencia e indolencia de los sucesores de Mandela en Sudáfrica, la falta de libertad en Argelia, el capitalismo de estado y salvaje en Vietnam, la corrupción generalizada en países llamados socialistas, la corrupción de altos funcionarios venezolanos con cuentas millonarias en diversos paraísos fiscales y sus vinculaciones con la trama de sobornos de Odebrecht. Todos esos crímenes son de exclusiva responsabilidad de quienes tomaron el poder luego de las “liberaciones” y de otros procesos, son responsabilidad de criminales nacionales. Una ceguera sustentada en la fe, no en la razón, impide ver esta cuestión y que se reiteren regímenes de esa catadura.
En el caso de Lula, nadie en su sano juicio puede negar que a este se le ha impuesto una condena en un juicio que ha discurrido en franca violación del debido proceso, sin sustentación documental para imponerle una desmedida condena. Es innegable que a Lula no solo se le ha condenado por su significado político, sino con saña por sus orígenes sociales, por ser un pobre que redimió a muchos pobres; como aquí a se le impidió a Peña Gómez ser presidente por ser pobre, además de negro de origen haitiano. Pero, tampoco puede negarse que Lula cometió el grave delito de prohijar escandalosos actos de corrupción, de beneficiarse políticamente al hacer lobbies con multinacionales, como Odebrecht, para favorecer a aliados políticos brasileños y extranjeros.
Es innegable que la derecha brasileña y del continente americano se regodean del trágico final que está viviendo Lula, pero es igualmente innegable que este se hizo vulnerable con sus relaciones con las multinacionales, con las acciones de Petrobras y con el tinglado de sobornos de Odebrecht. No es posible ignorar que Lula conocía los niveles de corrupción en que han discurrido los gobiernos del PLD, para los cuales hizo labor de lobbies para que se le otorgase contratos Odebrecht en condiciones onerosas para el país, entre los que se destaca el de la construcción de Punta Catalina. Tampoco que Odebrecht tuvo por varios años a un jefe orquesta de los sobornos de esa empresa instalado en una oficina en el Palacio Nacional de este país para financiar las campañas electorales del PLD, para blanquear la imagen de los gobiernos de ese partido y para organizar y financiar candidatos en diversos países.
Defender a Lula sin establecer sus niveles de responsabilidad en esos y otros actos dolosos, reducirlo meramente a una conjura nacional e internacional contra el personaje no conduce al establecimiento de la dimensión real y total de las razones de la tragedia que actualmente este vive. Esa reducción del hecho impide un conocimiento real del problema y por tanto impide extraer una lección objetiva del mismo que sirva para evitar que otra experiencia de poder que se reclame al servicio de los pobres termine con la infausta tragedia que actualmente vive el más notable líder popular que haya tenido este continente.
Que sus feligreses lo excusen y defiendan sin matices lo entiendo, no es la primera vez que esto sucede con el final o la muerte de un proceso o de líder carismático y emblemático, pero quienes militamos por la causa que Lula abrazó y que en gran medida lesionó tenemos razones para no hacerlo.