La situación que se ha suscitado entre la República Dominicana y la de Haití por lo que podríamos denominar como “l’affaire” de los huevos y pollos, retrata lo que acontecido desde hace décadas entre ambos Estados: una relación desigual.
Las relaciones entre países fronterizos siempre generan tensión y arrastran un caudal de decisiones históricas que marcan sus relaciones. Es el caso de México que perdió en sucesivas guerras con su vecino del norte los Estados Unidos enormes extensiones de terreno, de muchos países de Europa, de Bolivia y Chile, por la pérdida de la salida al mar de la primera en la Guerra del Pacífico, entre otros.
A pesar de que en el caso de las relaciones dominico-haitianas quien fue invadida por 22 años fue la República Dominicana, el hecho de que de que esta, a pesar de sus múltiples problemas haya logrado niveles de crecimiento económico y desarrollo institucional muy superiores a los de Haití; ha hecho que poco a poco se haya alimentado un complejo de culpa que nos impide sostener una relación entre iguales con nuestro vecino.
Una cosa es que reprobemos hechos bochornosos como la masacre cometida por la dictadura de Trujillo, al igual como deberían nuestros vecinos reprobar muchas otras cometidas por Boyer y Dessalines, y, otra, que por presión internacional y sentimientos creados, , aceptemos que en esta relación los dominicanos somos los malos y poderosos, mientras los haitianos son los buenos y desvalidos.
La decisión del gobierno haitiano de impedir la entrada a huevos y pollos no parece ser ni repentina ni inocente. La excusa de la inexistente gripe aviar utilizada actualmente, rescata el argumento bajo el cual anteriormente ya se había impedido el comercio de estos productos.
La inmensa legación dominicana en Haití, que se dice tiene más de 60 Ministros Consejeros, de nada sirvió para manejar bien este impasse diplomático. Nuestras autoridades no supieron leer el mensaje dado por sus homólogas haitianas y cometieron el error de exponer a su comisión de Ministros y altos funcionarios al fracaso.
Los haitianos que necesitan del comercio bilateral, se dan el lujo de actuar en solitario cuando entienden que sus propios intereses así lo aconsejan, sin importarle guardar ni las formas ni el más mínimo respeto entre socios comerciales; exhibiendo gran firmeza para resistir presiones. Mientras en enero de 2013 las protestas desatadas en la frontera por la aplicación del plan de regularización de migrantes y la presión de organizaciones religiosas y sociales provocaron rápidas reacciones del Presidente Medina y la solución en cuestión de días; ni la visita a Haití ni la reunión binacional en el mismo Palacio Nacional ha provocado que el gobierno haitiano ceda en su decisión unilateral.
Esta ”affaire” ha dejado al desnudo nuestra inexistente política exterior, nuestra falta de planificación ante la previsible guerra contra la importación de ciertos productos, la inutilidad de nuestro excesivo y costoso servicio exterior y nuestra incapacidad para tratar de igual a igual a nuestros vecinos. Ojalá entendamos que ninguna solución podrá darse en estas relaciones, hasta tanto no dialoguemos de igual a igual.