Uno de los más grandes “milagros” de la Iglesia Católica ha sido el vender como buena la idea de su “evangelización”. Hacerle creer a las gentes de ayer y de hoy que ejecutan una actividad loable y provechosa a favor los seres humanos, un acto de bien y sacrificio supremo cuyo propósito es llevar la civilización y la verdad a los pueblos de la Tierra.

Sin embargo, detrás de este engaño subyace un engaño mayor: la idea de que Dios los ha enviado por el mundo a salvar las almas para llevarlas al Paraíso. ¡Cuántas mentiras!

Basta recordar la triste “evangelización de America” para sentir el peor de los ascos, recordar cuando la Iglesia, como institución nodriza de poderosos imperios coloniales, se dedicó en cuerpo y alma a amamantar con su droga doctrinaria y dogmática a los nativos de América para que fuesen explotados… lavando sus cerebros a fuerza del látigo del infierno y de falsos argumentos.

Todo, para recibir su pago, para recibir el oro y las riquezas que hoy exhiben orgullosos en sus altares, decorando sus sacros lugares con la sangre y la muerte de sus “evangelizados”.

Si la Iglesia fuese una institución espiritual, si el espíritu de Cristo y la verdad fuesen su Norte y guía, la Iglesia aprovecharía  cada año, cada Día de la Raza para pedirle perdón a los pueblos de América y al mundo por haber cometido el genocidio cultural y material más extenso e intenso que ha registrado la historia.

Esto, aparte de hacerles creer a todos que es una institución religiosa y no lo que es: un emporio internacional netamente político, materialista y humano, y por demás degenerado.