A raíz de una serie de comentarios que hicieron algunos lectores de mi artículo anterior http://acento.com.do/2015/opinion/8307458-de-piedra-caliza-y-areas-protegidas/ me he convencido de que al interior de la sociedad dominicana se ha estado incubando un ambiente de sospecha en el prójimo que podría tener implicaciones nefastas. Aquella tan famosa como desventurada frase de que el país se divide en dos: los corruptos y los peledeistas, tras tantos años de este partido en el poder y tantos casos de corrupción impunes, podría estarse reproduciendo ahora en sentido inverso.
Peor aún, mucha gente podría estar aceptando la siguiente idea como proposición: todos los peledeistas son corruptos, todos los que trabajan en el Estado son peledeistas; por ende, todo funcionario o servidor público es corrupto. Y esto sería muy negativo: primero porque es falso, segundo porque es injusto con infinidad de servidores que hacen lo mejor posible y se ganan la vida honradamente; y tercero, porque con esta desconfianza podríamos estar dificultando encontrar solución a muchos problemas nacionales.
En los países suele haber mayor o menor corrupción conforme predominen unos valores que la sociedad va forjando en el tiempo, conforme haya poderes independientes, las instituciones funcionen y exista una sociedad civil capaz de contrarrestar los excesos de los que gobiernan o aspiran a gobernar. Pero la historia del último siglo en Europa, en Asia y en América Latina nos enseña que ni los valores morales ni la corrupción se identifican en particular con ninguna ideología ni afiliación partidaria.
Teóricamente la ideología de izquierda se basa en una serie de principios básicos entre los cuales hay dos que parecerían ser incompatibles con la corrupción generalizada: la gestión pública fundamentada en la prevalencia del interés colectivo sobre el particular; y la necesidad de crear un Estado fuerte para posibilitar lo primero. Por esas simples razones uno esperaría que un gobierno de izquierda, o una persona de izquierda puesta a administrar una repartición estatal, actuara conforme a esos principios y afrontara su trabajo en función del interés social en vez del personal, y que jamás se propusiera expoliar al Estado que se supondría que viene a fortalecer.
La ideología de derecha, al revés, se siente identificada por una concepción de la vida en que el interés individual prevalece por encima del colectivo y postula por un Estado débil que no trabe ni condicione el libre ejercicio ni el enriquecimiento individual. De ahí a patrocinar o admitir la corrupción hay una gran distancia, pues siempre se ha sabido que no toda forma de triunfar es válida, pero al final se entendería que un acto corrupto le genera menos conflictos con su concepción de la vida y de la sociedad.
Sin embargo, muchos gobiernos teóricamente de izquierda, terminaron traicionando sus postulados y entronizándose en el poder, apropiándose del Estado y expoliando las riquezas nacionales tal como harían las dictaduras de derecha que sus pueblos lucharon por superar a base de tanto dolor, sacrificios y derramamiento de sangre, en heroico esfuerzo por superar las injusticias que se derivan de la corrupción. Eso indica que la corrupción no entiende de ideología ni de partidismos. En nuestra vida cotidiana encontramos miles de personas izquierdistas, perredeistas, perremeistas, peledeistas, reformistas y hasta vinchistas que habitualmente realizan su trabajo con honestidad.
Y por muy pobre que sea la imagen que podamos tener de la burocracia, el Congreso, el municipio, la policía, la justicia, la escuela o el hospital, la realidad es que infinidad de funcionarios de alto y de mediano nivel, de fiscales y jueces, de médicos y profesores, de oficinistas o humildes servidores como guardias, policías o mensajeros, se levantan todas las mañanas con la misión de ganarse la vida honradamente y prestar el mejor servicio a la patria.
Mientras mucha gente crea que todo funcionario público es corrupto por el hecho de ser funcionario, o que la condición de honesto depende del partido o candidato de su preferencia, nuestro país estará condenado a fracasar como sociedad. La historia también nos enseña que los países que han logrado tomar la ruta del desarrollo y superar los males del atraso que nos caracteriza, es porque han logrado una serie de consensos básicos sobre las líneas maestras del camino a seguir. Y eso es imposible cuando nadie confía en nadie.
Yo no entiendo qué sentido tiene que nos pasemos el tiempo discutiendo sobre Estrategia Nacional de Desarrollo, de planes provinciales o municipales, de pactos educativo, eléctrico o fiscal, si al final cada quien sale de ahí pensando en la forma de evadir lo acordado, de burlar la palabra empeñada, porque está convencido de que su interlocutor es un corrupto, o sencillamente que tampoco cumplirá las responsabilidades que ha asumido con su firma.
Si no hay condiciones para un ambiente de confianza mínima, tales discusiones son tanto un desperdicio de tiempo y de talentos como la antesala de fracasos mayores en el futuro.