La primera canción que escuché de Joe Dassin fue una con tintes melodramáticos. Se trata de un tipo que abandona su casa y vuelve no sé cuántos años después. Como si nada hubiera pasado, ‘se tarda más’ en saludar a su esposa que en pedirle un café: «Salut, c’est encore moi. Salut, comment tu vas ? Le temps m’a paru trop long, loin de la maison j’ai pensé à toi».
Sergei, un amigo de mi hermana le había regalado un disco jurándole que era la versión francesa de José José y que en su natal Moscú era requete famoso. Además, le ayudaría en los cursos de la Alianza. De las tres explicaciones, la de compararlo con el Príncipe de la Canción era el más cuestionable pero vaya si nos sirvió para medio aprender francés, ya que las letras eran bastante sencillas.
Americano de origen judío, Joe nace en Nueva York en noviembre de 1938, a donde sus abuelos habían llegado cuarenta años antes, huyendo de la Rusia zarista. Era Hijo de la violinista Béatrice Launier y del cineasta Jules Dassin (que destacó en el llamado Cine Negro). En los cincuenta fue acusado (y acosado) por el irascible McCarthey de comunista. En aquellos tiempos, el peligro no eran los pobres migrantes como ahora, que son esperados con el afecto de los fusiles cuando intentan llegar a Gringolandia, sino la ideología que brotaba desde la Plaza Roja. Así que don Jules tuvo que errar para poder vivir del séptimo arte. En ese trajín, su hijo estudiaría en diez escuelas distintas, desde Los Ángeles hasta Suiza, pasando París y Grenoble, donde termina el bachillerato.
En el 56, luego del divorcio de sus papitos, regresa a Estados Unidos donde trabajará de plomero, de ayudante de cocina, de disc jockey, al tiempo que estudia etnología en Michigan, allí conoce a un cantante de folk, Pete Seeger, quien le presenta a otro trovador, un tal Robert Zimmerman, al que luego llamarán míster Dylan.
A mediados de los sesenta, regresa a Francia y se pone cante que cante. El éxito, como dice la prensa, no se hace esperar. Por ejemplo, la canción L’Amérique –un cover que en inglés se llama Yellow River, del grupo Christie–, habla del sueño americano y en su momento vendió un montón de copias (700 mil según la nada fiable Wikipedia).
Ahora bien, nunca supe si el Ministerio de Turismo le agradeció la publicidad que le hizo a los Campos Elíseos: «Aux Champs-Elysées, aux Champs-Elysées. Au soleil, sous la pluie, à midi ou à minuit. Il y a tout ce que vous voulez aux Champs-Elysées ». (Con sol o lluvia, al medio día o a media noche en los Campos Elíseos hay todo lo que uno quiere…). Esta celebérrima canción, para variar, la descubrí en mis clases de francés… Mientras escribo esto, veo existen versiones en italiano, inglés, español y alemán ya que aparentemente le gustaban los idiomas. No se puede negar la belleza de los sitios que la limitan: Junto al Sena, el obelisco de la Plaza de la Concordia, que recuerda el afectuoso “regalo” de Egipto a Napoleón y del otro lado, el majestuoso Arco del Triunfo. Yo solía pasar por allí, cuando iba a una escuela en la calle Berri y la verdad es que las manadas de turistas, los restaurantes caros y mediocres y las tiendas de siempre (McDonalds, Zara, H&M, Nike), manchan el encanto de esa calle sobrevalorada.
Volvamos a Super Joe que grabó más de doscientas canciones, unas cursis como Et si tu n’existais pas, que asegura reinventar el amor si nunca hubiera conocido a la musa idolatrada o L’été indien (El verano indio) más declamatorio que musical: «On ira, Où tu voudras, quand tu voudras, Et on s’aimera encore, même quand l’amour sera mort. Toute la vie sera pareille à ce matin, aux couleurs de l’été indien…».
A mí me gustan casi todas, en especial Les petits pains au chocolat, que le ponía a mi hija y que cuenta la historia de una linda panadera enamorada de un cliente despistado. Aunque más que distraído es miope y no distingue lo linda que es, hasta que ella le regala unos lentesotes y voilà l’amour.
Joseph Ira Dassin hubiera cumplido ochenta añitos el pasado 5 de noviembre, pero supo morirse joven, como los ídolos de buena madera. Alérgico a los paparazzi se refugiaba en Tahití cada dos por tres hasta que un día, un infarto fulminante le impidió terminarse su croissant. Desde el verano de 1980 descansa en el Hollywood Forever Cementery. Sus canciones se escuchan y son retomadas por nuevas voces y sus regalías no dejan de aumentar.