No le den más vueltas a la ruleta y hagan lo que tengan que hacer. Mantener la farsa es desgastante. Acabemos de una buena vez con este absurdo: de que si el hombre va o no, cuando la Constitución se lo prohíbe. ¿Es razonable esperar una decisión presidencial para la cual no tiene derecho? Forzar interpretaciones es tomarnos por idiotas. ¡Vamos! Cambien otra vez el artículo 124. Eso sí, evítense los motivos o al menos sean más creativos en las justificaciones. Total, el poder es de los que gobiernan y el oficialismo dispone.

Repartan el dinerito ese, que el nerviosismo carcome a los sobornables del Congreso; algunos de la llamada oposición se comen las uñas y los “leales” de Leonel ultiman los trazos de su próxima asechanza. Me imagino que las traiciones tendrán cotizaciones distintas. Armen rápido su componenda, pero no le alarguen el trance a un país con tantos apremios. Vivir cada cuatro años con este sobresalto es innecesario.  Modifiquen, ¡por cuadragésima vez!, la Constitución y establezcan que jamás se atentará en contra del derecho a ser elegido de por vida. De esa manera no volveremos a tocar el texto constitucional en los próximos dos siglos y de paso honraremos la premonición de Leonel Fernández de darle el gobierno al PLD hasta el bicentenario de la República. Me imagino que Danilo, entonces con 93 años y Leonel con 91, tendrán renovadas fuerzas para mantener de quince su disputa. La ambición es longeva y el ego no envejece. ¿Y la fábrica de presidentes? ¡Pobres muchachos! Les juro que con una sociedad como la que tenemos eso es pan comido. De lo que no estoy seguro es de si habrá o no nación para contar la historia. No espero estar aquí para escucharla.

¿Resignación? ¿Abandono? ¿Fatalismo? ¡No! Pregúntenselo a los que felizmente sobreviven con los bonos o a los poderes económicos. Todo lo que digan en contrario es para guardar las apariencias: en el fondo les ha ido bien. Esos son los que quitan y ponen presidentes. Y es que nunca un gobierno es malo cuando asiste a los de abajo y mantiene los privilegios de los de arriba. Una pobreza subsidiada y una elite protegida es la fórmula infalible de domesticación patentada por Joaquín Balaguer y mejorada por Medina. Los berrinches vienen de la clase media, esa que, según la intelectualidad oficialista, sufre de una inconformidad endógena, que nace de la envidia por no estar en el poder o de no tener lo que el poder da.

En el fondo todo el que llega quiere quedarse, y si es necesario morir en la presidencia; los pocos que no intentaron reelegirse lo desearon; los que una vez estuvieron se desviven por volver. Nadie se retira ni renuncia. Todos se creen imprescindibles y con derecho a ser jefes. Los que se estrenan en la política no lo hacen para ir al Congreso sino para morar en el Palacio, aunque se atollen en la humedad pastosa de sus sueños. Ese desenfreno es genético y está en el ADN de nuestro machismo político. Pensar de otra manera es negarse, y contra la naturaleza no se lucha.

No bien nació el Estado dominicano, la primera reforma constitucional de 1854 fue para extender el periodo presidencial a seis años y habilitar a Pedro Santana para dos ejercicios. Buenaventura Báez, en la Constitución del 14 de septiembre de 1872, estableció la reelección presidencial indefinida. La reforma del 15 de noviembre 1887, en el gobierno de Ulises Heureaux (Lilís) fue para extender el período presidencial, anteriormente acortado, a cuatro años con reelección inmediata. El 87 % de las 39 reformas constitucionales han sido fundamentalmente para acortar o extender los periodos presidenciales, permitir o no la reelección o ampliar los poderes del Ejecutivo. Tengo de vida siete reformas (1962, 1963, 1966, 1994, 2002, 2010, 2015) y me considero joven adulto. En casi todas, el tema crítico ha sido la reelección. La historia no se equivoca: nacimos para los caudillos y ellos han vivido de nosotros. A los que vienen con otras visiones los tumban. Solo sirven como referencias poéticas para inspirar ideales de sacrificios: ¡Ay, Juan Bosch!

Seamos lógicos: un presidente que fue eje clave en la trama continental urdida por Odebrecht; que asintió para que su centro de operaciones despachara cómodamente en el país; que recibió como asesor al estratega contratista de la constructora, Joao Santana, en su propio despacho; que a pesar de ser pedido por la Justicia brasileña por ese esquema operativo en su propio país y en otros, lo mantuvo como contratista del Estado sin explicar los mecanismos ni las bases de contratación; que a expensas de ese trato le adjudicó a Odebrecht la obra pública más costosa y sobrevaluada de la historia dominicana: Punta Catalina; que cuenta con el aval del principal colegio empresarial del país para asear su imagen; que a pesar de que más del cincuenta por ciento de los sobornos confesados y pagados por la firma constructora se hicieron durante su gestión no hay investigados.  Si a pesar de eso y todo lo que falta hoy Danilo Medina, según el Palacio, es la única garantía para el PLD ganar en primera vuelta (y se lo creo), entonces no hay sociedad en este planeta que pueda merecer un presidente de esa estirpe. Hasta en Haití Danilo Medina estuviera sometido a un juicio político, destituido, condenado y en prisión. La reelección de Medina es la medida más exacta de la hondura de nuestras quiebras, de la inversión de la realidad, de la disolución del poder y de una sociedad rendida. No perdamos tiempo quitemos de una buena vez ese necio impedimento constitucional y empecemos la fiesta que ya la comparsa afina las notas ¡Que viva la selva!