¡Danilo, Danilo, Danilo!… en la radio, en la televisión, en la red, en los diarios, en los vehículos, en el parque, en las plazas, en el cine, en las calles, en las carreteras, en las avenidas, en los caminos, en las veredas, en los matorrales, en el campo, en la ciudad, en la costa, en el valle, en la montaña, en el cielo, en el infierno… en el desayuno, en la merienda, en el almuerzo, en la cena, en el trabajo, en la escuela, en la universidad, en la disco, en el paseo, en el descanso, en la cita, en la espera, en la jerga, en los tragos, en el sueño, en el coito.
Danilo es instinto, imagen, reflejo, alucinación, fijación, neurosis, ofuscación, psicosis, obsesión, manía y delirio. Joao Santana dejó en franca producción la planta de control sicológico más colosal de la industria electoral. Sus operarios trabajan de día y de noche. La estrategia oscura es clara: ocupar el espacio mental del votante con una sola y suficiente idea: ¡Danilo!
Después de lo que costó redimir la reelección de su secuestro constitucional, no es posible perderla; sería históricamente catastrófico, egoístamente deshonroso. Por eso no existen mañana, ni distracción, ni excusas. El resultado debe ser certero, inequívoco y contundente. No en vano Danilo dispuso imperativamente un mandato claro: “hay que ir a las calles a buscar los votos hasta debajo de las piedras”. En la recóndita frontera, allá en Pedernales, abstraído por la impresión de que estaba muy lejos para ser escuchado, dejó caer su metálica franqueza: “Aquí no se puede inventar, no se lleven del cuento de que es una dictadura de partido, pues un presidente que no tiene Congreso, no lo dejan gobernar. Yo necesito mi Congreso. Tienen que marcarme a mí y a mis congresistas en la boleta. A mis regidores, mis alcaldes y diputados…”. En ausencia de la dictadura de partido, habló entonces la tiranía del ego: “mi”. Ahora el partido es Danilo.
Las encuestas le irán devolviendo las posiciones de antaño. La idea es abofetear a sus críticos con el calibre de su arma: el 60 %. ¿Real, inducido o fabricado? No importa; lo que interesa es el 60 %, himno de la reelección, escudería discursiva, credo santanista, baluarte del poder, grito nacional. Danilo necesita números altos, no ya para ganar, sino para justificar o expiar sus desmanes, empezando con la profanación constitucional que prohijó su repostulación.
La omnipresencia de Danilo termina donde empieza la moral pública. Esa es su debilidad mejor guardada. En sus discursos, la corrupción es la estrella ausente; en los perfiles de su “propuesta”, el vocablo olvidado; en su lugar, aparece la transparencia como concepto sombrilla para tapar, con su difusa sombra, la quiebra ética de su gestión. Danilo no está donde se hable de corrupción. Esa es una orden castrense a la que debe acogerse todo militante; por eso, para no errar, ningún candidato (aunque sea a la regiduría de Pedro Brand) puede participar en debates. Ese riesgo es muy alto para una inversión tan grande. Un tema en el que faltan las respuestas y sobran las preguntas, donde hay más omisiones que decisiones, más demagogia que realidades. Eso explica la autocensura de los medios a los que la reelección les ha comprado hasta sus caprichos. Por eso las encuestas presentan la corrupción como una cuestión residual sin atención meritoria.
Oportunidades, medios y logística del Estado, contribución de los contratistas vinculados y dinero sin cara han tejido una de las canastas más ricas para un candidato. Todo lo que pueda hacer la oposición es ridículo frente a este portentoso despliegue de recursos. La reelección ha sido el emprendimiento político más dispendioso de nuestra historia y Danilo el candidato más caro de todos los tiempos; basta sumar a este demencial gasto los recursos públicos que usó Leonel para instalarlo en la presidencia. Además de llevarse el honor de ser el gobernante que más ha endeudado al país en menos tiempo, ha salido como el más cotizado. El precio quizás nunca lo sabremos. Mientras, la consigna es Danilo o Danilo, para, según sus palabras, “que continúe la felicidad”. Eso deja un impreciso olor a… (dictadura)