La Semana Santa de 2017 se perfila como una muy particular en virtud de la cadena de ataques de los fundamentalistas terroristas islámicos del Daésh, la más reciente contra dos catedrales de la Iglesia Ortodoxa Copta, la simbólica San Jorge, en la ciudad de Tanta, cerca de El Cairo; y la venerada San Marcos, en la ciudad costera de Alejandría, durante uno de los feriados religiosos más fervientes de los cristianos en el mundo civilizado.

La masacre, reivindicada poco después por los terroristas radicales musulmanes, dejó un saldo de más de sesenta víctimas y superó el centenar de heridos el pasado Domingo de Ramos, lo que ratifica la persecución sistemática de terroristas islámicos contra el grupo cristiano más antiguo y numeroso en el mundo árabe, odio que se remonta a cientos de años en la historia por celos y venganzas de origen étnico y de fe.

Este método de campaña sangrienta tiene como objetivo intimidar y aterrorizar a víctimas inocentes, hombres, mujeres y niños, no sólo hacia fieles seguidores de Cristo, sino también como símbolo épico de un sueño que se remonta a la época de las Cruzadas, de 1095 a 1291, cuando Occidente respondió a la invasión del mundo árabe con la saña y violencia con la cual elementos radicales árabes pretenden emularlo ahora en su afán por imponer el mal llamado Califato.

Cristo vivió en una época de barbarie sin paralelo. El Mesías fue víctima propicia del sacrificio voluntario y consciente a manos de los celos religiosos, de una potencia militar y en nombre del Amor.

Los atentados tienen lugar a menos de dos semanas de la visita anunciada del Papa Francisco a Egipto, y tras otro ataque suicida previo ocurrido en diciembre del pasado año en la iglesia de San Pedro, en el barrio de Al Abasiya, cercana a la catedral de El Cairo, en lo que se ha descrito como un baño de sangre sin cuartel. Aunque el gobierno egipcio impuso el estado de excepción, el Sumo Pontífice está consciente de los riegos que implica su presencia en ese país de mayoría musulmana y la amenaza de muchos elementos fundamentalistas.

Los ataques de terroristas suicidas a centros religiosos del cristianismo tienen lugar luego de otra cadena de cuatro hechos sangrientos, de bajo costo y sobre ruedas, contra objetivos blandos civiles en Bruselas, París, Niza, Berlín, Londres y Estocolmo, en los últimos diez meses y luego que ISIS anunciara antes que dispone de 400 asesinos integrados en células ágiles y semiautónomas cuyo objetivo consiste en desestabilizar a los pueblos y los gobiernos de Europa, Asia y América.

La llegada de los lobos solitarios fue anunciada con anticipación y en lo que al presente se percibe como una amenaza frecuente e inevitable. De manera que lo que para el mundo europeo significaba al principio un problema de los Estados Unidos, el peligro inminente del terrorismo islámico, ahora resulta que las autoridades y elementos de seguridad europeos admiten no están preparados para enfrentarla con estrategia, determinación y valor, en virtud de su filosofía secular y anticristiana.

Cristo vivió en una época de barbarie sin paralelo. El Mesías fue víctima propicia del sacrificio voluntario y consciente a manos de los celos religiosos, de una potencia militar y en nombre del Amor. Un Amor no correspondido por la mayoría de los humanos, pero cuyo mensaje ha quedado plasmado en los corazones para que aquél que tenga ojos, vea; y el que tenga oídos, oiga; luego de más de dos mil años de caminar sobre la Tierra, sin escribir un libro y ni siquiera un artículo de opinión.

La reflexión de estos hechos durante la Semana Mayor debe llevarnos a sopesar con cuidado, sensatez y profundidad lo que el futuro podría deparar frente a un enemigo fanático declarado, con una estrategia definida para eliminar a los infieles de Mahoma y el Corán, y a todo aquel que no comulgue con los preceptos que impone la barbarie, la ignorancia y el obscurantismo milenario que nos retrotrae la resaca de la historia humana en los inicios de las primeras décadas del siglo XXI. Para enfrentar ese desafío material y espiritual hay que estar preparado… ¿Lo está Occidente…?