El Siglo XXI nos urge a una nueva epistemología del contexto y del tiempo en que vivimos. Por ello nos recuerda que ni el contexto ni el tiempo son estáticos.  Cada época tiene sus notas de identidad y sus prioridades; en cada momento histórico nos toca analizar reflexivamente e interpretar las nuevas realidades que este conlleva. Participamos así de contextos y de tiempos movilizados por un conocimiento cada vez más potente, más diversificado y con fuerza para jerarquizar personas, instituciones y colectividades.

Participamos, también, de una información con un crecimiento exponencial y una influencia decisiva en la toma de decisiones y en la disminución de las distancias entre las naciones del mundo. A su vez, el desarrollo incesante de las ciencias y de las tecnologías nos compromete a reimaginar el pensamiento y la práctica, lo cual se convierte en una tarea ardua, por el ritmo y por los niveles de complejidad de este desarrollo.

Los avances señalados se producen en un mundo roto por la inequidad, la pobreza y la injusticia. En este panorama nos toca mirar de forma diferente el currículo, la sociedad y la escuela. Es una tríada singular del Siglo XXI, que debería constituir una unidad por la interdependencia que existe entre estos tres constructos: el currículo, asumido como una propuesta abierta que presenta una posición determinada sobre el tipo de ciudadano que interesa formar; que evidencia el proyecto de sociedad en el que este ciudadano se ha de insertar y así mismo, enuncia el tipo de centro educativo que ha de formarlo; la sociedad, un sistema social y político que requiere una propuesta curricular que garantice la formación del pensamiento y de la acción de sus ciudadanos; y la escuela, un espacio organizado y vertebrado por lineamientos de la sociedad y del currículo para hacer posible experiencias de desarrollo humano y de desarrollo intelectual de los ciudadanos.

Esta tríada no es ingenua, es eminentemente política y marca una dirección determinada a la hora de valorar el Siglo XXI desde el cual nos movemos y actuamos.

Este siglo no resiste inercias y, mucho menos, desencuentros en esta tríada. Cualquier ruptura en ella genera una distorsión en el modo de enfocar y de asumir cada uno de estos componentes. Estamos frente a un siglo que tiene como carnet de identidad grandes avances en el modo de entender y asumir el currículo, la sociedad y la escuela. Esta tríada señala una direccionalidad comprometida con el cambio educativo.

Cabe preguntarnos qué nos dice este siglo respecto a la tríada. Qué nos dice a nosotros mismos. El Siglo XXI nos lanza a:

a) Resignificar el currículo en la forma de concebirlo, de construirlo y de hacerlo dialogar con la sociedad; en su contenido, en la forma de aplicarlo y de gestionarlo en el centro educativo. Nos invita, además, a la destrucción del currículo para pasar a una construcción más libre, más democrática e innovadora.

b) Activar e interpelar la sociedad para que transforme su inercia frente al currículo y se implique afectiva y efectivamente en su construcción, en su desarrollo, en su revisión, en su evaluación y en la retroalimentación permanente.

c) Implicarnos activamente para que la escuela salga del letargo que la mantiene absorta en sus propios problemas; y transforme las barreras que condicionan su autonomía, su creatividad y su intervención social responsable.

Asimismo, el Siglo XXI nos marca nuevas lógicas para concebir y apropiarnos del currículo. Estas  lógicas nos impulsan a repensar el currículo. ¿Qué puede significar esto para nosotros?

En primer lugar, significa, abrirnos a una mirada inteligente y creativa del currículo. Planteamos una reconstrucción para repensarlo, para reinventarlo. Nos planteamos una recomposición afirmativa para darle paso al pensamiento creador, al acto liberador que supone  la recreación del currículo. Se busca disminuir la homogeneidad y abrirle espacio a la diversidad existente en nuestro país (de personas, de culturas, de áreas geográficas, de niveles socioeconómicos, etc.). Esto implicará un impulso al desarrollo humano-social y político-cultural de los sujetos y de los contextos. Proponemos un currículo cuya arquitectura debe tener  como base la flexibilidad y la creatividad que emana del campo de las artes. Dicho campo se asume como principio y  como política educativa que se compromete a potenciar lo más original en cada estudiante, en cada maestro y en cada institución educativa.

En segundo lugar, significa convertir el currículo en un dispositivo que provoque una gestión emancipadora del mismo y un desarrollo curricular más autónomo. Es necesario un currículo sin la presión de las pruebas estandarizadas; un currículo más conectado con las pruebas de la cotidianidad del país; de la vida diaria de las comunidades en las que están enclavados los centros educativos; y, especialmente,  articulado a la vida que falta o que bulle en los centros mismos. De igual modo, la recomposición del currículo implica transformar los controles que bloquean la producción individual y colectiva para abrirle espacio y tiempo a las aportaciones de los actores de los procesos educativos. Implica ponerle atención a los principales exponentes de las nuevas alternativas curriculares: reflexión, investigación, argumentación y construcción social del currículo.

En tercer lugar, la recomposición del currículo subraya la participación de la pluralidad de sectores que conforman la sociedad. La cuestión curricular no es una acción exclusiva de expertos. Es una construcción social; es un proceso de  inclusión. Por ello, debe integrar a la totalidad o a la mayoría de estos sectores.  Por esto la recomposición del currículo invita a superar la burocracia que controla su elaboración, su revisión, su evaluación y su retroalimentación. La recomposición aboga por acercar cada vez más el discurso y la práctica.   La sociedad está constituida por una pluralidad de sectores que debe mantener un diálogo permanente con el currículo y con la escuela. Este diálogo es esencial para que lo que acontece  en el aula y en la comunidad responda a necesidades sentidas, a los problemas reales que afectan los aprendizajes de los estudiantes y el desarrollo integral que se espera.