¿Cuál sería la actitud, por curiosidad me pregunto, de nuestros senadores y diputados, si en el futuro, sea próximo o lejano, se produjera una situación de calamidad nacional en la que por virtud de un plumazo se cerrara el Congreso o se eliminaran sus atribuciones? El silencio que han observado ante la clausura del parlamento de Venezuela y las persecuciones contra muchos de sus miembros, me lastima. Y como ciudadano me aterra la idea que esa falta de solidaridad elemental frente a sus pares venezolanos se diera en la sociedad dominicana en el hipotético caso de que un alucinado se hiciera con el poder y tratara de perpetuarse en él por encima de las instituciones suprimiéndolas.
¿Qué razones tienen para abandonar a sus colegas? ¿Por qué apenas una voz, la del diputado Ito Bisonó, se ha escuchado sin eco ante este brutal atropello? ¿Qué explicación pueden dar aquellos que alzan a diario sus voces en el Congreso Nacional para protestar por cuanto se les ocurre y guardan silencio ante aquello que sienta el precedente que mañana podría caer sobre sus cabezas? Pudiera explicarse el silencio de los legisladores del partido oficial por el argumento insostenible de preservar la relación con un gobierno amigo. ¿Pero y los demás? ¿Por qué también callan? ¿O acaso creen que el derrumbe de la institucionalidad de un país en nuestra propia región de tanto peso en la comunidad internacional no les concierne? ¿O es su única misión censurar cuanto el gobierno dominicano dice o hace?
Me dolería llegar a creer que esa ausencia de solidaridad de nuestros legisladores sea el resultado de un respaldo tácito a lo que ocurre en Venezuela. Una incomprensión absoluta de la brutal realidad frente a la cual luchan millones de ciudadanos hastiados de una dictadura grosera y corrupta. Un régimen que ha convertido una de las naciones más rica en recursos naturales en un patético ejemplo de pobreza y retroceso.