El mundo presenta un panorama político, económico y social estresante y confuso. Atravesamos por un período en el que la política y la realidad socioeconómica se han vuelto cada vez más complejas y creadoras de grandes tensiones locales, continentales y mundiales. En este marco, observamos que en América Latina el momento actual de Ecuador, Venezuela, Nicaragua, Haití, el Brasil de Bolsonaro y en la República Dominicana la cultura política y el ejercicio del poder se divorcian de los principios más genuinos de la política como ciencia y como sistema. Este campo del conocimiento no se compromete consigo mismo; tiene como foco la ciudadanía. Asimismo, apuesta por el bienestar de los ciudadanos, la constitución de sujetos y el ejercicio de sus facultades como actores y constructores de la historia. Estos principios constituyen la razón de ser del accionar de la política como ciencia. Pero este horizonte está cada vez más amenazado por un liderazgo que opta por servirse del poder y de alejarse del servicio. Este contexto está, además, impactado por líderes políticos que se consideran herederos del Mesías y, por tanto, han de permanecer a perpetuidad en el escenario de la política; particularmente, una política caracterizada por una lógica comercial y por la rentabilidad de cada palabra, de cada gesto y de cada relación, sea esta personal, empresarial o institucional.
No cabe duda de que en la República Dominicana participamos de una cultura política y de un ejercicio del poder que tienen como mística la fragmentación. La escisión frecuente de los partidos se asume como un proceso natural; y hasta se incentiva. La ruptura partidaria frecuente es un indicador de que, en nuestro contexto, la democracia como sistema posee los rasgos propios de los productos cosméticos: la superficialidad y la volatilidad. La democracia dominicana es tan vulnerable, que no resiste la construcción desde las diferencias; y, sobre todo, que en ella no tienen ningún arraigo la actitud dialógica y la alternancia plural en el poder. Avanzar en esta dirección constituye un problema grave para el desarrollo de la nación. La realidad se complica más porque la nueva generación tiene dificultad para comprender y apropiarse de las concepciones válidas y de los valores de la cultura política que favorece el bienestar social y la madurez institucional de una sociedad. El proceso de las Primarias celebradas en fecha reciente y la posible ruptura del partido que dirige el gobierno dominicano constituyen los mejores indicadores para verificar el estado agonizante de la democracia nacional. En este sentido, la fragmentación de los partidos políticos es, también, una expresión de la neurosis que genera el deseo y la búsqueda de poder, para poder sobre los otros, no para desgastarse a favor de los más necesitados y excluidos.
La situación que describimos va más allá de la preocupación, pues provoca dolor y vuelve quebradiza la esperanza. La cultura política dominicana está marcada sustantivamente por personas adultas; su comportamiento es tan burdo que atenta contra la formación y la responsabilidad de los jóvenes. Asimismo, es una actuación tan tosca que convierte la política en una ciencia odiosa y con poco o ningún valor para los ciudadanos y las colectividades. La sociedad dominicana ha de zarandearse y trabajar para transformar la cultura de la fragmentación interesada, por las consecuencias negativas que tiene para un nuevo orden social, político y cultural en la República Dominicana. Detrás, delante y en medio de la fragmentación de la cultura política y del poder, hay intereses y fuerzas ocultas que buscan y obtienen beneficios individuales, en contra de la consolidación de la democracia y de la instauración de una cultura política que se distancie de la pulverización de los marcos éticos y conceptuales de la ciencia política. Un alto porcentaje de líderes políticos dominicanos pone en evidencia que su trabajo es servirse de la política; estos se fagocitan unos a otros. Por ello es impostergable el cambio de esta postura.
Pero los pasos necesarios para impulsar ese cambio no se logran de inmediato; es un proceso que demanda tiempo y reajustes significativos en las propuestas curriculares preuniversitaria y universitaria; en el compromiso de las organizaciones de la sociedad civil con la formación de los ciudadanos y en la institución familiar. Requiere, asimismo, una sociedad más proactiva y menos indecisa cuando ha de defender y cuidar valores centrales para la comunidad global, como son una cultura política y un ejercicio del poder en función del bien común y de la solidez institucional. El desafío está en construir una nueva manera de entender y asumir el poder; de abrirle la puerta a una forma distinta de pensar y hacer política.