La República Dominicana celebra habitualmente el Día de las Madres. Esta fiesta constituye una ocasión singular para muchas familias y para diferentes sectores de la sociedad. Múltiples evidencias confirman que el Día de las Madres genera un movimiento nacional en el país. Al margen del activismo comercial, se produce un dinamismo que brota del sentido y de la importancia que tiene esta fiesta. Es una celebración que expresa gratitud y reconocimiento a una persona que aporta significativamente al desarrollo humano, socioeconómico y cultural de la sociedad. A pesar de ello, se constata que esta celebración pierde encanto. Los factores causales son diversos; pero, de todos, es necesario destacar tres con gran incidencia: la pobreza, la violencia intrafamiliar y el desempleo. El 30.5 % de las personas se encuentran afectadas por la pobreza monetaria (Datos del Ministerio de Economía, Planificación y Desarrollo (MEPyD, Listín Diario del 24 de febrero de 2017); el 6.5% sufre una pobreza extrema (Datos del FMI al finalizar su misión en la RD en febrero de 2018); y el desempleo juvenil va más allá del 20%. Estos factores impactan la institucionalidad y el desarrollo de las familias.

En el contexto descrito, los tres problemas señalados requieren atención. La pobreza y el desempleo son problemas que generan inestabilidad en las familias. El alto costo de la vida y la carencia de los recursos necesarios para sobrevivir atentan contra los seres humanos que constituyen cada núcleo familiar impactado por estos problemas. En una realidad así, el Día de las Madres constituye una preocupación por la falta de medios para festejar y agradar a la persona que se desea halagar. Está claro que ninguna persona que carezca de los medios necesarios para subsistir, siente motivación alguna para celebrar. No reduzco el sentido de fiesta al capital monetario que tengan los sujetos. Pero sí es cierto que el factor motivacional disminuye si las personas no cuentan con los medios mínimos para vivir. Esto pasa en nuestro país aunque las cifras macroeconómicas nos acercan a los países de alto nivel de desarrollo.

En esta misma dirección se observa que la violencia intrafamiliar es creciente; parece que se vuelve incontrolable. Este caos en el ambiente familiar crea muros entre sus miembros y genera tensiones en la sociedad. Los muros, a su vez, amplían la distancia y la incomunicación familiar. Estos factores convierten el Día de las Madres en una festividad vulnerable y cada vez menos significativa para los sujetos activos de la entidad familiar. La violencia verbal, la violencia psicológica, la violencia física y la violencia en las redes son problemas que están presentes en muchas familias dominicanas. La celebración del Día de las Madres se torna más precaria. El peso de los problemas que agobian a las personas no les permite disfrutar a fondo; no les permite encontrar la paz deseada para valorar este día como una nueva oportunidad para afirmar lazos, compartir afectos y potenciar el desarrollo humano y social de la familia. En esta situación, el Día de las Madres pasa desapercibido. La violencia familiar no es una exclusividad de República Dominicana; pero sí es un problema que requiere atención del Estado y de las organizaciones de la sociedad civil que apuestan por la recuperación integral de las familias y de la sociedad. Requiere, también, más atención de las instituciones educativas para contribuir a la reducción de las tensiones familiares; y, sobre todo, al fortalecimiento de su educación y desarrollo. El Estado dominicano ha de establecer coherencia entre los resultados macroeconómicos y la vida cotidiana de la gente, especialmente de las familias. La recuperación del encanto del Día de las Madres tiene componentes de desarrollo humano, de carácter político y económico. Por ello, ha llegado la ocasión para pasar de meros espectadores a verdaderos agentes del cambio de la realidad familiar. ¡Cuidemos el encanto de esta celebración!