Una de las pocas cosas positivas que se pueden derivar de la situación que vivimos es cómo está cambiando el pensamiento de mucha gente sobre el futuro. Sorprendentemente, me encontré con un link que me llevaba a un editorial del nada sospechoso periódico Financial Times del pasado 3 de abril con el sugestivo título de “El virus pone al desnudo la fragilidad del contrato social” y el subtítulo “Se necesitan reformas radicales para forjar una sociedad que funcione para todos” (https://giftarticle.ft.com/giftarticle/actions/redeem/9cf71dae-b086-4bcd-bf33-839bca20b146)
Se refiere a cómo vamos a hacer para moldear la sociedad que quede después de la crisis. “Los líderes occidentales aprendieron de la Gran Depresión, y después, de la segunda guerra mundial, que para exigir sacrificio colectivo se debe ofrecer un contrato social que beneficie a todos”.
Percibe que la acción estatal tiende a proteger mejor a los ricos. “El extraordinario apoyo presupuestario de los gobiernos a la economía, si bien es necesario, empeorará de alguna manera las cosas”. Se refiere a las dificultades de que la ayuda oficial alcance a los que dependen del trabajo informal. En nuestro país, sabemos que el SIUBEN tiene identificados a la mayoría de los muy pobres que había, pero ¿y los demás? ¿y los nuevos pobres?
Continúa el editorial “Mientras tanto, una gran flexibilización monetaria por parte de los bancos centrales ayudará a los ricos en activos”. Y no solo de flexibilización monetaria, sino también de alivio fiscal (tributario).
Hasta principios de abril cuando se puso en vigencia el programa de subsidios QUEDATEENCASA y el FASE, todas las medidas anteriores estaban dirigidas a proteger la solvencia de los bancos, a las empresas y personas de altos ingresos (que son las que hacen declaración jurada del ISR). No es que no sea necesario, pues se da por sentado que protegiendo empresas se está protegiendo a sus trabajadores y consumidores. Además, para un empresario ver cerrar su empresa constituye un drama, tanto como para un obrero o profesional perder su empleo. Pero en medio de la emergencia la primera responsabilidad del Estado son los pobres.
Sabemos que, aún sin ninguna medida de alivio tributario, ahora las recaudaciones fiscales van a bajar mucho. Pero gran parte de las medidas que se aplican contribuyen a erosionar la ya débil base tributaria del país. Y cada día aparecen nuevas peticiones de eliminar impuestos. ¿De dónde saldrán los recursos para construir el nuevo sistema de salud que tendremos que construir?
Para mí, el colmo de todos los colmos fue ver al Gobernador del Banco Central propugnar por la eliminación del supuesto “impuesto al ahorro”. Mucha gente se preguntó ¿y cuál es ese?, dado que en el país no existe ningún impuesto al ahorro; lo que hay es un impuesto sobre la renta que grava los ingresos provenientes de distintas fuentes. Mejor lo explico con un cuento, tal como lo había contado en ocasiones anteriores.
Un señor tiene dos hijos y al cumplir estos la mayoría de edad, decide asignarles su patrimonio y que decidan ellos qué hacer. El primero (Julio) decide financiarse una carrera en una buena universidad y esforzarse para graduarse. El otro (Alcides) decide ponerlos en un certificado financiero en un banco y vivir de la renta. Al cabo de 5 años Juan no tiene dinero, pero tiene una buena carrera y comienza a trabajar, eso sí, tiene que fajarse de sol a sol y en un año termina ganando un millón de pesos. Alcides también gana un millón de pesos con el rendimiento de su certificado financiero.
Lo que está proponiendo nuestro Gobernador es que Juan pague impuesto sobre la renta, pero que se le exima a Alcides, que por lo demás ya se estaba beneficiando de una tasa privilegiada de 10%, bajo la premisa de que no se puede gravar el ahorro. ¿Pero sí se puede gravar el trabajo? ¿Es esto justo?
Tenemos que cuidarnos que las políticas para contrarrestar la crisis no terminen haciendo más injusto nuestro muy injusto sistema económico. Podría ocurrir lo que en la crisis financiera del 2008-2009. Me recuerda de niño un enajenado mental que andaba por el vecindario proclamando “la banca pierde y se ríe”, sin que yo sepa hasta hoy de dónde sacó la frase.