Para definir el karma los gringos tienen una frase que reza “what goes around, comes around” que en un inglés de muelle va más o menos como que “lo que va, viene”. Precisamente, entre gringos y karma, la frase es lo primero que viene a mi cabeza cuando pienso en la controversia que ha desatado una sentencia emitida por el Tribunal Constitucional que niega la nacionalidad dominicana a quienes nacen aquí pero cuyos padres extranjeros se encuentran en el país en situación de transito, incluso de manera retroactiva.

Como todo en la vida, hay quienes defienden a capa y espada la decisión del tribunal y en un tiempo record han convertido en cliché las palabras soberana e independiente. Otros, defienden el derecho de cada uno de nosotros de tener una nacionalidad y no dormir en el letargo del limbo jurídico condenados a ser apátridas toda la vida.

Siendo honesta, me había negado a mi misma el permiso para escribir del tema y me había impuesto una inútil auto censura por varias razones, suficientes en su momento, como para justificar aquella línea editorial que yo misma traté de llevar a cabo. Sin lugar a dudas, es un tema muy delicado que despierta pasiones de todo tipo, con un millón de matices que le impiden ser blanco o negro y que por ende, se hace imposible analizar con miras a encontrar una salida justa. Siempre habrá quien pierda y ya se sabe que a nadie le gusta perder.

Desconozco de temas jurídicos y sería una falta grave a quienes se han pasado años en una universidad y ejerciendo en tribunales, que ahora yo quiera hacer de periodista y abogada como si se tratara de un dos por uno en un supermercado. Pero sin ánimo de usurpar funciones, retumba en mis oídos la palabra retroactiva y de repente, cobra sentido en mi cabeza.

El tema haitiano, más allá de ser visto puramente migratorio, envuelve tanto drama humano, tantas precariedades y dolencias, que las leyes y los tribunales se quedan cortos. Siempre habrá quienes queden insatisfechos con las decisiones que se puedan tomar en torno a esa situación y por ende, siempre habrá quienes las sufran en carne viva y la búsqueda incansable de una mejor vida y mejores condiciones humanas, no está supuesta a doler tanto y sufrir tantas humillaciones.

No pretendo sacrificar la esencia de lo que nos identifica, ni prender en fuego nuestra soberanía como país que nos distingue, no sólo de Haití sino de todos los países del mundo, pero cuando se trata de ser justos no creo que la justicia esté cómoda con la idea de despojar de nacionalidad a quienes nacieron aquí y reclaman su derecho de exhibir una identidad propia.

Se me hace imposible sacar de mi cabeza a los miles de dominicanos que salieron de aquí a perseguir literalmente una mejor vida y mejores condiciones para ellos y para quienes dejan aquí. En Estados Unidos, somos tantos que son capaces de definir elecciones y puestos en el tren gubernamental. No hablemos de España, Italia, Holanda, Alemania, Francia y Suiza, donde por años nuestras mujeres no eran vistas con buenos ojos y los hombres llegaban allá dispuestos a hacer trabajos que nunca se atrevieron a hacer aquí, que quizás equivalen al corte de caña que se niega a hacer cualquier dominicano en un batey en el este.

La diplomacia y las relaciones internacionales ciertamente no aceptan el karma como política ni como medida de conciliación ante conflictos de esta magnitud, pero con tantos compatriotas regados en el mundo completo y recibiendo nosotros tantas remesas que dinamizan la endeble economía de este patio, apelara a una salida más justa y menos traumática para quienes lo sufren y para quienes lo ven desde fuera, porque como dicen los gringos…”what goes around, comes around” y no precisamente del otro lado del Masacre.