Iniciado el tercer tercio del siglo XX, mis padres deciden mudarse del Cupey, comunidad rural de Puerto Plata, a la hidalga ciudad Corazón, Santiago de los Caballeros, sin consultar la opinión de sus vástagos. La nueva residencia resultó ser una vivienda de madera, carcomida por la polilla y el comején y techada en zinc a dos aguas, situada en la calle Máximo Gómez, número 88. El deterioro avanzado de la vivienda dejaba brechas por todos lados. Para cubrirlas, usábamos papel periódico mojado que, al secar, endurece y se pega a la madera, lo cual evitaba el ojo intruso y misterioso del “brechero”, una costumbre odiosa de aquella época. Pero el desplazamiento inconsulto aportó nuevos amigos a la familia, entre ellos, el entrañable Cucharimba.

Cucharimba, mago y bailarín

Cucharimba es una suerte de personaje típico de ciudades que, aún siendo grandes, conservan el espíritu pueblerino. Procedente de Los Mina viejo, Cucharimba recaló como por arte de magia en el populoso barrio La Joya, sede del folklórico Lechón joyero, tradicional adversario del Lechón pepinero, quienes colman de alegría y colorido al carnaval más popular del país.

Con Don Cucha se da una situación rara: uno no sabe dónde termina el personaje y empieza la persona. Y viceversa. La identificación de la persona, del artista con el personaje es tal que, en medio de una serenata, amenizada con un “picó de pilas”, (toca disco con baterías), llevada por él a mi hermana Nilva, Don Luis Emilio Cid, nuestro padre, apuntó con su trasero por una de las brechas aún sin tapar de la casa y disparó un “follón”. Pero no cualquier follón, sino un terremoto digno sucesor del “Follón de Yamasa”.

El estallido zarandeó la destartalada vivienda y las ondas expansivas despertaron al vecindario. El mago, sorprendido, apagó el picó, saco el disco de pasta de 45 revoluciones, se posicionó como si estuviera en un escenario y, dueño y señor de los aplausos, exclamó:

–“¡Yo soy Cucharimba, mago y bailarín, merezco respeto!”.

Pocas personalidades nacionales se han librado de que una bombilla sea encendida en su órgano fálico. Cucharimba les enciende la bombilla y la intensidad de la luz evidencia la potencia de la víctima. Solo una buena propina salvará el honor del ofendido.

Él siempre andaba deambulando por bares, restaurantes, cabarés, festejos y cualquier evento público. Niños, jóvenes y adultos prestan mucha atención a la función de Cucharimba,  y no alcanzan a comprender cómo es que el papel no se moja después que La Cuchara vierte un vaso de agua en el interior de un periódico. El número termina regresando el líquido al vaso, al tiempo que el prestidigitador va produciendo un silbido rítmico y contagioso. Luego tira el periódico al piso y lo toma de nuevo y lo blande por todos lados para que todos vean el insospechado poder de un mago.

Una noche, pasada las 9:00 pm, Don Luis dormía. Yo veía la televisión. Ese era el quinto televisor del vecindario, el cual fue adquirido con un san.  Entonces apareció La Cuchara dando las buenas noches. Desde luego, primero preguntó por Nilva y luego por Don Luis.

–“Está durmiendo”.– respondió María Olinda, nuestra madre, que todavía trajinaba con los oficios de la casa.

–“Qué problema, quiero jugar un billete”.— dijo.

–“Tendrás que regresar mañana temprano— explicó Mariola– pues él se va de madrugada”.

Pero la conversación despertó  al viejo Cid, quien se levantó, acudió a la sala y, con dejo de ironía, pregunto:

–“¿Cuántas hojas de billetes es que tú quieres?

–“Solo dos pedacitos”–, respondió el mago.

Don Luis, sin disimular la molestia fue al comedor, tomó la planilla de billetes, buscó, saco una hoja, cogió la tijera y, mientras cortaba los dos pedacitos, exclamo:

–“¡Le voy a dar esta burra, a ver si se pela, para que no se saque ni mierda!”

Los hilos del azar, sin embargo, son insondables. Al día siguiente, pasado el meridiano, la radio transmitía el sorteo y el premio mayor fue cantado rítmicamente, número por número.

–“¡Se sacó el premio mayor el tigre del diablo ese!”– Exclamó sorprendido Don Luis. Y, como un lamento, agregó: — “Yo que vendí ese número rápido para evitar pérdidas”.

Casi al instante el Cucha apareció como en un acto de magia, pertrechado con cervezas, ron y guarapo de piña, en evidente estado de celebración. Luego desapareció.