Cuando decidimos apoyar en la solución de problemas sociales necesitamos hacerlo con paciencia, humildad y empatía con el que recibe nuestra ayuda.

Hago un alto en el camino y me permito ver hacia adelante y hacia atrás en la fila de los que nos dedicamos a hacer equipo para enfrentar juntos problemas sociales. Sin lugar a dudas, la fila es cada vez más larga, las personas que se unen son cada vez más diversas y el camino por el que se transita, aunque es medio y no fin, se hace cada vez más satisfactorio.

A los que llegan ahora a esta fila, quiero compartirles un poco de lo que me enseñaron los que llegaron antes que yo; lecciones que me han resultado indispensables tanto para lograr, de vez en cuando, ser exitosa, como para encontrar la voluntad de seguir adelante cuando aparecen grandes trabas por las cuales quisiéramos abandonar el camino.

Para no parecer que les quiero dar un largo sermón, solo compartiré las cuatro lecciones que me han sido de mayor utilidad.

Lección número uno:

Nadie está obligado a recibir lo que tengas para dar.

Así, de sencillo: aunque vengas con las manos llenas de todo tipo de bienes, servicios o ideas, el que recibe tiene la potestad de querer o no lo que tienes para ofrecer. Si tu orgullo no es más grande que tu deseo de aportar, sabrás que parte de dar supone conquistar al que recibe para que acepte y valore lo que tienes para dar. No es obligatorio recibir; cuando le pides a alguien que reciba es probable que, para hacerlo, tenga que soltar lo que tiene en las manos o aprender a abrirlas. Hay un arte en dar que tiene que ver con centrarse en quién recibe y a veces eso implica reconocer que no quiere lo que traes, no lo necesita o no está listo para recibirlo.

 Lección núnero dos:

Los procesos humanos progresan lentamente, toman tiempo para completarse.

Cuando lo que traes implica aprender o cambiar, prepárate para ser paciente. Una línea de producción puede convertir muy rápidamente un insumo en un producto, pero no es igual cuando se trata de transmitir conocimientos, desarrollar destrezas o incidir en comportamientos.  He tenido que asimilar que siempre toma tiempo. Aprende a medir el progreso de estos procesos con indicadores que, vistos en conjunto, te permitan entender mejor el sistema de creencias y valores en el que pretendes incidir.

 Lección número tres:

Ningún aporte, por grande que sea, te exonera de respetar la dignidad del que recibe.

Nada justifica degradar, humillar, discriminar o denigrar a ninguna persona. Un aporte no debe poner a nadie a hacer algo en contra de sus valores o nada que lo agravie o lo ofenda; por ejemplo, no debe poner a otra persona a profesar una religión en la que no cree, a promover valores (o productos) con los que no está de acuerdo, a publicar su necesidad o a aceptar un trato injusto o inadecuado de sus benefactores.

Lección número cuatro:

Sé discreto con las miserias ajenas.

Si alguna persona o colectivo accede a dejarse ayudar por ti, es muy probable que en algún momento seas testigo de sus miserias. Recuerda que todos tenemos miserias. Prueba tu grandeza siendo discreto. Aún no haya un acuerdo de confidencialidad firmado entre las partes, actúa como si lo hubiese, de lo contrario simplemente eres inmerecedor del privilegio de ayudar.

Confío y espero que esta fila de gente que quiere seguir contribuyendo siga alargándose, pues los problemas sociales de nuestro país son muchos y profundos; y que cada uno de los que tomemos este camino podamos perfeccionar nuestra capacidad para contribuir y con ello de hacernos mejor a nosotros mismos y a la sociedad.