Da vergüenza y horror. La República Dominicana tiene el mayor índice de muertes por accidentes de tránsito en la región de América Latina y el Caribe con alrededor de 21 muertes por 100 mil habitantes, y también se coloca entre los primeros en el mundo en esos trágicos incidentes. Del número de heridos no se sabe, y son muchos más que los muertos. ¡Horrendo!

¿Qué sucede? ¿Qué explica esta tragedia nacional? ¿Por qué ser los peores? ¿Por qué no se toman medidas correctivas contundentes?

Las respuestas no son tan complicadas, ni tampoco las soluciones. Solo se necesitan reglas claras y que se apliquen correctamente para ver una reducción sustancial en los accidentes. Reglas hay, pero no quién las aplique.

Al igual que sucede con otras obras públicas, las carreteras se construyen sin el rigor necesario. Ahí está la carretera de Samaná, por ejemplo. Desniveles y curvas engañosas en una zona lluviosa. Casi siempre que he hecho ese viaje he visto accidentes. ¡Estadísticamente alarmante! ¡Humanamente imperdonable! Esa carretera es un escuadrón de la muerte, y, encima, el Estado tiene que pagar anualmente una millonada porque los peajes no son suficientes para saciar las ansias de riqueza de los constructores.

No es suficiente llenar el país de asfalto si las carreteras son un matadero

Los policías en las carreteras no sirven de nada. Todo el mundo sabe que un soborno resuelve las violaciones. Los conductores no temen y se exceden. Los policías buscan pesos.

El consumo de alcohol es una epidemia nacional. Los colmados tienen más neveras de cerveza y estanterías de ron que de leche o jugos. Hay vicio y no hay autoridad para impedir que tantos borrachos manejen. Estamos expuestos al desenfreno. Ser macho parece ser patrimonio nacional, y donde más se nota es en la violencia doméstica y en el volante. Por eso hay tantos feminicidios y accidentes de tránsito.

Los motoristas se creen dueños de las aceras, calles y carreteras. Pasan a los automóviles del lado izquierdo y derecho. Unos hacen competencia, otros sencillamente son imprudentes. La inmensa cantidad de motores, que conducen sobre todo hombres jóvenes e irresponsables, representan atentados cotidianos.

Estas son las razones principales de tantos muertos y heridos. Lo que debe hacerse para enfrentar el problema es obvio.

Exigir a los constructores mejores carreteras. No es suficiente llenar el país de asfalto si las carreteras son un matadero.

Transformar la Policía en una institución del orden, no del desorden. Debe ser parte de la solución, no del problema. Eso requiere terminar con la cultura del soborno, y también, una supervisión férrea de la fuerza policial en servicios de seguridad. No sirve de nada aumentar los salarios si no se termina con la corrupción; y el soborno es parte de ella.

Impulsar una campaña nacional bien diseñada para combatir la embriaguez en el volante, y multas grandes para aquellos que se encuentren manejando embriagados.

La circulación de motores tiene que ser bien regulada, y solo una Policía eficiente y honesta puede lograrlo. La infracción a las leyes no puede ser una diversión nacional, y muchos motoristas tienen que ajustarse.

¿Cuántos muertos y heridos más se necesitan para iniciar un cambio real?

Se aprobó una nueva ley de tránsito y todavía no se ven cambios. De nuevas leyes estamos hartos, y de nuevas instituciones requeté hartos.

Se necesita respeto a las leyes y quién imponga con legítima autoridad las leyes.

El costo humano y material de tantos muertos y heridos es demasiado alto, y la inmensa mayoría de los accidentados son personas menores de 40 años. Una inmensa tragedia.

Artículo publicado en el periódico HOY