En memoria de mi tío Luis Santana Cuevas, quien partió a otra dimensión de la existencia.
(Ilustraciones del Dr. Odalís Pérez)
Hay gente que, aunque tengas tiempo sin verla, siempre están en tí, contigo en el alma. Se anidan en tu alma y pululan contigo los más infinitos rincones de la existencia. Hay gente que se convierte en relicario de tu existencia, a los cuales tú no tienes fortuna material con qué pagarles lo que, en vida hacen por tí. Una de esas gentes, fue mi tío Luis Cuevas, durante su vida…para mí.
Era un exmilitar del ejército nacional, capitán pensionado, que logró marcharse del país, durante uno de los tiempos más difíciles de nuestra era republicana. Se marchó, primero a Puerto Rico y después a los Estados Unidos de Norteamérica (Boston, Mashachusetts) , donde murió lleno de regocijo del deber cumplido, como ciudadano ético y democrático.
Amó su país y a su familia, a tal grado que, de manera permanente, venía, aprovechando cualquier espacio de ocio que le permitiera volver a su pueblo natal, Neiba y juntarse con su gente, con Soso y sus hermanos; con su familia más cercana y, aunque permaneciera poco tiempo, entre la calle Canela y La Cuaba, sentía la satisfacción de respirar el olor de la uva y sentir el calor del sol tropical de Tabardillo.
Ya rondaba sus ochenta años…y recuerdo que, durante parte de su vida militar, era tanquero, ya sea como auxiliar o como responsable del vehículo militar. Su rostro presentaba las características directas de su difunto padre, mi abuelo, Generoso Santana (Román-Vargas), quien era celador y, luego, capataz, en Batey #2, en Batey #4 y en el Batey Central del Ingenio Barahona.
Luis Santana Cuevas, no fue un personaje de alta alcurnia económica, pero sí fue un personaje de alta moral, responsabilidad cívica y de firmes y sólidos principios éticos. Si alguna herencia nos deja a nosotros sus familia, es esa gran riqueza de amor y respeto a su patria, lo cual mantendremos por siempre en nuestra alma.
Sus actuales hermanos vivos, Librado (Vavoy); Vitalia (con Alzheimer) y Deseada Cuevas; desde su luto, lloran su partida, sin olvidar que es un proceso irreversible de la ley de la vida; Vivir y morir. Hoy le tocó a él, y, en cualquier momento, nos puede tocar a cualquiera de nosotros. Nada más el todopoderoso, sabe cuándo llega ese día…sin aviso y sin pedir permiso.
Los provincianos de ayer y de hoy, sabemos que venir a la capital un día o do de semana, no es nada del otro mundo, pero venir a estudiar…para estar un tiempo, hasta terminar una carrera, amerita tener un soporte familiar y una base económica que permita mantenerse, con cierto equilibrio emocional. En mi caso, mi tío Luis Cuevas, fue mi soporte inicial, junto a su esposa Doña Crucita Ortiz, de Matanzas, Baní.En la capital, inicialmente vivíamos en la calle 8, con calle 9, del Ensanche Las América.
Ahí pasé un gran tiempo…hasta tener las posibilidades mínimas de intentar volar con alas propias, cuando inicié a trabajar como profesor del colegio "La Gaviota", en el Ensanche Ozama, dirigido por la siempre recordada, Licda. Raisa Facundo. Al poco tiempo, concursé como monitor de la Escuela de Letras de la Facultad de Humanidades-UASD, en ese momento dirigido por el difunto poeta, cuentista y abogado, Abel Fernández Mejía, miembro de la Generación de Escritores del 48, quien era el esposo de la doctora, doña Nora Nivar, viuda Fernández Mejía. Abel Fernández Mejía, era el único hijo de la intelectual y destacada escritora feminista, Abigail Mejía.
Hago este relato, para que se entienda que nadie llega solo y que somos lo que somos…por lo que los otros hacen por nosotros. Somos porque el otro es y por lo que nos ayudan a ser.
Cerrando de manera provisional esta narrativa, debo aclarar que si yo no hubiese tenido ese apoyo inicial de mi tío Luis Santana Cuevas y doña Crucita Ortiz y su familia, hoy yo no estuviese asumiendo esta voz de sujeto orgánico, agradecido de por vida por su ayuda, más allá de su muerte, mientras le pido a Dios que en su reino, le guarde el lugar que se ganó en esta tierra, ayudando a que los demás pudiesen vivir, sin esperar de nadie, nada. Paz a su alma.