¡Cuando los pueblos piensan las naciones avanzan y son libres! Por eso hay poderes políticos y económicos interesados en el que pueblo no piense. Consideran peligroso que el pueblo piense. Por eso lo distraen, lo preocupan, le meten miedo, lo acorralan, lo engañan, lo duermen, lo anestesian con  telenovelas, loterías y sainetes televisados, con crisis reales, simuladas y “abocinadas”.

Los que no quieren que el pueblo piense atentan contra la satisfacción de sus  necesidades básicas dejándolo sin hospitales, sin agua, sin energía, sin recogida de basura y otras tantas privaciones y carencias que lo hacen sufrir y preocuparse cotidianamente y que le lesionan su autoestima personal y colectiva. Hay que evitar –dicen– que el pueblo piense. Es peligroso. ¡Y sí que lo es!                                                            

Pensar es asombrarse. Asombrarse es la actitud más limpia y desprejuiciada frente a algo desconocido, opresivo o amenazante. Asombrarse es enterarse.  Pensar es,  sin embargo, es algo  más que asombrarse. Es entender, es evaluar, es reflexionar críticamente, es reclamar, es implicarse, es indignarse, es disentir, es descubrir donde se localiza el peligro.  Es reaccionar frente a las situaciones, hechos y problemas que afectan a los individuos, sus familias y sus comunidades.

Pensar es desarrollar la  capacidad,  la valentía y el coraje para hacerse presente en la arena pública, para exigir y defender los derechos de los ciudadanos frente al poder. Para evitar que otros piensen por nosotros. Es deliberar, y todo el que delibera pregunta por razones.

Pensar es no conformarse con ver los problemas, es luchar para resolverlos. Pensar es presión concertada convertida en protesta y clamor popular que se vuelve más urgente y necesaria cuando, como sucede aquí, la deliberación ha sido secuestrada.

El “pensar” que aclara, demanda, cuestiona  y exige resulta peligroso para muchos que no quieren ser descubiertos. El pensamiento que libera, que descubre falsas verdades, que descubre y rechaza mentiras, corrupciones,  engaños, simulaciones y promesas vacías siempre es bueno para el que lo ejerce, y malo para el que necesita el silencio de quien lo ejerce. El único peligro de pensar es para el que se beneficia de la ignorancia y el control del otro.

En el país, el Estado y sus instituciones, los políticos, jueces, legisladores y muchos medios de comunicación “han decretado”  el pregón  de  que pensar es peligroso, porque  si el pueblo piensa resulta algo malo para ellos y sus intereses. En todo régimen absolutista y manipulador hay un 50% de buena publicidad para el dictador, y otro 50% de mala publicidad para lo que es diferente, para los que piensa, para los que disienten. 

Y consideran también que “el pueblo no piensa, sino que repite”. De ahí que contraten agencias nacionales e internacionales para diseñar estrategias dirigidas a distraer a la gente para que no piense.  Para dividirla, confundirla,  entretenerla, silenciarla y convertirla en un rebaño manipulado que sólo repite lo que lee en la prensa o en las redes o lo que ve en la televisión.

Para que el pueblo “repita” lo que a ellos les interesa y conviene orquestan millonarias campañas publicitarias (observe que todos los ministerios, cámaras legislativas y cortes se anuncian como cualquier producto de  supermercado) para crear “percepciones” que insultan la inteligencia del pueblo. Y tienen además una abultada e indecorosa nómina de bocinas y periodistas para “vender verdades falsas” y obligar a que el pueblo las repita y las crea. 

Cuando todo parece indicar que los dominicanos hemos perdido la batalla en la búsqueda y defensa  de la verdad, el  bien, la justicia, la transparencia y el decoro,  “debemos pensar y repensar el país”. Debemos rescatar la esperanza en el “poder revolucionario del pensamiento”, el poder de pensar como comunidad critica que despierta, reflexiona  y reacciona. Cuando un pueblo busca la “verdad verdadera” debe saber que la verdad es la que hace el poder.

Eduquémonos como pueblo para  exigir y ejercer  el derecho a pensar. Eduquemos para que este derecho vivido y defendido. Sea un verdadero peligro para aquellos que creen que el pueblo no piensa. Enseñemos a pensar en las escuelas, en las universidades, en las iglesias, en los sindicatos, en los grupos comunitarios y en la familia.

¡Pensemos juntos! Pensemos con José Martí: “Pueblo que se somete, perece./ El pueblo más feliz es el que tenga mejor educado a sus hijos (…)/ Ignoran los déspotas que el pueblo, la masa adolorida, es el verdadero Jefe de las revoluciones./Un pueblo educado no tolera la corrupción./Un pueblo educado sabe muy bien diferenciar un discurso serio y una predica demagógica./Sólo una fuerza necesita un pueblo: no desconfiar de su fuerza./ Se afirma la educación de un pueblo cuando honra a sus héroes./Dignifica que un pueblo de agricultores no sea rebaño./ ¿Y quién la junta y guía? Sola, y como un solo pueblo, se levanta. Sola pelea. Vencerá, sola”.

Pensar no es espectacular pero da resultados.  No renunciemos al derecho de ser un pueblo que piensa.  ¡Pensar es peligroso pero el no pensar lo es mucho más!