En verdad, con la muerte de un gran artista, como Ramón Oviedo, todos morimos un poco. Porque muere un inventor de vida. Porque muere un hacedor de luz. Porque muere un artífice de cantos en colores. Porque muere un creador de mundos. Porque muere un inventor de soles, lunas y amaneceres. Porque muere un oficiante de sueños. Porque muere un testimoniante de nuestras eras y pasiones. Porque muere un maestro de generaciones. Porque muere un héroe de nuestra identidad. Y por todo eso uno se siente triste porque parte hacia el silencio un ser radicalmente humano, aunque con su obra alcance la inmortalidad.