No niego que estoy horrorizada. Leer el asesinato, casi al instante  de ocurrir, de Facundo Cabral desbordó mi capacidad de asombro y mi alma volvió a lacerarse, a entristecerse  y enmudecer.

Pero enmudezco más aún cuando leo los distintos cables internacionales sobre este atentado bárbaro e injustificable. Ha sido un duro golpe a todos, a mi generación y a quienes aman, justificadamente, la libertad y la justicia!

De ahí, que reflexiono que el mundo, que oscila entre un imaginario destino de la muerte y la universalidad del dolor,  se apropia día tras días de la  inevitabilidad de la apariencia. Una apariencia que el  poder  instituye con su  dominio absoluto sobre la memoria "oficial" a través de un  sistema de valores dispares y de opresión que afectan nuestra existencia.

No obstante, vuelvo a reflexionar (al ver las oscuridades a las cuales nos quiere sumir la violencia de estado y sus cómplices que ejecutan la manipulación y el asesinato virtual del discernimiento colectivo)   que los seres humanos siempre están inclinados a hacer del mundo un gran teatro, a vivir en medio del cuadro de lo ético y lo profiláctico.

De ahí, que el ejercicio de la política -sea de la izquierda o de la derecha-  puede algún día convertirse en un género pedante del absurdo para la gran colectividad si continuamos en medio de laberintos, intrigas, vacuidad, incongruencias grotescas y merced a la insensatez.

George Bernard Shaw, reflexionado sobre el categórico deseo de dignidad de los pueblos, como una   dialéctica de desahogo, expresó en su tiempo:

“la naturaleza humana en el molde de los abusos (…) y los intereses corrompidos, produce las fuerzas explosivas que hacen naufragar a la civilización”.

… A lo cual  deseo agregar que  ¡algún día la dignidad de los pueblos se alzará contra las mentiras del poder!