Tamaña responsabilidad la de las fuerzas progresistas y avanzadas. A ellas, por definición, les corresponde satisfacer la demanda de renovación política que plantea la sociedad dominicana de estos tiempos.

El mundo es otro y la sociedad dominicana no es la misma de los años setenta del siglo pasado. Aún en el marco del subdesarrollo, aquí se han operado cambios en lo económico y lo social, pero el aspecto rezagado es la política, especialmente el del partidismo que sin dejar de contar con la presencia de nombres distintos a los del pasado, sigue marcado por las viejas formas atrasadas, clientelistas y semicaudillistas.

Ante la saturación que produce el conocido más de lo mismo y la repetición de los mismos actores principales, se ha llegado al punto del hastío y la demanda de lo nuevo se hace urgente.

Al movimiento progresista principalmente, le toca responder y trabajar para hacer surgir esa fuerza nueva, capaz de representar lo novedoso, la promesa del cambio. Y esto demanda conciencia, capacidad de adaptación a realidades nuevas y empezar por hacer la revolución de su propia práctica. Primero conciencia para tener claridad de la dimensión y  las implicaciones de esa tarea y para comprender las consecuencias que pueden sobrevenir si el esfuerzo por esa renovación progresista fracasa.

La historia está llena de ejemplos pero hay uno al que acudo con frecuencia. La ocupación norteamericana de 1916 a 1924 modificó el país. En la administración pública, el marco jurídico, los instrumentos de fuerza del Estado, todo dejó de ser como había sido y las viejas fuerzas políticas de los tiempos de las montoneras se hicieron obsoletas. También sus caudillos.

A la nueva realidad debió corresponder una real renovación política y por momentos pareció que el movimiento nacionalista que combatió la ocupación con tanta gallardía, representaba la esperanza de lograrla, pero el nacionalismo se dividió, resultó un ensayo fallido y, al salir los invasores en 1924, el poder quedó en manos de una de las más señeras figuras del pasado, Horacio Vásquez. La demanda quedó pendiente. Vino la crisis en 1930. El cambio político ya frustrado desde 1924 se hacía inaplazable, lo nuevo, el nacionalismo, había mostrado su incapacidad y como el pasado que don Horacio representaba no podía seguir, entonces la renovación vino, pero de modo trágico, surgió precisamente del seno de una de las nuevas estructuras creadas por la ocupación, el Ejército, y entonces llegó la dictadura militar.

Es uno de los tantos ejemplos históricos de que, cuando la demanda de renovación política no encuentra manos y mentes progresistas que la logren, entonces el vacío que queda lo llena lo peor. Tamaña responsabilidad la de las fuerzas progresistas del presente.