El llamado periodismo del corazón o la comunicación rosa es una prensa ligera o light dedicada originariamente a cubrir la vida de los famosos o de las celebridades. En la postmodernidad dominicana el concepto evoluciona -o se deforma- comprendiendo, en su laxitud semántica, un conjunto de contenidos difusos que transita desde estilos de vida, crónica social, farándula, belleza, moda y entretenimiento, hasta la intimidad de los famosos. Esta apertura temática ha sido una adaptación pragmática del género a la realidad de una sociedad donde no existe realeza o una tradición de títulos de nobleza cuyas vidas son apetecibles sustentos del morbo social.
Estas publicaciones, que se iniciaron en la República Dominicana como secciones sociales de los principales diarios, hicieron vida e identidad propias gracias al respaldo de un público de clase media y alta marcado por hábitos o tendencias de consumo más exigentes. Hoy contamos con un repertorio bastante amplio de ofertas exitosas. El auge de estas propuestas ha sido tal que muchas de ellas soportan financieramente los endémicos déficits del negocio de los diarios por su caudalosa facturación publicitaria.
Un dato revelador del crecimiento y la solidez de ese mercado ha sido la publicación de la versión dominicana de la revista española ¡Hola! Esta afamada publicación, con presencia en el Reino Unido, Rusia, Grecia, Emiratos Árabes Unidos, Canadá, Turquía, Tailandia, México, Malasia, India, Serbia, Marruecos, Indonesia, Argentina, Perú, Bulgaria, Ecuador, Puerto Rico, Colombia y Pakistán decidió hace más de un año incluir al mercado dominicano en su programa de expansión de versiones locales.
La publicaciones rosas no solo atienden a una demanda mercadológica, en su origen y desarrollo subyace un correlato sociológico. Y es que más que contenido de lectura, estas revistas traen vistosos reportajes fotográficos sobre estilos de vida y ambientes sociales. Los textos solo sirven para dar pie al despliegue gráfico. Se nutren de la autoestima social proyectando modelos exitosos de vida o hábitos primorosos de consumo. Más que informar, su objetivo es crear percepciones sociales, construir artificiosos modelos de referencia o de categorización social con base a la fortuna o al buen vivir. Aparecer en sus páginas es ingresar a la elite de los exitosos, aquellos que marcan tendencias en preferencias, estilos y formatos de vida. En sociedades como la nuestra, donde hay una clase media y alta ávida de reconocimiento, estos productos constituyen alicientes al ego banal y frívolo.
En la tiranía de Trujillo el envanecimiento social fue una política de Estado como respuesta a cierto elitismo urbano que usó como escenario de expresión los llamados clubes sociales de la época. Trujillo, de baja extracción rural y militar, arrastró un resentimiento de clase que lo empujó a darle carácter de casta a su familia y a su cortesanía palaciega. Las señoriales fiestas, veladas y recepciones sociales eran el motivo único de la crónica rosa de la era. El dictador disfrutaba al máximo sus ostentosos gustos que lo proyectaban como un ser mítico. Sus trajes, bebidas, caballos y furtivos amoríos fueron símbolos de poder. Con la caída del régimen, el elitismo social se fraguó más en la intelectualidad que en la nombradía. Muchos jóvenes, hijos de empresarios y profesionales, se incorporaron a la vida pública, otros aprovecharon el exilio político para formarse en universidades europeas y americanas. La clase media y alta no eran muy dables a la ostentación material. Es durante los gobiernos de Balaguer que el elitismo social asume los perfiles de la socialité de hoy, al amparo de un abolengo intensamente xenófilo. Las segundas generaciones de inmigrantes italianos, españoles, árabes, turcos y libaneses empiezan a dibujar un nuevo mapa social dominicano. El apellido suplanta a la formación intelectual en acreditación social y más en provincias como Santiago, La Vega y Puerto Plata, donde crea barreras claras de segregación social.
En la democratización económica de los últimos años, la franja de las clases media alta y alta se ensancha con la asimilación de generaciones emergidas de la política -como actividad empresarial-, de los negocios modernos y de la economía sumergida. Nacen así “los nuevos ricos” que procuran atención social a través de la ostentación material. La riqueza de estos nuevos actores rebasa muchas veces el capital dormido de los ricos de abolengo, quienes ven perder espacio e influencia en los centros del poder fáctico. La concurrencia de estos dos segmentos disputándose calladamente el protagonismo social demanda entonces plataformas de proyección que les permita a los “nuevos” obtener la afirmación negada por sus plebeyos apellidos, y a “los viejos” preservar el menguado liderazgo social fundado en su acrisolado abolengo. Ese es el mercado ideal para la crónica rosa de hoy: servir de ancha pasarela para que todos puedan exhibir sus logros bajo el sol de una misma ilusión envanecedora.
La acreditación a través del mérito intelectual quedó así desplazada por el lujo, el confort y la ostentación. Este modelo de éxito basado en el materialismo individual como signo inequívoco de los decadentes tiempos que vivimos impone su impronta en las presentes generaciones dominicanas. El mensaje trasmitido por estos productos no es subliminal ni esotérico, es tan claro como decir que solo son socialmente meritorias las vidas que puedan avalar una carrera de escalamiento social con base a la realización material o que puedan probar vinculación a una estirpe de distinción social.
Es cierto que las sociedades precisan de relajamientos para distender sus presiones cotidianas y que el chisme social es una de las maneras más mórbidas para sortearlas, pero cuando ese ocio se industrializa estereotipando estilos de vida como referentes sociales vinculantes, entonces debemos convenir que estamos creando disfuncionalidades. En la sociedad dominicana no hay una casta real ni una elite creadora de manierismos como propuesta de identidad social. Los ingleses, los españoles, los holandeses, los daneses disfrutan hasta el hartazgo la vida de sus monarcas, es parte de su orgullo, tradición e historia; son modelos históricos de referencia y autoridad sociales; sus vidas sí importan porque son patrimonio espiritual de sus pueblos. Estas publicaciones han probado éxito en tales latitudes justamente porque cuentan, como fuente informativa, las intimidades de sus familias reales. En la República Dominicana la comparación deviene en ridícula.
Desde que las publicaciones sociales han arreciado su competencia más atención reciben los eventos sociales citadinos en los que las jóvenes damas de sociedad exhiben sus galas infundidas de la flotante ilusión de ser Estefanía, Carolina o Charlene de Mónaco o los apuestos jóvenes empresarios soñarse como figuras emblemáticas de Wall Street. Esa pasajera pero intensa vivencia interior se afirma en la médula de sus egos cuando la empalagosa crónica rosa les da el título de “los solteros más codiciados de la ciudad” o celebre su reciente compra del Maserati o el Ferrari convertible estrenado en la marina de Casa de Campo.
Otro efecto de contravalor que genera la filosofía de este negocio es el atentado a la meritocracia como forma legítima de movilidad o promoción social. El protagonista de las páginas sociales no es necesariamente el más talentoso ni tampoco el emprendedor que ha desafiado los valladares de un sistema excluyente en su proyecto de realización vital. No. Es el que puede pagar el costo de una portada -entre 500 mil y un millón de pesos- o el hijo del anunciante o el de la familia a la que el editor quiere socialmente acercarse. No se buscan necesariamente modelos sino proyectos u oportunidades de negocio. La publicidad de bienes o servicios es en ocasiones más digna que este fachoso negocio de imagen; en aquella se establecen al menos estándares de control social; en esta no se tienen reparos para asear imágenes, encumbrar mediocridades o lustrar reputaciones de forma impunemente engañosa. Así, la mejor manera de acabar con los rumores de una infidelidad es a través de la clásica foto de la familia feliz o cuando se quiere desmentir la quiebra de un apellido darle la portada como el ejecutivo del año.
Las publicaciones sociales le dan categoría de bien de consumo a contenidos insulsos. No agregan valor social. Dedicar un reportaje de diez páginas a la villa marina de un empresario ¿en qué contribuye a una mejor comprensión de la vida?, ¿seremos más o mejores después de conocer a fondo sus finos inodoros? Hay familias abonadas a cuentas de reporteros sociales para “aparecer” fotografiados en eventos sociales. En algunos casos estos son los que les llevan la agenda social. Esta prestación tiene un precio dependiendo de la categoría de la publicación. Por lo general existen protocolos más sutiles como el intercambio implícito de publicidad corporativa a cambio de reportajes familiares, de esta manera la “relevancia social” que dan estos medios constituye técnicamente una inversión en lavado de imagen. Hay personajes y familias que, descontando su nombradía, han logrado crear su propio good will. En otros términos, se “venden solos” porque cuentan con un posicionamiento social ganado, por lo que no precisan pagar. Los viejos abolengos han obtenido esta envidiable condición gracias a una larga tradición social. Estos son los más apetecidos cuando se quiere lanzar un nuevo proyecto editorial de este tipo porque sus caras prestigian.
El fenómeno de la crónica rosa es intensamente retratista. Proyecta, en toda su hondura, el vacío de una generación centrada en un individualismo sin conexión solidaria. Es el producto de lo que somos: una sociedad con dificultades de compresión de su identidad, arrastrada por los esnobismos que imponen las culturas dominantes; tan superficial como para eludir compromisos trascendentes de conciencia social, tan banal como para no discernir lo sustancial de lo superfluo, tan consumista como para aceptar todo lo que le dan y tan hedonista para disfrutar hasta el placer de la futilidad.