No me imagino cómo estaría este mundo si el coronavirus se hubiera iniciado en El Congo y de ahí se hubiera extendido por toda África, después hubiera pasado a Bangladés y las regiones pobres de Asia, alcanzando a continuación a América Latina y amenazando por cruzar a Europa, Norteamérica y finalmente a China, Corea o Japón. O si en la República Dominicana los primeros enfermos y muertes se hubieran iniciado por Gualey o cualquier barrio marginado de cualquier pueblo o ciudad dominicana.

Porque en dicho caso ya tendríamos millones de muertos y todavía no se estuviera ni cerca de estudiar el primer medicamento ni vacuna. Creo que después de la emergencia será tema de estudios para médicos y científicos sociales determinar las causas de que el virus haya atacado primero (o más) a países ricos o a los relativamente más acomodados de los países pobres. En principio discutimos sobre el mayor contacto con extranjeros y comienzan explicaciones sobre mayor resistencia inmunológica de algunas razas.

A falta de medicamentos efectivos o vacunas, el único remedio es la prevención y para ello las principales recomendaciones son: aislamiento social, cubrirse con un pañuelo desechable al toser y estornudar, y lavarse las manos con jabón de cuaba tras tocar cualquier objeto que haya sido manipulado por otros, secándose con una toalla también desechable. Si por alguna razón tiene que salir de casa, quitarse la ropa e inmediatamente tirarla a lavar.

Todo eso son sanas recomendaciones médicas, al alcance de aquellos que tenemos la despensa preparada para no tener que salir de casa más de dos veces al mes; y que podemos abrir la llave con la certeza de que va a salir agua. Y aun así, implica cambios en patrones de comportamiento individual que no siempre se aprenden de primera intención.

Pero esas cosas no funcionan bien con los pobres. Lo primero es que hay una grandísima parte de la población mundial (y dominicana) que tienen que ganarse hoy lo que su familia va a comer mañana. Ya sabemos que la ayuda en efectivo del Estado, a recibirse tras casi tres semanas de cuarentena, aliviará un poco la situación, pero insuficiente para resolver si quiera lo de la comida, cuanto más para pañuelos o toallas desechables.

Pero quiero referirme a lo de lavarse las manos. El 57% de los hogares tienen lavamanos, el asunto es saber si tienen agua. Si al momento de escribir o usted leer este artículo en todos los hogares dominicanos abrieran la llave de agua en su vivienda para lavarse las manos, solo el 26% lograrían su objetivo. ¿Creen ustedes que serán los más pobres? Es una cifra inexacta, basada en cálculos hechos a partir de la encuesta de hogares (ENHOGAR, 2018), pues se limita a aquellos que reciben agua de acueductos y tienen llave dentro de la vivienda.

Si bien la República Dominicana ha registrado importantes progresos desde mediados del siglo XX en el servicio de agua potable, al igual que el resto de América Latina, también como el resto del continente, en cada servicio público privilegió la cantidad (cobertura), sobre la calidad, lo mismo que pasó con educación, salud, policía, justicia, electricidad, etc.

De modo que llegamos al 2018 con un 54% de hogares que reciben agua de acueductos con llave dentro de la casa.  Claro está, el agua es vital y de algún lado hay que buscarla: hay otro 19.5% que se abastecen con una llave en el patio, 5.2% que la toman de otra vivienda, y el restante 21.3 las reciben de camión, de pozos o sencillamente de la lluvia o manantial.

Pero resulta que a los que disponen de llave dentro o fuera de la vivienda, a más de la mitad les llega menos de tres días a la semana y menos de la mitad la reciben más de siete horas al día. En resumen, el promedio de horas al día que se recibe agua a los que están conectados a acueductos es de 11.7, el 48.7% del tiempo. De ese porcentaje por el 54% que la recibe en su hogar es que surge el 26% de probabilidad de que puedan lavarse las manos cada vez que quieran. Así, con los pobres va a ser más difícil prevenir.