Para que la educación se constituya en un factor decisivo de desarrollo social, es imprescindible “un proyecto político centrado en el respeto a todas las esferas sociales, donde los ciudadanos confíen en que se les escucha”, con independencia de la profesión o grado de desarrollo educativo alcanzado.
La obra de Michael J. Sandel, La Tiranía del Mérito: ¿Qué ha sido del bien común?, nos ofrece buenas oportunidades para retomar y reflexionar acerca del tema sociedad, educación y desarrollo. El debate sobre estos temas ha ocupado la atención de teóricos de la educación, organismos internacionales, funcionarios gubernamentales, quienes no han dudado en afirmar que tal hipótesis es verdadera, es decir, que existe una relación estrecha entre desarrollo social y educación. Es más, se ha llegado a plantear que la educación es la vía principal del desarrollo.
Las ideas de Jaques Delors en su libro La educación encierra un tesoro, “de la educación depende en gran medida el progreso de la humanidad…”, “la educación constituye una de las armas más poderosas de que disponemos para forjar futuro”, incluso nos llega a alertar sobre el impacto de la mundialización (globalización), cuando afirma del peligro de que “se abra un abismo entre una minoría capaz de moverse en ese mundo nuevo… y una mayoría impotente para influir en el destino colectivo”.
Esta idea ha sido una de las más importantes para exigir y justificar un aumento de la inversión en educación, que permita, primero alcanzar la universalización de la educación primaria y secundaria y, en segundo lugar, alcanzar una educación de calidad.
Desde el punto de vista de las funciones sociales de la educación: preservar, desarrollar y promover la cultura social, de lograrse el cumplimiento de estas, no hay dudas del impacto que la educación deberá cumplir en el desarrollo social de los pueblos.
Sandel llega a afirmar que el aumento de la desigualdad y el empobrecimiento provocado por una globalización y economía de mercado ha llevado al liderazgo mundial encabezado por el expresidente de los EE. UU. Barach Obama y otros gobernantes a desarrollar e insistir en la idea de que el “ascenso social” será posible vía la educación. Es lo que él llama “la retórica del ascenso social”, que incluso en una visión ideologizada (como falsa conciencia afirmo yo) se tradujo en las socorridas frases: “hasta donde sus aptitudes lo lleven”, o, “puedes conseguirlo si pone tu empeño en ello”. Es decir, la responsabilidad de tu ascenso social no tiene que ver con los problemas estructurales de la distribución de la riqueza, sino más bien, de las actitudes de las personas a “echar hacia adelante”.
Sin embargo, nos pone a reflexionar Sandel, cuatro décadas de globalización, impulsada por el mercado han incrementado la pobreza y la desigualdad social, incluso en aquellas personas que han logrado cierta movilidad social impulsada por su desarrollo educativo.
Para el caso de los EEUU, dice el autor de La Tiranía del Mérito: ¿qué ha sido del bien común?, “los que nacen en familias pobres siguen siendo pobres al llegar a adultos”. Y es más “la mayoría no llegan siquiera a ascender hasta el nivel de clase media”.
En uno de los apartados del libro que él llega a subtitular “Una meritocracia cósmica” reflexionar acerca de la idea muy arraigada en las instituciones de la cultura occidental de que “nuestro destino refleja nuestro mérito”, y aún más, “… el universo moral está organizado de tal modo que hace que la prosperidad esté alineada con el mérito y el sufrimiento, con los actos inmorales, de ahí que, la riqueza es sinónimo de talento y esfuerzo y la pobreza, de indolencia”.
Un pensamiento ético que se sustente en tales ideas llega a conducir a la “soberbia del mérito propio” a quienes piensan que su estado de beneficencia económica es el producto de su “mérito propio”, y no de las cuestiones estructurales de la sociedad. De esa manera, lo que triunfan llegar a creer que lo han hecho por sí mismos y que merecen todas las recompensas recibidas, mientras que para los que se quedan atrás la explicación es “su incapacidad y su fracaso” ante la vida. El conflicto social se expresa entre la “arrogancia de unos” y “la desmoralización e indignación” de los otros.
A pesar de los esfuerzos educativos de las últimas tres o cuatro décadas, ha crecido la desigualdad económica, y con ello, la polarización social.
En el contexto de los países del “primer mundo”, plantea Sandel, “la concepción meritocrática del éxito ha venido a racionalizar la desigualdad”, conduciendo, a medida que los ganadores amasaban los beneficios que les proporcionaban la grandes subcontrataciones, los tratados de libre comercio, las nuevas tecnologías y la liberalización de las finanzas, llegaron a creer que su éxito era merecido, que se lo habían labrado ellos mismos, y quienes luchaban para llegar a fin de mes no podían culpar a nadie más que a sí mismos”.
El académico norteamericano llega a plantear que la crisis económica actual, agravada por la pandemia del coronavirus, solo podrá ser enfrentada con éxito, al “reconocer la contribución de los trabajadores que se encuentran fuera del círculo privilegiado de las profesiones de élite y otorgarles una voz significativa en la economía y la sociedad podría ser el primer paso hacia la renovación moral y cívica cuando empecemos a salir de la crisis”. Esta pandemia nos ha permitido a todos reconocer el valor social que actividades como la limpieza de las calles, la recogida de la basura, los deliverys, así como, toda la gama de funciones del sector salud y la educación, principalmente los maestros entre muchas otras tienen para la vida social.
Para que la educación se constituya en un factor decisivo de desarrollo social, es imprescindible “un proyecto político centrado en el respeto a todas las esferas sociales, donde los ciudadanos confíen en que se les escucha”, con independencia de la profesión o grado de desarrollo educativo alcanzado. Ese proyecto político no será la obra de solo un partido político, dentro o fuera del poder, sino la obra de todos los sectores sociales bajo una misma visión de país y un liderazgo compartido. Solo una nueva ética política, centrada efectivamente en el bien común, lo podrá hacer posible.