Era una personalidad misteriosa. Pocos o casi nadie sabía de su vida y siempre andaba solo. En Villa Duarte, y en particular en el sector de Simonico, no tenía amigos ni enemigos. Su principal atractivo consistía en una gorra de marino moldeada de una manera peculiar, blanca impecable, botas negras brillantes, pantalón blanco y una franela o camisa ligera de color claro.
El Caché, cuyo nombre según algunos era Víctor, exhibía un bigote fino, cortito, bien hilvanado, recortado y acicalado. Los ojos pequeños, fijos, y de poco hablar. No se le conocía un empleo fijo. Algunos chismosos del barrio aseguraban que era informante del Gobierno o calié. Siempre silencioso o con las palabras medidas.
No tenía esposa o novia conocida. En su lugar de vivienda, un cuarto parte atrás de una vivienda en la calle Colón, próximo al Faro del almirante, tenía todas sus pertenencias bien organizadas, incluída un arma de fuego registrada para protegerse, según él, de los malos espíritus, y que portaba a la altura del tobillo derecho.
Caché era un lector voraz. Además de los periódicos de la época, solía leer los paquitos de Memín Pingüin, don Pancho y doña Ramona, así como la revista Selecciones y otras publicaciones que distribuía en los años 60 y 70 en el país la editorial mexicana Novaro; incluidas las aventuras de Alma Blanca, una especie de vaquero heroico; Santo, el enmascarado de Plata y las peripecias y elíxires de amor de la madama y bruja Doña Hermelinda, y su comedia de errores.
En cierta ocasión, algunos de los jóvenes del barrio eran detenidos por patrullas mixtas durante sus rondas nocturnas. El vecino poco conocido se enteraba y gestionaba su puesta en libertad, dando las mejores referencias de aquellos que no eran calificados de “tigueres” por los vecinos, muchos de los cuales vivían más pendientes de la vida ajena que de la propia.
Caché nunca se vio involucrado en un incidente barrial ni jamás tuvo un sí y un no con vecino alguno. Los muchachos lo visitaban en su modesta vivienda, donde siempre hacía énfasis en la buena conducta y el recto accionar. Nadie recuerda haberlo visto embriagado y ofreciendo un espectáculo desagradable en la vía pública. Era un filósofo de la vida en general, la que bautizaba lanzando un trago al suelo, a nombre de la salud de los difuntos, para su festejo y protección.
Solía aparecer y desaparecer sin que nadie supiera en qué estaba, de dónde venía ni para dónde iba, como muchos personajes de Villa Duarte. Con su estilo característico al fumar, era reconocido a distancia en las calles por sus buenas maneras, maestría al caminar y su porte atlético, lejos de lo chabacano y la vulgaridad.
Caché avanzaba siempre lento, pausado, como contando los pasos. Pelo lacio, estilizado, con mucha brillantina o vaselina Alka, bien afeitado, perfumado y con crema Onodoro. En extremo bien aseado, con aire de gran señor. Seguro de sí mismo de la cabeza a los pies. Como decían algunos: con caché, donaire y fulgor. Pero sin un peso en los bolsillos.
De ahí surge el apodo que lo hizo reconocido. Porque en los barrios casi nadie era llamado por su nombre, siempre se invocaba un consabido apodo, que en la mayoría de los casos se originaba de forma cariñosa en el seno familiar, cuando no en el tumulto o la pelea de la calle.
Otro vicio sano que le gustaba a Caché era tomar café. Lo disfrutaba al máximo. Era su excusa perfecta para compartir ocasionalmente, casi siempre acompañado de un cigarrillo Pall Mall o Marlboro. Nadie sabía cómo obtenía dichos productos, calificados de contrabando en aquellos tiempos, y motivo de multa y cárcel en La Victoria para los civiles sorprendidos en su posesión, o por jugar bingo por dinero en algún traspatio de dudosa reputación.
No dejó esposa conocida, concubina, hijos/as, compadres o compañera de unión libre, como se dice ahora. Décadas después, nadie supo al final cuál fue el destino de Caché. Si la vorágine del alzamiento cívico-militar del 65 se lo llevó o no; si retornó a algún pueblo del interior del país, o si –al igual que muchos— emigró del país hastiado de la pobreza y de la inseguridad política y social de entonces.
Lo cierto es que su imagen quedó estampada en el recuerdo de los jóvenes y niños de Villa Duarte, por su perfil único y original. Porque no se parecía a nadie y por su actitud de querer ser siempre justo y razonable con los demás, con valores, sin apelar a la violencia. En ello consistía el cuadre y el caché inolvidable de Caché, un personaje único en su género.