Mientras escribo este artículo es viernes de dolores. En la cultura dominicana, permeada por las tradiciones importadas por los colonizadores “cristianos”, se habla de los dolores de María, la madre de Jesús; a partir de este recuerdo me he puesto a pensar y reflexionar en los dolores y las cruces de las y los trabajadores empobrecidos y explotados en la sociedad dominicana; una realidad que está latente, desde el tiempo de la invasión-colonización europea y desde el inicio de la gestación del proyecto país que se llamó República Dominicana, y que comenzó a gestarse en la primera parte del siglo XIX.
Al ir redactando estas notas pasan por mi mente varios rostros heridos y violentados de trabajadoras y trabajadores dominicanos, así como de emigrantes haitianos. Pasan por mi mente los más de 20,000 cañeros que siguen mendigando una justa pensión al Estado Dominicano, derecho que les pertenece por haber dedicado la mayor parte de su vida a sostener la economía nacional, sirviendo en las empresas de un Estado caracterizado por la violación sistemática de los derechos humanos y la corrupción impune.
Me vienen a la mente el drama de las trabajadoras sexuales violadas y extorsionadas sistemáticamente por policías abusadores. Hago memoria, también, de tantas trabajadoras domésticas con salario de hambre, sin horario de trabajo, sin seguridad social, sin derecho a pensión. Siguen pasando por mi parte el drama de la inseguridad de las y los chiriperos que salen cada día a buscarse la comida, desafiando la inclemencia del sol caribeño, sin alimentación adecuada y sin tener un lugar adecuado para hacer sus necesidades fisiológicas. Continúan pasando por mi mente los rostros de los niños y niñas trabajadores de la calle, que se me ven obligados a incorporarse al trabajo a muy temprana edad: tanto los de los ambientes urbanos marginales como las niñas y los niños campesinos.
El drama y el dolor humano llega a su clímax en el caso de los más de 200,000 dominicanos y dominicanas de descendencia haitiana, desnacionalizados, burlados, heridos, crucificados, abusados por un Estado violador de derechos humanos elementales, por la junta Central Electoral, por el Tribunal Constitucional y por unos grupos económicos esclavistas; por la injusticia de la “justicia” de las “altas cortes”, lacayas de los grupos económicos y partidarios, nacionales e internacionales, más recalcitrantes. A éstos se añade el drama de inmigrantes haitianos, desarraigados de su tierra, obreros que realizan los trabajos más difíciles; con salarios de miseria, sin seguro, sin prestaciones laborales y expuestos a que cualquier día no se les pague el mísero salario, fruto de su trabajo, o que el patrón soborne a los funcionarios del Ministerio de Trabajo y a los guardias para que los envíen para Haití.
El proyecto país que hoy es República Dominicana fue articulado desde sus inicios por la élite terrateniente afrancesada, liderada por Pedro Santana, el líder hatero de la región Este del país. Este grupo pretendía volver a instaurar la esclavitud en la parte este de la isla, después que fue abolida por el gobierno del presidente haitiano Boyer. Esa élite era anti-haitiana y tenía la intención de tomar el poder y mantenerse en él con el aval del entonces poderoso imperio francés. Esas élites económico-partidarias son las que han mantenido el poder y el manejo de la economía hasta el día de hoy, con honrosas excepciones como en los breves gobiernos de Ulises Fco. Espaillat (1876), Gregorio Luperón (1880) y Juan Bosch (1963).
La Fundación Juan Bosch ha publicado recientemente un interesante estudio titulado “Ser justos es lo primero…” sobre la realidad de las trabajadoras y los trabajadores dominicanos, en el contexto del declive del neo-liberalismo capitalista dependiente, en vigencia en República Dominicana. El estudio quiere aportar al debate ante la coyuntura de los intentos de la mutual gobierno y empresarios por cambiar el código laboral y revertir algunas de las conquistas laborales adquiridas por las obreras y los obreros dominicanos. Las conclusiones del estudio señalan que el modelo económico vigente destruye el trabajo, es empobrecedor y sumamente injusto al distribuir la riqueza. Continúa señalando el informe que las trabajadoras y los trabajadores hacen el bizcocho, pero se quedan con la menor parte; en definitiva las trabajadoras y los trabajadores siguen produciendo mucha riqueza, pero son cada vez más empobrecidos.
El ejemplo de vida coherente y solidaria de Jesús de Nazaret, hijo de un carpintero y él mismo jornalero agrícola, cuyo asesinato, a manos de los poderes fácticos de su tiempo, recordaremos en la próxima semana, puede ayudar a iluminar el camino de quienes no se cansan en la lucha por conseguir mejores condiciones de vida para las y los trabajadores abusados y para la población isleña empobrecida. Y aunque los poderosos siguen apropiándose impunemente del sudor de las y los débiles, éstos y quienes son sus cirineos, solidarios con su causa, no deben permitir que caiga la fe, ni la tenaz esperanza, ni el amor solidario, en el trajín cotidiano de las luchas transformadoras, en el marco de la construcción de un proyecto de Vida Digna.