El miércoles 6 de enero en horas de la tarde, presenciamos a una masa enardecida irrumpir en el Capitolio, la cual logró incluso sentarse en los banquillos de los/as legisladores/as. Para muchos analistas, la “Casa del Pueblo” estadounidense fue mancillada con tales personas. ¿Qué estamos mirando, la gente común, sobre este descosido del alma del imperio?
En filosofía moral, en especial desde la mirada de Cerutti (2008) y Enrique Dussel (2007) nos hablan de cuerpos dolientes, de populismo de la ambigüedad abstracta. Es decir, de aquellos que han tenido que vivir en una estructura intolerable, solapados, sin ascenso social o mérito según (Sandel, 2020) y en situaciones en la que su mejoría o “progreso” va a depender de una razón dominada, por una clase elitista que lo clasifica, como los “deplorables” (Hilary Clinton), o de lumpemproletariado (Karl Marx). Algunos dicen que son los “Iluminados” del movimiento de QAnon, dirigido por un tal que nombran como: “autorización Q”, el cual solo conocen desde el Ciber espacio. Otros en cambio, los nombran como combatientes que “luchan contra el infierno” de acuerdo con Donal Trump.
En este teatro imperial estoy en la presencia de un absurdo que se enmarca dentro la narrativa nacionalista de Trump. Un lugar presente, un terreno que ocupa, el hiper espacio. Allí convergen actores/as que se sienten relegados del proyecto de Estado/nación y que se enfrentan con su pobreza, a una sociedad multiétnica y globalizada.
Ahora bien, desde cualquier hermenéutica que reflexione sobre este erótico proceso de liberación de sujetos, hay que tomar en cuenta que sus actores se apoyan en el lobby sionista sobre la Jerusalén liberada, como verdad trascendente, sobre la materialización de la llegada de Yeshúa al mundo, y del evangelismo apocalíptico. La poblada que entró al Capitolio realizó un melodrama, para desafiar a los deseantes “pederastas” y poner en el escenario una desautorización política, no para dar un golpe de estado a Joe Biden.
Dentro de esa perspectiva, los demócratas se identifican como los “reptilianos” que van a gobernar la “Casa Grande”. Y en la metáfora performativa de Q-Chamán, la razón no garantiza salvación. Su grito totémico es el significante de la irracionalidad moderna.
Y qué decir, ¿estamos en la presencia de un desafío moral? o solo hay que mirarlo desde un lugar propio de la condición pulsional de la sociedad. A razón de esa condición incorregible de ese homo sombrío, que no descarta, la necesidad del totalitarismo autoritario, es que se funda el proyecto decimonónico de Estado/nación, cuya plañidera significativa es el Nacionalismo. La ocupación del Capitolio permitió que se proyectara la patología de tres erráticos: los supuestos pederastas, al voyerista patriota y al narcisista polimorfo.
En este campo las perversiones, la padecen los otros. Los liberales modernos son nombrados; y los teatristas (ocupantes) dotados de una razón mesiánica, deliran públicamente para salvar a la sociedad norteamericana. Ya por eso, el mundo al mirar el espectáculo sintió la angustia confesional de lo grotesco. Los pecados públicos se anuncian y eso fue lo que presenciamos esta tarde de enero.
¿Entramos entonces en la perversión polimorfa de los liberales? o en la proyección de los instauradores del orden, aquellos que llevarán a Estados Unidos al viejo significante de la gloria, a decir de D. Trump: “América volverá a ser Grande” y en la versión de los años treinta, durante el Tercer Reich, “Alemania se le devolverá la Gloria”. Un viejo dilema del totalitarismo nacionalista. Antigua formula que aplican a historias presentes.
No obstante, a esos postulados nacionalistas y uso de la religión política como parte de la propaganda para rendir culto al líder, hay que reconocer que Q-chaman es un joven sacerdote que esta anunciando experiencia de lo sagrado. Una esperanza trascendente, contra los libertinos e insumisos individualistas que gozan con el mal, aquellos que le robaron el poder al presidente Trump, un líder carismático, que desde el Twitter anunciaba una profecía, un nuevo milenio. Y que, desde mi hermenéutica, la voy a llamar: “verdades sagradas del superhombre”. El retorno de la magia es la nueva apología.
Q-Chaman en ese escenario es el representante de esa metamorfosis de lo sagrado (Gentile, 2006), y el Capitolio es la Casa Grande, que hay que salvar. Su acto performativo es para él una experiencia religiosa, cuya trascendencia implica salvar la nación, como patria potestad divina. Esa “teatralización” fue necesaria para concluir el mandato de Trump, pues el narcisismo necesita exagerar el acto, para ocultar la vulnerabilidad y la pérdida.
Y es en este marco que nos preguntamos, si estamos en la presencia fenomenológica de las cosas, tal y como se presentan, a decir de Foucault en arqueología del silencio o simplemente es una virtualidad que desdoblo los misterios. Ya por, la presencia de los pobres rurales blancos, que lograron encontrar una falla de la “Manga Toon”.
Al reflexionar sobre esta particular situación, quiero ayudarme de la instancia de ese momento privilegiado, como diálogo performativo de expresión, donde se establece la demanda de “hacer hablar la locura” (Foucault, 1961). O tal vez, tomar esos significantes narrativos que privilegian los discursivos Freudianos, al reflexionar sobre la cuestión de un trauma social, económico, político y cultural que deriva de ese retorno, a lo que Elizabeth Roudinesco llamó el lado oscuro. Instancia académica que me lleva al inconsciente colectivo de los republicanos.
Para Q-Chaman el debate esencial es someter al adulto corrupto (demócrata) como seductor de niños/as. Un significante que marca la fuente del mal, sin renunciar a la masculinidad de un dorso desnudo, unos fálicos cuernos que anuncian la estampida de Dioses arquetipales (Jung) que condenan y enfrentan la razón moderna (liberalismo, globalización, barbijos y vacunas), por el orden ontológico de un Padre (Trump) liberador que bajo, la orden de un espacio sagrado (ciber espacio) destruirá a los gentiles que conducen a la ola de un Daimon (Joe Biden) que llevará al naufragio de la nación. La fuerza de los antiguos dioses irrumpe como demanda de cura. Ya por eso voy anunciar la patología, un narcisismo nacionalista que babea delirante en las entrañas del imperio.
Por tal razón no se puede olvidar a, Mercea Eliade, Clifford Geertz o las narrativas del siglo XIX de Durkheim y Weber cuando analizan la importancia de la religión en la construcción de la culpa y la evidencia de la irracionalidad religiosa en la experiencia sociopolítica de la sociedad. Q-Chaman, es el Ego cogito, un hombre blanco que anuncia el retorno de la vieja Orden Negra de la SS (Escuadrón de Protección, Organización militar, policial, penitenciaria y de seguridad) de un duende llamado Adolfo Hitler o del culto de Littorio italiano que sacralizó la fuerza de Mussolini. En fin, una mutación fundamental de la propaganda de Trump, la cual sostiene un orden esencial, una vieja fórmula nacionalista de Religión Política en la que Q-Chaman es el iniciado y la patología la tiene el otro.