En la víspera de la Navidad el mundo cristiano se prepara para conmemorar una vez más el nacimiento del mesías. En este diciembre de 2014 se renueva la esperanza y se despierta el sentimiento de búsqueda y encuentro con la única realidad que transforma lo interior de manera íntima, personal y sobrecogedora.

¿Se puede llamar Grande al niño que nació en Belén hace más de dos mil años? ¿En qué consiste su grandeza, su esplendor y su magia que les han permitido persistir y sobrevivir en la memoria y el corazón de la humanidad durante tanto tiempo, y cada vez más renovado y actualizado en su mensaje de redención?

Para empezar, escogió por voluntad propia nacer pobre, abandonado. La pobreza en el Belén de entonces tenía el mismo significado que hoy día. Es y sigue siendo un estigma social. Nadie quería estar cerca de los pobres y menos en una ciudad que no gozaba entonces de muy buena reputación en una provincia romana.

Se puede ser grande de diferentes maneras. Sócrates, Platón, Aristóteles, Mahoma, Descartes, Hobbes, Rousseau, Locke, Gandhi, Kant, Hegel, Schopenhauer, Nietzsche, Heidegger y otros exponentes del pensamiento filosófico dejaron huellas en la humanidad. Pero quedaron encasillados en su tiempo. No transcendieron más allá de una satisfacción intelectual. No llenaron a plenitud la sed y el espíritu de los pobres.

La grandeza del niño de Belén, de Cristo, tiene por cimientos lo simple. Ni siquiera fue profeta en su tierra. Jamás escribió un libro, un artículo, una exégesis de liberación, de revolución, un tratado contra el imperialismo, un sofisma. No pregonó la utopía venenosa de la redención social, pero sí sacó a los mercaderes del templo.

Apenas escribió algo breve sobre la arena, y luego lo borró. Repudiado por su pueblo, viajó por el mundo para conocer las profundidades del alma humana y confirmar lo que ya sabía antes de nacer: la ignorancia que esclaviza y daña el alma.

Su formación echó raíces más profundas. El niño se convirtió en la esencia del mensaje y en el mensaje esencial. Salvó a la mujer de ser botín de guerra. Llevó alivio a los desconsolados y esperanzas a los que perdieron la fe en el mundo. Su mensaje se resumió en una palabra simple: Amor.

En la víspera de la Navidad el mundo cristiano se prepara para conmemorar una vez más el nacimiento del mesías. Entre luces, bombillas multicolores, arbolitos sin nacimiento, y el estrés de regalos materiales, ¿habrá calado hondo la grandeza de su mensaje simple entre las fibras del corazón corrupto? Porque si no es así, en vano habrá nacido Cristo en Belén…