Cuando leí por primera el Nuevo Testamento, con los trabajos de los cuatro grandes reporteros que cubrieron los acontecimientos, desde antes del nacimiento del principal protagonista hasta su atroz e injustificable juicio y ejecución, he lamentado que Jesús de Nazaret no desarrollara una buena vocación literaria, o le diera flojera hacer su autobiografía con todos sus consejos. (De haber sido así, ¡aleluya!, nos hubiéramos ahorrado un montón de guerras o, por lo menos, ¡gloria a Dios!, las horas y horas de radio y televisión que mil merolicos de otras tantas iglesias cristianas nos embuten los fines de semana).